PRIMERA
PARTE “LAS
ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
X
(4)
Domingo,
28 de marzo, 1965
El jueves 18 de marzo
fumé de nuevo la mezcla alucinógena. El procedimiento inicial varió en pequeños
detalles. Tuve que volver a llenar una vez el cuenco de la pipa. Cuando terminé
la primera dotación, don Juan me indicó limpiar el cuenco, pero él mismo virtió
la mezcla, pues yo carecía de coordinación muscular. Me costaba mucho esfuerzo
mover los brazos. Había en mi bolsa mezcla suficiente para una nueva carga. Don
Juan miró la bolsa y dijo que aquella era mi última prueba con el humito hasta
el año siguiente, pues ya había agotado mis provisiones.
Volvió del revés la
bolsita y sacudió el polvo sobre el plato de las brasas. Ardió con un
resplandor naranja, como si don Juan hubiera puesto sobre los cartones una
lámina de material transparente. La lámina estalló en llamas, y luego se quebró
en un intrincado diseño de líneas. Algo describía zigzags dentro de las líneas,
a gran velocidad. Don Juan me dijo que mirara el movimiento en las líneas. Vi
algo que parecía una canica pequeña rodando de un lado a otro en el área
resplandeciente. Él se agachó, metió la mano en el resplandor, recogió la
canica y la colocó en el cuenco de la pipa. Me ordenó dar una fumada. Tuve la
clara impresión de que había puesto la pequeña bola en la pipa para que yo la
inhalase. En un momento el cuarto perdió su posición horizontal. Experimenté un
entumecimiento profundo, una sensación pesada.
Al despertar, yacía de
espaldas en el fondo de una zanja de riego poco profunda, sumergido en agua
hasta la barbilla. Alguien sostenía mi cabeza. Era don Juan. Mi primer
pensamiento fue que el agua en la zanja tenía una calidad insólita: era fría y
pesada. Me golpeaba suavemente, y mis ideas se aclaraban a cada uno de sus
movimientos. Al principio el agua tenía un halo o fluorescencia verde brillante
que pronto se disolvió, dejando sólo una corriente de agua común.
Pregunté la hora a don
Juan. Dijo que era temprano, de mañana. Tras un rato, ya completamente
despierto, salí del agua.
-Debes decirme todo lo
que viste -dijo don Juan cuando llegamos a su casa. También dijo que había
estado tratando de “hacerme volver” durante tres días, y había tenido muchas
dificultades al hacerlo. Hice muchos intentos de describir lo que había visto,
pero no podía concentrarme. Más tarde, al anochecer, me sentí listo para hablar
con don Juan y empecé a contarle lo que recordaba desde el momento en que caí
de costado, pero él no quería oír de eso. Dijo que la única parte interesante
era lo que vi e hice después de que él “me echó al aire y yo salí volando”.
Todo cuanto recordaba era
una serie de imágenes o escenas oníricas. No tenían orden de secuencia. Tuve la
impresión de que cada uno era como una burbuja aislada, que flotaba hasta
quedar en foco y luego se alejaba. Sin embargo, no eran simplemente escenas
para mirar. Yo estaba dentro de ellas. Tomaba parte en ellas. Cuando traté de
evocarlas, tuve al principio la sensación de que eran destellos vagos, difusos,
pero pensándolas me di cuenta de que cada una era extremadamente clara, aunque
sin relación alguna con mi forma ordinaria de ver las cosas, de allí la
sensación de vaguedad. Las imágenes eran pocas y sencillas.
Apenas don Juan mencionó
haberme “echado al aire”, tuve un recuerdo de una escena absolutamente clara en
la cual yo miraba de lleno, desde alguna distancia. Miraba sólo su cara. Tenía
un tamaño monumental. Era plana, con un resplandor intenso. Su cabello era
amarillento y se movía. Cada parte de su rostro se movía por sí misma,
proyectando una especie de luz ámbar.
La siguiente imagen era
una en que don Juan me echaba realmente al aire, o me aventaba, en una
dirección recta hacia adelante. Recuerdo que “extendí mis alas y volé”. Me
sentía solo, rasgando el aire, avanzando derecho, penosamente. Era más como
caminar que como volar. Cansaba mi cuerpo. No había sentimiento de fluir libre,
no había júbilo.
Entonces recordé un
instante hallarme inmóvil, mirando una masa de filos agudos, oscuros, en un
área que tenía una luz opaca y dolorosa; luego vi un campo con una variedad
infinita de luces. Las luces se movían y parpadeaban y cambiaban su
luminosidad. Eran casi como colores. Su intensidad me deslumbraba.
En otro momento, había un
objeto casi contra mi ojo. Era grueso y puntiagudo; tenía un definido brillo
rosáceo. Sentí un temblor súbito en alguna parte del cuerpo y vi una multitud
de formas rosadas similares venir hacia mí. Todas se me acercaban. Me alejé de
un salto.
La última escena que
recordé fue de tres aves plateadas. Irradiaban una luz metálica, lustrosa, casi
como acero inoxidable pero intensa y móvil y viva. Volamos juntos.
Don Juan no hizo ningún
comentario sobre mi recuento.
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