13 / LA LECCIÓN DEL PERDÓN (3)
La falta de perdón nos
mantiene estancados. Esta situación nos resulta tan familiar, y hasta podemos
sentirnos tan cómodos en ella, que perdonar nos parece aventurarnos en lo
desconocido. A menudo resulta más fácil culpar al otro que reanudar la
relación. Además, si nos fijamos en los errores de la otra persona no tenemos
que observarnos a nosotros mismos y nuestros defectos. Cuando perdonamos
recuperamos nuestro poder para vivir y desarrollarnos más allá del incidente
que nos ofendió. Vivir en el dolor nos hace víctimas perpetuas, mientras que,
si perdonamos, trascendemos el dolor. No tenemos por qué sentirnos heridos por
algo o alguien de forma permanente. Y en este conocimiento reside un gran
poder.
Explicar
cómo podemos perdonar en cuatro fáciles lecciones es como explicar de qué forma
podemos salvar al mundo, o sea, igual de difícil. A veces, perdonar es como si
nos arrancaran las entrañas, por eso parece tan duro como salvar al mundo. Por
cierto, mediante el perdón es como salvamos al mundo.
Cuando éramos pequeños y
nos herían o heríamos a alguien, normalmente alguien pedía perdón. Sin embargo,
ahora que somos adultos las disculpas no se oyen con tanta frecuencia, y aunque
las oigamos, decidimos a veces que no son suficientes. Si un niño hace algo
mal, percibimos su miedo, confusión y falta de conocimiento. En él vemos a un
ser humano. Pero cuando es un adulto el que nos hiere, tendemos a ver sólo lo
que nos ha hecho. Ese adulto se convierte, para nosotros, en una personalidad
unidimensional caracterizada, sólo, por el dolor que nos ha causado. El primer
paso para perdonar es ver otra vez en esa persona a un ser humano. Los demás
cometen errores, y a veces son débiles, insensibles, imperfectos; están
confusos y dolidos; se sienten solos, emocionalmente inmaduros y frágiles, y
tienen necesidades. En otras palabras, son como nosotros, almas que realizan un
viaje lleno de altibajos.
Una vez que reconocemos
que son humanos, podemos empezar a perdonarlos haciéndonos conscientes de
nuestro enfado. Debemos deshacernos de esa energía estancada golpeando y
chillando a una almohada, diciéndole a un amigo lo enfadados que estamos,
gritando o haciendo cualquier otra cosa que nos ayude a sacarlo fuera. En
muchas ocasiones, después de esta reacción sentiremos la tristeza, el dolor, el
odio y el sufrimiento que había detrás del enfado. Cuando esto ocurra, debemos
permitirnos experimentar estos sentimientos para, acto seguido, desprendernos
de ellos, que es la parte más dura. El perdón no tiene
que ver con las personas que nos han herido; no tenemos que preocuparnos por
ellas. Hicieran lo que hicieran, lo más probable es que estuviera más
relacionado con ellas, con su mundo, y sus problemas, que con nosotros. Cuando
soltemos ese gancho que nos unía a ellos, nos sentiremos libres. Todo el mundo tiene
cuestiones que resolver y ninguna de esas cuestiones es asunto nuestro. Lo que
sí es asunto nuestro es nuestra paz espiritual y nuestra felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario