HUGO GIOVANETTI VIOLA
primera edición WEB / elMontevideano Laboratorio de
Artes / 2018
obra
de portada: Haugussto Brazlleim
EPISODIO 10: VIDALA
Oficina
Juan Zorrilla de
San Martín se cruzó con Francisco Caracciolo Aratta al salir de la catedral y
mientras caminaban hacia la oficina de la revista El fogón se enteró de que el imperator
les había leído un párrafo que pensaba insertar en su discurso de homenaje
a Calisto el Ñato.
-Julio dice que lo
recibió como un decreto del Supremo
Niño mientras sucumbía al éxtasis del fármacon -hizo pasar el dandy al poeta de la patria a un depósito
atiborrado de fetiches gauchescos.
-¿Un decreto? Qué peligro -se santiguó
hilarantemente Zorrilla. -¿Y expele mucha terribilità?
-La mejor que usted
pueda imaginarse -le extendió una servilleta salpicada de gotas de chocolatín el servidor saravista. -Tanto
que malgré mon incurable scepticisme la
copié en un santiamén.
El hombrecito con
pelambre de león leyó en voz alta el párrafo destinado a transformarse en el
mensaje medular del Discurso en elogio de
Alcides de María y suspiró:
-Aquí está todo. Un
panteísmo teofánico que transmuta al mismo Julio en otro cenit encarnado de la materia patriótica.
-Discúlpeme,
maestro. Pero no atino a entender nada de lo que está diciendo -sonrió Aratta
sin burlarse.
-El mes pasado
dimos un paseo por el Parque Urbano con Florián Regusci y le expuse la
argumentación liminar de mi Epopeya de
Artigas, en la que fundamento que la conjunción de los soplos
geológicos-etnológicos-sociológicos hacen que nuestro Sur esté destinado a
redimir la resaca del desmoronamiento imperial. Y que hay hombres elegidos por
el Espíritu para capitanear ese vuelo purificador.
-Ahora por lo menos
creo que entendí lo del vuelo purificador
-tuvo que reconocer el anarquista que siempre alabó en público la
importancia de la caridad cristiana.
-¿Usted sabe que
Julio suele decir que se siente perseguido por los Caracciolos? -le apoyó el
bastón en el chaleco el poeta de la
patria al dandy criollista.
-Me consta. A mí me
lo dijo cuando confluimos en una ciudad serrana de cuyo nombre no me quiero
acordar.
-Y sin embargo
estoy seguro de que nuestro enciclopédico imperator
no conoce La conversación consigo
mismo, una obra del Marqués de Caracciolo que José Gervasio Artigas leía
todas las santas mañanas debajo del ibirapitá de Ibiray.
-No. Por cierto. Y
no creo que le interese demasiado ese tema.
-¿Y entonces por
qué escribió el opúsculo que usted tan diligentemente publicó en El fogón?
-¿La prosa donde
define a la patria?
-Sí -se le encrespó
la sombra quebrada sobre las bibliotecas como una construcción cubista a
Zorrilla. -Y sabed que ese cuarzo en bruto me lo mandó enseguida que murió su
admirado payador artiguista.
Adioses
Julieta de la
Fuente terminó de tocar en el piano la transcripción de la Vidala compuesta por Florián Regusci y murmuró contemplando
humosamente al trovero:
-Es bellísima.
-Favor que usted me
hace. ¿Y qué le pareció la versificación que le encabalgó su esposo?
-Eso lo juzgará
usted dentro de un rato, cuando yo se la cante -se levantó con brusquedad para
servir más chocolate la muchacha muy emperifollada. -Aunque lo que escribe
Julio siempre es sublime.
-Pero en el caso de
esta monodia no parece conformarla.
-Es que odio los
adioses -jadeó ella, volviendo a tatuar la orilla de la taza con su rouge estridente. -¿Sería un
atrevimiento preguntarle si usted compuso esta pieza sintiendo que se despedía
de alguien?
-Bueno, la primera
parte la escribí cuando recibí la noticia de la muerte de Sabino. Y recién pude
completarla al enterarme de que Justo había caído con Aparicio.
-Mi Dios -le
rebrillaron dos hilachas de llanto infantil a Julieta. -Y sin embargo la
composición rezuma tanta serenidad que Julio comentó que usted pertenecía a la
hermandad de los habitantes del lado eterno de la luna.
-¿Y eso la pone
triste?
Entonces ella se
abalanzó a tocar el Preludio, Coral y
Fuga de César Franck y cuando el atardecer quedó aterciopelado por un
silencio púrpura preguntó:
-Escuchó hablar del
calendario poético que escribió Ovidio.
-No -se retorció
los bigotes mecánicamente Florián Regusci. -Y tampoco sé quién es Ovidio,
señora.
-Fue un gran poeta
romano que escribió sobre los sacrificios rituálicos que debían realizarse en
las festividades para mantener la armonía con los dioses. Los días fastos se debían señalar con una piedra
blanca y los nefastos con una piedra
negra. A eso alude mi marido en la titulación lunar que le inventó a su Vidala.
-Ah, ahora
entiendo. Luna blanca sobre una luna
negra.
-Lástima que mi poeta parezca estarse despidiendo de
la mujer de su vida y que esa no sea yo.
En ese momento
escucharon el ruido de un carruaje que se estacionaba frente a la casona y
Julieta encendió una lámpara de espigamiento novecentista murmurando:
-¿Se nota que
lloré?
-No. Apenas se le
advierte una vaporosidad que realza su voluptuoso resplandor de diosa.
-Ahora Julio
también alborotó a los hermanos con el negocio del Les Grands Vins Naturelles -no le prestó atención la muchacha al
elogio del hombre hipnotizado. -Nunca sabré cómo hace para convencernos de que
los locos somos nosotros.
-Gracias a Dios,
señora. Le puedo asegurar que Sabino era idéntico.
-Y qué temprano
mueren.
Polémica
-¿Usted presenció
este desfile matinal? -alzó el bastón Zorrilla hacia una gran fotografía
lujosamente enmarcada que colgaba sobre el escritorio de Aratta. -¿O lo pilló
roncando una mona de dandy?
-Lo triste es que
dicen que lo presencié pero no lo recuerdo -señaló la figura embombachada del
decano de la Facultad de Medicina y poeta gauchesco Elías Regules el director
de El fogón. -Venía de jaranear en un
averno de Santa Teresa y estaba tan borracho que para mí es como si los
doscientos cincuenta centauros ultracriollistas nunca hubieran llenado de
boñigas 18 de julio. Es gracioso.
-Sí. Lo triste es
que es gracioso.
-Y además yo
todavía no me consideraba un dandy, y
cuando estalló la polémica Blixen-Regules ni siquiera sentí necesidad de tomar
posición. Todas aquellas discusiones sobre la muerte del gaucho me importaban un pito.
-Pues a mí aquel 2
de setiembre de 1894 me invitaron al almuerzo campero que se celebró en la
quinta de Risso y jamás olvidaré que en el discurso que pronunció Regules con
motivo de la fundación de la Sociedad Criolla hizo alusión a los colores de la patria sesgados por la
diagonal de Artigas, como simbólico compromiso de sostener con entusiasta
resolución nuestras viriles costumbres nacionales.
-¿Y usted de veras
cree que existe una raza uruguaya,
como lo siguen pregonando algunos doctores capaces de disfrazarse con chiripá y
poncho y golilla igual que si se momificaran? -imitó el clásico graznido burlón
del Bastardo el hombre uniformado de poète
maudit. -Y para colmo me traen artículos o poemas más bizarros que el
churrincherío de Roxlo y tengo que publicárselos o pierdo mi puestito.
-Bueno, pero
entonces reconozcamos que usted dirige un semanario fundado por el Ñato y
Moratorio para salvaguardar la identidad nacional de los cimbronazos de la
modernidad y las oleadas migratorias pero sigue sintiéndose un francés extraviado en territorio charrúa -se encrestó el autocrítico autor
de Tabaré. -Y en cambio Julio ha
trabajado en la mestización de un lenguaje americano
capaz de restaurar y purificar tanto a la poesía española desbarrancada
desde el Renacimiento como al jinete arquetípico de nuestro destino oriental.
-En eso estoy de
acuerdo. Y me sentí orgulloso de publicar ese opúsculo casi carnavalesco que el
imperator sacó de la galera como si
se estuviera despidiendo para siempre de la patria que lo parió.
-Lo que también es
triste y gracioso -largó otra carcajadita agridulce Zorrilla. -Es como si nos
hubiera mandado a todos a la mismísima patria que nos parió.
-La matria ensangrentada.
-La Coquette que borró de su bandera la
diagonal de sangre con la que Artigas quiso inmortalizar la fe de los caídos.
-¿Fe? -casi gritó
Aratta. -¿Fe en la Republiqueta de Salsipuedes?
-No: en el Dios
vivo que nos abrigó en el Ayuí cuando empezamos a peregrinar hacia el reino sin
ocaso.
Lunas
Julio llegó tan
alborotado con la noticia de que las pipas
de vino francés iban a ser depositadas al otro día en la mugrosa sala de los pintores que Julieta terminó
por señalar molestamente al cantor carolino:
-El señor está
esperándote hace una hora y media, viejo.
Florián sudaba su ansiedad erguido
detrás de la lámpara y el imperator se
abalanzó a palmearlo con tanta exaltación que volcó una taza de chocolate sobre
el erizamiento espantado de Holofernes.
-Mil perdones,
Regusci -recogió al gato para secarlo con su pañoleta el hombrón que olía más a
medoc que a alcohol desinfectante. -El tiquismiquis de andar metido en negocios
millonarios no es para los poetas. Pero esta vez no hará falta que le dicte los
versos que me arrancó su música de aterciopelamiento fabiniano. La memoricé
ensayando durante varios días y creo que al final floreció un lieder aderezado con el fulgor del cardo
que encuarza la tierruca. ¿Me permitiría tocarlo en su estrellera?
-Menudo honor,
maestro. Hoy sí que es un día fasto
-entrecruzó un fogonazo de complicidad con la muchacha el trovero bigotudo.
Entonces Julio
comprobó la afinación del instrumento-grial que Sabino Regusci había comprado
en un remate puntaesteño y después de arpegiar los dos compases introductorios
le hizo una seña a la muchacha y ella se recostó en el piano para cantar con vibrato
de mirlo:
-No hay necesidad de despedir / al ángel que
te hizo sonreír / cuando te olvidaste de vivir / como el Nazareno te enseñó. /
No hay necesidad de recordar / que la muerte no podrá reinar / porque las
flores saben cantar / lo que Luis de Góngora escuchó. / La guitarra es más que
una canción / que arranca tu desesperación / y en el gris mojado de París / el
Mago del alma grita sus jamases / jamás nos podremos despedir / de la luna que
sale a vivir / para que la luz se vuelva eterna.
Y después que
Holofernes aprovechó la primera pausa para obligarla a que lo recogiera y lo
acariciara como a un niño quemado a ella se le humedeció trágicamente el trino:
-No me despido / pero te pido / que viajes lejos /
en los espejos / no estoy vencido / pero el olvido / de la belleza / me hace
llorar. / Mi trova te trae la tarde de jacinto / y los horizontes rojos mis
abrojos / pero queda Venus adorando el iris / y el niño que pesca con la fe de
Osiris / mi trova te trae las profecías del Cisne / y en su luz te abrigarán
mis alas / como vidalas.
-Esa es toda la
letra -la interrumpió de golpe Julio agarrándose el pecho. -Y después de una nueva
introducción solamente instrumental se repetiría nada más que la segunda parte.
No sé qué le parece.
-Me parece que aquí
se logra una superposición de lunas que eclipsa cualquier nihilismo
guillotinador -se paró para recibir el instrumento festoneado por
constelaciones de nácar Florián Regusci.
-Hay que saber rendirse / sin darse por
vencido / piensa el toro sangrando / pero lleno de sol -sacó una jeringa
del bolsillo del jaqué manchado de vino el imperator.
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