sábado

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (79) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

X (7)

Sábado, 1º de abril, 1965 (1)

Había estado experimentando breves destellos de disociación, o Estados superficiales de realidad no ordinaria.

Un elemento de la experiencia alucinógena con los hongos recurría sin cesar en mis pensamientos: la masa de agujeritos blanda y oscura. Continué visualizándola como una burbuja de grasa o de aceite que empezaba a tirar de mí hacia su centro. Era casi como si el centro fuera a abrirse y a tragarme, y en momentos muy breves yo experimentaba algo semejante a un estado de realidad no ordinaria. Como resultado, sufría instantes de profunda agitación, angustia e incomodidad, y luchaba por poner fin a las experiencias apenas comenzaban.

Hoy discutí esta condición con don Juan. Pedí consejo.

Él no pareció preocuparse, y me indicó olvidarme de esas experiencias, porque carecían de significado o más bien de valor. Dijo que las únicas experiencias dignas de mi esfuerzo y atención serían aquellas en los que viera un cuervo: cualquier otra clase de “visión” no sería sino el producto de mis temores. Me recordó una vez más que para usar el humito era necesario llevar una vida fuerte, calmada. En lo personal, yo parecía haber alcanzado un umbral peligroso. Le dije que me sentía incapaz de proseguir; había en los hongos algo verdaderamente aterrador.

Al repasar las imágenes evocadas de mi experiencia alucinógena, yo había llegado a la conclusión inevitable de que había visto el mundo en una forma estructuralmente distinta de la visión ordinaria. En otros estados de realidad no ordinaria que había atravesado, las formas y los diseños que visualizaba se hallaban siempre dentro de los confines de mi concepción visual del mundo. Pero la sensación de ver bajo la influencia de la mezcla alucinógena de fumar no era la misma. Todo lo que veía estaba frente a mí en una línea directa de visión; nada había encima ni abajo de esa línea de visión. Cada imagen tenías una irritante planura y sin embargo, desconcertantemente, una gran profundidad. Acaso sería más exacto decir que las imágenes eran un conglomerado de detalles increíblemente precisos colocados dentro de campos de luz diferente; la luz se movía en los campos, creando un efecto de rotación.

Después de aguijarme y esforzarme por recordar, me hallé obligado a hacer una serie de analogías o símiles para “entender” lo que había “visto”. El rostro de don Juan, por ejemplo, parecía como sumergido en el agua. El agua parecía moverse en un fluir continuo sobre la cara y el cabello. Los amplificaba a tal grado que, cuando yo enfocaba mi visión, podía ver cada poro de la piel o cada cabello de la cabeza. Por otra parte, vi masas de materia planas y llenas de aristas, pero no se movían porque no había fluctuación en la luz proveniente de ellas.

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