domingo

HONORÉ DE BALZAC - PAPÁ GORIOT (46)


LA ENTRADA EN EL MUNDO (2 / 11)

-Sí, sí, hijo, me quiere mucho; pero no crea lo que le ha dicho de Anastasia. Las dos hermanas se tienen envidia, ¿sabe?; pero es sólo una prueba más de su cariño. La señora de Restaud también me quiere. Yo lo sé. Un padre es con sus hijos como Dios con nosotros: llega hasta el fondo de los corazones y juzga las intenciones. Tan cariñosa es una como otra. ¡Oh, si yo hubiese tenido buenos yernos, habría sido demasiado feliz, y ya se sabe, es imposible una felicidad completa aquí en la tierra! Si yo viviese en casa de ellas, nada más que oyendo sus voces, sabiendo que las tenía a mi lado y viéndolas ir y venir como cuando las tenía en mi casa, hubiera hecho estallar mi corazón. ¿Iban bien vestidas?

-Sí dijo Eugenio-, pero, señor Goriot, ¿cómo puede usted vivir en semejante tugurio teniendo hijas en tan buena posición?

-¡Bah! ¿De qué me serviría estar mejor? -dijo con aire de aparente desgano-. Yo no podría explicárselo, porque no sé decir dos palabras seguidas. Todo está aquí -añadió golpeándose el pecho-. Toda mi vida estriba en mis hijas. Si ellas se divierten, si son felices, si van bien vestidas, si pisan alfombras, ¿qué me importa a mí mi ropa ni el lugar en que me encuentro? Yo no tengo frío cuando ellas tienen calor, ni me aburro si ellas se divierten. No tengo más penas que las suyas. Cuando sea usted padre, cuando se diga viendo juguetear a sus hijos: “Son carne de mi carne”, entonces sentirá a esas criaturitas unidas a cada gota de su sangre, de la que son su fina flor, porque es eso, usted se creerá pegado a su piel, usted creerá estar movido por la propia marcha. Yo oigo sus voces en todas partes, y una mirada de ellas, cuando estoy triste, renueva mi sangre. Un día usted sabrá que un padre es más feliz con la dicha de sus hijos que con su propia dicha. Yo no puedo explicarme: siento algo interior que comunica bienestar a todo mi cuerpo. En fin, vivo tres veces. ¿Quiere usted que le diga una cosa muy extraña? Mire, cuando fui padre comprendí a Dios, que está por entero en todas partes, porque la creación ha salido de Él. Lo mismo me pasa a mí con mis hijas. Únicamente que yo amo más a mis hijas de lo que Dios ama al mundo, porque el mundo no es tan hermoso como Dios, y mis hijas son más hermosas que yo. Ocupan de tal modo mi alma que yo estaba seguro de que usted las vería esta noche. ¡Dios mío! Al hombre que supiese hacer a mi pequeña Delfina tan feliz como suele serlo una mujer cuando se ve amada, le limpiaría las botas y le serviría de criado. He sabido por su camarera que ese señor de de Marsay es un mal sujeto, y me han entrado ganas de retorcerle el cuello. ¿No querer a una mujer que es una joya, que tiene voz de ruiseñor, y está hecha como una modelo? ¿Dónde habrá tenido los ojos para casarse con ese imbécil de alsaciano? Las dos necesitaban hombres que las quisieran; pero en fin, hicieron sus gustos.

Papá Goriot estaba sublime. Eugenio no lo había podido ver nunca iluminado por su pasión de padre. Cosa digna de observarse es el poder de trasmisión que tienen los sentimientos. Por baja que sea una criatura, desde el momento en que demuestra sentir un afecto grande y verdadero, exhala un fluido particular que modifica su fisonomía, anima sus gestos y da color a su voz. A veces, bajo el esfuerzo de la pasión, el ser más estúpido adquiere una gran elocuencia en las ideas, si no en el lenguaje, y parece moverse en una esfera luminosa. En aquel momento había en el gesto y en la voz de aquel hombre el poder comunicativo que posee un buen actor. Pero, ¿no son la poesía de la voluntad nuestros sentimientos hermosos?

-Bueno, por lo que usted dice, supongo que no le disgustará saber que va a romper con de Marsay -le dijo Eugenio-. Este buen mozo la ha abandonado por la princesa de Galathionne, y yo, por mi parte, me he enamorado esta noche de Delfina.

-¡Bah! -dijo papá Goriot.

-Sí, y no le he desagradado. Hemos hablado de amor durante una hora y he quedado en ir a verla pasado mañana.

-¡Oh, señor mío, cuánto le querría a usted si le agradase a ella! Porque usted es bueno y no la atormentaría. Sin embargo, tenga entendido que si la traiciona le cortaré el cuello. Una mujer no puede tener dos amores. Pero, Dios mío, señor Eugenio, estoy diciendo tonterías, y aquí hace frío para usted. Vaya, vaya, ¿conque ha hablado usted con ella? Y, ¿qué le ha dicho de mí?

“Nada” se dijo Eugenio para sus adentros.

-Me dijo -respondió en voz alta- que le enviaba a usted un beso de su hija.

-Adiós, vecino, que duerma bien y que tenga un sueño agradable. El mío será bueno con esa sola palabra. Que Dios proteja sus deseos. Esta noche ha sido usted para mí un buen ángel. Me trae usted el aroma de mi hija.

“Pobre hombre”, se dijo Eugenio al acostarse. “Es para conmover un corazón de piedra. Su hija piensa en él lo mismo que en el sultán de Turquía.”

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