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LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (76) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

X (4)

Domingo, 28 de marzo, 1965

El jueves 18 de marzo fumé de nuevo la mezcla alucinógena. El procedimiento inicial varió en pequeños detalles. Tuve que volver a llenar una vez el cuenco de la pipa. Cuando terminé la primera dotación, don Juan me indicó limpiar el cuenco, pero él mismo virtió la mezcla, pues yo carecía de coordinación muscular. Me costaba mucho esfuerzo mover los brazos. Había en mi bolsa mezcla suficiente para una nueva carga. Don Juan miró la bolsa y dijo que aquella era mi última prueba con el humito hasta el año siguiente, pues ya había agotado mis provisiones.

Volvió del revés la bolsita y sacudió el polvo sobre el plato de las brasas. Ardió con un resplandor naranja, como si don Juan hubiera puesto sobre los cartones una lámina de material transparente. La lámina estalló en llamas, y luego se quebró en un intrincado diseño de líneas. Algo describía zigzags dentro de las líneas, a gran velocidad. Don Juan me dijo que mirara el movimiento en las líneas. Vi algo que parecía una canica pequeña rodando de un lado a otro en el área resplandeciente. Él se agachó, metió la mano en el resplandor, recogió la canica y la colocó en el cuenco de la pipa. Me ordenó dar una fumada. Tuve la clara impresión de que había puesto la pequeña bola en la pipa para que yo la inhalase. En un momento el cuarto perdió su posición horizontal. Experimenté un entumecimiento profundo, una sensación pesada.

Al despertar, yacía de espaldas en el fondo de una zanja de riego poco profunda, sumergido en agua hasta la barbilla. Alguien sostenía mi cabeza. Era don Juan. Mi primer pensamiento fue que el agua en la zanja tenía una calidad insólita: era fría y pesada. Me golpeaba suavemente, y mis ideas se aclaraban a cada uno de sus movimientos. Al principio el agua tenía un halo o fluorescencia verde brillante que pronto se disolvió, dejando sólo una corriente de agua común.

Pregunté la hora a don Juan. Dijo que era temprano, de mañana. Tras un rato, ya completamente despierto, salí del agua.

-Debes decirme todo lo que viste -dijo don Juan cuando llegamos a su casa. También dijo que había estado tratando de “hacerme volver” durante tres días, y había tenido muchas dificultades al hacerlo. Hice muchos intentos de describir lo que había visto, pero no podía concentrarme. Más tarde, al anochecer, me sentí listo para hablar con don Juan y empecé a contarle lo que recordaba desde el momento en que caí de costado, pero él no quería oír de eso. Dijo que la única parte interesante era lo que vi e hice después de que él “me echó al aire y yo salí volando”.

Todo cuanto recordaba era una serie de imágenes o escenas oníricas. No tenían orden de secuencia. Tuve la impresión de que cada uno era como una burbuja aislada, que flotaba hasta quedar en foco y luego se alejaba. Sin embargo, no eran simplemente escenas para mirar. Yo estaba dentro de ellas. Tomaba parte en ellas. Cuando traté de evocarlas, tuve al principio la sensación de que eran destellos vagos, difusos, pero pensándolas me di cuenta de que cada una era extremadamente clara, aunque sin relación alguna con mi forma ordinaria de ver las cosas, de allí la sensación de vaguedad. Las imágenes eran pocas y sencillas.

Apenas don Juan mencionó haberme “echado al aire”, tuve un recuerdo de una escena absolutamente clara en la cual yo miraba de lleno, desde alguna distancia. Miraba sólo su cara. Tenía un tamaño monumental. Era plana, con un resplandor intenso. Su cabello era amarillento y se movía. Cada parte de su rostro se movía por sí misma, proyectando una especie de luz ámbar.

La siguiente imagen era una en que don Juan me echaba realmente al aire, o me aventaba, en una dirección recta hacia adelante. Recuerdo que “extendí mis alas y volé”. Me sentía solo, rasgando el aire, avanzando derecho, penosamente. Era más como caminar que como volar. Cansaba mi cuerpo. No había sentimiento de fluir libre, no había júbilo.

Entonces recordé un instante hallarme inmóvil, mirando una masa de filos agudos, oscuros, en un área que tenía una luz opaca y dolorosa; luego vi un campo con una variedad infinita de luces. Las luces se movían y parpadeaban y cambiaban su luminosidad. Eran casi como colores. Su intensidad me deslumbraba.

En otro momento, había un objeto casi contra mi ojo. Era grueso y puntiagudo; tenía un definido brillo rosáceo. Sentí un temblor súbito en alguna parte del cuerpo y vi una multitud de formas rosadas similares venir hacia mí. Todas se me acercaban. Me alejé de un salto.

La última escena que recordé fue de tres aves plateadas. Irradiaban una luz metálica, lustrosa, casi como acero inoxidable pero intensa y móvil y viva. Volamos juntos.
Don Juan no hizo ningún comentario sobre mi recuento.

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