domingo

POESÍAS - CONDE DE LAUTRÉAMONT (7)



I (7)


La melancolía y la tristeza constituyen ya el comienzo de la duda; la duda es el comienzo de la desesperación; la desesperación es el comienzo cruel de los diferentes grados de maldad. Para convenceros de ello leed la “Confesión de un hijo del siglo”. La pendiente es fatal una vez que uno se lanza por ella. Es seguro que se llega a la maldad. Desconfiad de la pendiente. Extirpad el mal de raíz. No acariciéis el culto de adjetivos tales como indescriptible, inenarrable, rutilante, incomparable, colosal, que mienten desvergonzadamente a los sustantivos que desfiguran: los persigue la lubricidad.

Las inteligencias de segundo orden como Alfredo de Musset pueden llevar obstinadamente una o dos de sus facultades mucho más adelante que las facultades correspondientes de las inteligencias de primer orden, Lamartine, Hugo. Estamos en presencia del descarrilamiento de una locomotora agotada. Es una pesadilla que sostiene la pluma. Sabed que el alma se compone de una veintena de facultades. ¡Que me hablen de esos mendigos que llevan un sombrero imponente junto con harapos sórdidos!

He aquí un medio de comprobar la inferioridad de Musset ante los dos poetas. Leed a una muchacha, Rolla o Las Noches, Los locos de Cobb o si no los retratos de Gwynplaine y Dea (25), o el relato de Terámenes de Eurípides, traducido en versos franceses por Racine padre. Ella se sobresalta, frunce las cejas, levanta y baja las manos, sin un fin preciso, como un hombre que se ahoga; los ojos lanzarán destellos verdosos. Leedle la Oración para todos de Victor Hugo. Los resultados son diametralmente opuestos. No es la misma clase de electricidad. Se ríe a carcajadas y pide más.

De Hugo sólo quedarán las poesías sobre los niños, entre las que hay mucho de malo.

Pablo y Virginia hiere nuestras más profundas aspiraciones a la felicidad. En otro tiempo, este episodio que rezuma negrura de la primera a la última página, sobre todo el naufragio final, me hacía rechinar los dientes. Me revolcaba por la alfombra y daba de puntapiés a mi caballo de madera. La descripción del dolor es un contrasentido. Hay que hacer ver todo por el lado bello. Si esta historia estuviese relatada en una simple biografía, no la atacaría. Cambia inmediatamente de carácter. El infortunio se vuelve augusto por la voluntad impenetrable de Dios que lo creó. Pero el hombre no debe crear el infortunio en sus libros. Es querer considerar a toda costa solamente un lado de las cosas. ¡Qué chillones maniáticos que sois!

No reneguéis de la inmortalidad del alma, de la sabiduría de Dios, de la grandeza de la vida, del orden que se manifiesta en el universo, de la belleza corporal, del amor a la familia, del matrimonio, de las instituciones sociales. Dejad a un lado los escritorzuelos funestos: Sand, Balzac, Alejandro Dumas, Musset, Du Terrail, Féval, Flaubert, Baudelaire, Leconte (26) y la “Huelga de los herreros”. (27)

No trasmitáis a los que os leen sino la experiencia que se desprende del dolor, y que no es el dolor mismo. No lloréis en público.

Es preciso saber arrancar bellezas literarias hasta del seno de la muerte; pero esas bellezas ya no pertenecen a la muerte. La muerte en este caso es sólo la causa circunstancial. No es el medio, es el fin, que no es ella.


Notas

(25) Gwynplaine y Dea: personajes de “El hombre que ríe” de Víctor Hugo. (N. del T.)
(26) Se refiere al poeta parnasiano Leconte de Lisle. (N. del T.)
(27) Título de un libro de poesías populares de tono melodramático, publicado en 1869 por François Coppée. (N. del T.)

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