13 / LA LECCIÓN DEL PERDÓN (4)
DK
A veces nos parece
imposible perdonar porque el acto cometido es demasiado ofensivo. En este caso,
Elisabeth Mann puede darnos una buena lección sobre la tolerancia, el amor, la
rabia y el perdón.
Elisabeth tiene muchas
razones para sentir rabia. Cuando era una adolescente los nazis la apresaron
junto a su familia y los enviaron a Auschwitz, un campo de concentración en el
que la esperanza de vida era escasa. Al poco de llegar, Elisabeth preguntó a un
guardián dónde estaba el resto de la familia. Él señaló el humo que salía de
una chimenea enorme y le dijo: “Ahí es donde están.”
Cuando los soldados aliados
liberaron el campo, trasladaron a Elisabeth a Dinamarca, donde tenía que tomar
un tren con destino a Suecia. Había otros supervivientes con ella, pero su
familia había muerto.
“Me dieron una taza de
café que me supo a gloria; no he vuelto a probar nada igual -cuenta Elisabeth.
Una enfermedad acompañó hasta allí a dos mujeres y un hombre y nos dijo que
también eran supervivientes de un campo de concentración-. Yo sospeché de
inmediato que no lo eran porque llevaban maletas. Ningún superviviente de un
campo de concentración tenía equipaje; ni siquiera una muda. Aquellas dos
mujeres y el hombre nos preguntaron en qué campo habíamos estado y cómo
habíamos llegado allí, y mis compañeros les relataron su historia.
“A la mañana siguiente
llegó el tren que nos trasladaría a Suecia. A mí me acomodaron en un
compartimento con las dos mujeres que habían hecho preguntas y otras tres. No
había mucho espacio en el vagón, sobre todo a causa de las maletas de las dos
mujeres. Ellas se sentaron en el suelo, las otras tres en los asientos y yo me
encaramé al estante donde normalmente se coloca el equipaje. Aquella noche,
cuando todo el mundo parecía estar durmiendo, oí un ruido. Miré hacia abajo y
vi que las dos mujeres habían abierto una de las maletas. En el interior había
fotografías de personas con el uniforme de las SS. Las mujeres rompían las fotografías
y las echaban por la ventanilla. Debo decir que nadie que hubiera estado en un
campo de concentración tendría o querría tener fotografías de los guardias.
“En una de las paradas,
unos funcionarios subieron al tren y nos fueron interrogando. Cuando
preguntaron a las dos mujeres dónde habían estado, en qué campo, etcétera, ellas
repitieron las historias que habían oído de mis compañeros la noche anterior.
Yo podría haber dicho algo al respecto, pero me sentía tan feliz de que la
guerra hubiera terminado… Estaba convencida de que todos habíamos aprendido de
aquella experiencia. Pensé que no era responsabilidad mía castigar a aquellas
personas. Si Dios quería castigarlas, lo haría. Llegamos a Suecia y no volví a
verlas nunca más.
“Si guardé silencio no
fue porque perdonara a aquellas personas lo que habían hecho, sino porque pensé
que estaba en las manos de Dios y no en las mías perdonar o no. No me
correspondía a mí decidir sobre el destino de los demás. Después de todas las
muertes que habían ocurrido, mi hermano pequeño, mis padres, ¿cómo podría decir
que lo que había pasado no tenía importancia?
“Sin embargo, para mí fue
importante no albergar en el corazón el deseo de venganza. Recuerdo que, en el
campo, cuando nos llevaban a limpiar las calles por la mañana pasábamos por
delante de una panadería. Teníamos siempre tanta hambre que el olor del pan
recién horneado nos trastornaba. Siempre decía que cuando fuéramos libres
correríamos a la panadería y nos comeríamos todo el pan, pero nunca pensamos en
matar al panadero.”
La mayoría de las cosas
que nos ocurren en la vida no son tan terribles como lo que sucedió durante el
Holocausto. Aun así, sentimos que hay cosas que no deberíamos perdonar. Cuando
eso ocurra, podemos hacer lo mismo que Elisabeth Mann: ponerlo en manos de
Dios. Aunque era joven y terriblemente vulnerable y estaba sola, Elisabeth supo
ver que era Dios quien debía juzgar…, si esa era Su voluntad. En otros casos,
queremos perdonar de corazón pero no nos decidimos a hacerlo. Entonces es bueno
pedir ayuda: “Dios, querría perdonar pero no puedo. Ayúdame, por favor.”
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