PRIMERA
PARTE “LAS
ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
X
(3)
Domingo,
7 de febrero, 1965
Mi segunda prueba con el
humito tuvo lugar a eso del mediodía del domingo 31 de enero. Desperté al día
siguiente, al empezar la noche. Me sentía poseedor de un poder fuera de lo
común para recordar lo que don Juan me había dicho durante la experiencia. Sus
palabras estaban impresas en mi mente. Yo seguía oyéndolas con claridad y
persistencia extraordinarias. Durante esa prueba hubo otro hecho que se me hizo
obvio: mi cuerpo entero se había entumido poco después que empecé a tragar el
polvo fino que se metía en mi boca cada vez que yo chupaba la pipa. De modo
que, no sólo inhalaba el humo, sino que también ingería la mezcla.
Traté de narrar mi experiencia
a don Juan; él dijo que yo no había hecho nada importante. Dije que podía
recordar cuanto había ocurrido, pero él no quería saber de eso. Cada recuerdo
era preciso e inconfundible. El proceso de fumar había sido el mismo que en el
intento previo. Era casi como si ambas experiencias perfectamente pudieran
yuxtaponerse, y yo pudiese iniciar mi recuento desde el momento en que la
primera experiencia terminaba. Recordaba con claridad que desde el instante de
caer de costado sobre el piso estuve completamente privado de sentimiento y
pensamiento. Pero mi claridad no se menoscababa en modo alguno. Recuerdo haber
tenido mi último pensamiento más o menos en el momento en que el cuarto se
convirtió en un plano vertical. “Debí de golpearme la cabeza en el suelo, pero
no siento dolor.”
Desde ese momento sólo
pude ver y oír. Me era posible repetir cada palabra que don Juan había dicho.
Seguí una por una todas sus indicaciones. Parecían claras, lógicas y fáciles.
Dijo que mi cuerpo estaba desapareciendo y sólo mi cabeza quedaría, y en tal
circunstancia la única manera de seguir despierto y moverse era convertirse en
cuervo. Me ordenó esforzarme por parpadear, añadiendo que cuando pudiese
hacerlo estaría listo para proceder. Luego me dijo que mi cuerpo se había desvanecido
por entero y que yo no tenía sino mi cabeza; dijo que la cabeza nunca
desaparece porque es lo que se transforma en cuervo.
Me ordenó parpadear. Sin
duda repitió esta orden, y todas las otras, incontables veces, pues yo podía
acordarme de ellas con claridad extraordinaria. Debí de parpadear, pues don
Juan dijo que me hallaba listo y me ordenó enderezar la cabeza y ponerla sobre
la barbilla. Dijo que en la barbilla estaban las patas de cuervo. Me instó a
sentir las patas y a observar que iban saliendo despacio. Luego dijo que yo no
estaba sólido aun, que debía crecerme una cola, y que la cola saldría de mi
cuello. Me ordenó extender la cola como un abanico y sentirla barrer el suelo.
Luego habló de las alas
del cuervo, y dijo que saldrían de mis pómulos. Dijo que era duro y doloroso.
Me ordenó desplegarlas. Dijo que habían de ser extremadamente largas, tanto
como me fuera posible extenderlas; de otro modo no podría yo volar. Me dijo que
las alas estaban saliendo y eran largas y hermosas, y que yo debía agitarlas
hasta que fueran alas de verdad.
Habló de la parte
superior de mi cabeza y dijo que aun era muy grande y pesada; su bulto me
impediría el vuelo. La manera de reducir su tamaño era parpadear; con cada
parpadeo mi cabeza se achicaría más. Me ordenó parpadear hasta que el peso de
arriba hubiese desaparecido y yo pudiera saltar libremente. Luego me dijo que
había reducido mi cabeza al tamaño de un cuervo, y que debía caminar y saltar
hasta perder la tiesura.
Antes de poder volar,
dijo, tenía yo que cambiar una última cosa. Era el cambio más difícil, y para
llevarlo a cabo debía ser dócil y hacer exactamente lo que él me dijera. Tenía
que aprender a ver como un cuervo. Dijo que mi boca y mi nariz iban a crecer
entre mis ojos hasta dotarme de un pico fuerte. Dijo que los cuervos ven
directamente de lado, y me ordenó volver la cabeza y mirarlo con un ojo. Dijo
que si deseaba cambiar y mirar con el otro ojo, sacudiera el pico hacia abajo,
y que ese movimiento me haría mirar con el otro ojo. Me ordenó alternar de uno
a otro varias veces. Y entonces dijo que yo estaba listo para volar, y que el
único modo de volar era que él me arrojase al aire.
No tuve la menor
dificultad en despertar la sensación correspondiente a cada una de sus órdenes.
Percibí cómo me crecían patas de ave, débiles y vacilante al principio. Sentí
una cola salir de mi nuca y alas de mis pómulos. Las alas estaban profundamente
plegadas. Las sentí brotar por grados. El proceso era difícil pero no doloroso.
Luego, parpadeando, reduje mi cabeza al tamaño de un cuervo. Pero el efecto más
asombroso se llevó a cabo con mis ojos. ¡Mi vista de pájaro!
Cuando don Juan dirigió
el crecimiento de mi pico, tuve una molesta sensación de falta de aire.
Entonces brotó un bulto, creando un bloque frente a mí. Pero sólo cuando don
Juan me indicó mirar lateralmente fueron mis ojos capaces de tener en realidad
un panorama completo de lado. Podía yo cerrar un ojo y cambiar el enfoque al
otro. Pero la visión del cuarto y de todos los objetos que había en él no era
una visión ordinaria. Sin embargo, resultaba imposible decir en qué forma difería.
Acaso estaba ladeada, o quizá las cosas se hallasen fuera de foco. Don Juan se
hizo muy grande y resplandeciente. Algo en él era confortante y seguro. Luego
las imágenes se borraron; perdieron sus contornos y se volvieron nítidos
diseños abstractos que cintilaron un rato.
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