domingo

POESÍAS - CONDE DE LAUTRÉAMONT (6)



I (6)


Compruebo con amargura que sólo quedan algunas gotas de sangre en las arterias de nuestras épocas tísicas. Desde los lloriqueos odiosos y especiales, inscritos sin la garantía de un punto de referencia, de los Jean-Jacuqes Rousseau, de los Chateaubriand y de las nodrizas en pantalones para lactantes Obermann, a través de los otros poetas que se han revolcado en el fango impuro, hasta el sueño de Jean-Paul (18), el suicidio de Dolores de Veintemilla *, el Cuervo de Allan, la Comedia Infernal del polaco (19), los ojos sanguinarios de Zorrilla, y el inmortal cáncer, una Carroña, que pintó antaño con amor, el amante morboso de la Venus Hotentote (20), los dolores inverosímiles que este siglo ha creado para su propio uso, en su exigencia monótona y repugnante, lo han vuelto tísico. ¡Larvas absorbentes en sus embotamientos insoportables!

Adelante, la música.

Sí, buena gente, soy yo el que os ordena quemar sobre un badil, enrojecido al fuego, con un poco de azúcar amarilla, el pato de la duda con labios de vermut, que derramando, en una lucha melancólica entre el bien y el mal, lágrimas que no proceden del corazón, sin máquina neumática, hace en todas partes el vacío universal. Es lo mejor que podéis hacer.

La desesperación, nutriéndose decididamente de sus fantasmagorías, conduce imperturbable al literato a la abrogación en masa de las leyes divinas y sociales, y a la maldad teórica y práctica. En una palabra, hace prevalecer el trasero humano en los razonamientos. ¡Vamos ya, cededme la palabra! Uno se vuelve malo, lo repito, y los ojos adquieren el tinte de los condenados a muerte. No me retractaré de lo que afirmo. Quiero que mi poesía pueda ser leída por una niña de catorce años.

El verdadero dolor es incompatible con la esperanza. Por grande que sea este dolor, la esperanza se eleva todavía cien codos más arriba. Por lo tanto, dejadme tranquilo con los buscadores. Abajo las patas, abajo, perras ridículas, fastidiosas, petulantes. Aquello que sufre, aquello que diseca los misterios que nos rodean, ya no espera. La poesía que discute las verdades necesarias es menos bella que la que no las discute. Indecisiones al máximo, talento mal empleado, pérdida de tiempo: nada será más fácil de verificar.

Cantar a Adamastor (21), a Jocelyn (22), a Rocambole (23), es pueril. Es porque el autor espera que el lector sobreentienda que perdonará a sus héroes bribones, que se traicionará a sí mismo y se apoya en el bien para hacer pasar la descripción del mal. En nombre de esas mismas virtudes que Franck (24) ha desconocido, estamos dispuestos a soportarlo, oh saltimbanquis de las perturbaciones incurables.

¡No hagáis como esos exploradores sin pudor, espléndidos para sí mismos, de melancolía, que encuentran cosas desconocidas en sus espíritus y en sus cuerpos!


Notas

(18) Adamastor, el gigante de las tempestades: personaje imaginario de “Os lusíadas” de Camoëns, que impide el paso por el Cabo de Buena Esperanza. (N. del T.)
(*) Dolores Veintemilla de Galindo: poetisa y escritora ecuatoriana (1829-1857). Mujer singular, exasperada por la angustia, que la llevó al suicidio. En 1908 se publicó una compilación de sus trabajos con el título de Producciones literarias. (N. del T.)
(19) Se refiere al poeta polaco Mickiewicz.
(20) Se refiere a Baudelaire, amante de Jeanne Duval (la venus hotentote) y a su poema “Una carroña”. (N. del T.)
(21) Adamastor, el gigante de las tempestades: personaje imaginario de “Os lusíadas” de Camöens, que impide el paso por el Cabo de Buena Esperanza. (N. del T.)
(22) Personaje torturado, de la obra homónima de Lamartine. (N. del T.)
(23) Famoso personaje de las novelas de Ponson du terrail. (N. del T.)
(24) Adolph Franck (1809-1893): filósofo espiritualista francés, autor de un conocido “Diccionario de las Ciencias Filosóficas” en seis volúmenes. (N. del T.)

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