EL ESPEJO AUSENTE
Suelen atribuirse los
cambios negativos a la sociedad, a la personalidad característica de los
tiempos que corren, teniendo en cuenta las conductas, la manera de comportarse,
la mentalidad práctica y la acción. Así, se habla de una moral venida a menos,
de la tendencia por salirse de la realidad a través de las drogas, de la
retracción que hace del individuo un ser aislado y embargado por el
egocentrismo, de la pérdida del sentimiento de solidaridad, del quebranto de la
unidad familiar y hasta de cierta proclividad por el delito.
No hay duda de que estas
son evidencias que cualquiera puede comprobar aquí y en cualquier parte del
mundo. Razones de orden psicológico tanto como sociológico intervienen a menudo
en el intento de explicar las causas de este triste fenómeno. Pero, ¿se trata
sólo del problema que puede verse en las calles, que eventualmente se sufre
personalmente, que informa la prensa, que puede comprobarse en los análisis
fugaces que hacen los expertos cuando son reporteados, las autoridades de las
instituciones sociales cuando son interrogadas? ¿Acaso nadie se detiene un
momento a autoanalizarse, a buscar en otro lado, por ejemplo, en uno mismo?
¿Por qué no? Desde que es un asunto de carácter general no hay razón para
autoexcluirse en el momento en que se es sacudido por la dimensión que ha
adquirido este enorme inconveniente que experimenta el mundo actual.
Si pudiera verse más allá
de la apariencia, más allá de las conductas y de las reacciones que derivan de
las conductas, si se pudiera ver por dentro a todas las personas se comprobaría
que la subjetividad es la dimensión que hoy experimenta la mayor y más
indeseada transfiguración que haya experimentado la humanidad en los últimos
tiempos. Justamente, esa dimensión que no se ve está detrás de la que se ve, de
los hechos objetivos, de las conductas y tendencias que siguen las conductas, y
de las estadísticas que llenan los escritorios de los expertos. Y es la que
sólo se analiza en la soledad de las investigaciones académicas, científicas y
tecnológicas, muy frecuentemente con intereses no del todo solidarios, porque
la mentalidad en ese plano selecto está sujeta al mismo extraordinario fenómeno.
Todo lo que llega a la
subjetividad por vía de la objetividad, es decir, todo lo que se vive
diariamente y lo que se ve a través de la pantalla, queda con prioridad
exclusiva en el interior más hondo de la conciencia. Y, pese a los gigantescos
avances en materia de descubrimientos, después de la divulgación de los más
avanzados procedimientos especializados en explorar los rincones inaccesibles
de la realidad, macro y microscópicos, permanece solitaria una sola manera de
ir al interior de esa conciencia: la introspección. No hay una forma técnica,
mecánica o computarizada, que no se limite a recuentos de pulsiones, medidas de
cargas eléctricas, ritmos vasculares o impulsos neurales. Todo esto es
absolutamente valioso para luchar contra las enfermedades, recoger datos y con
ellos crear artefactos computarizados o complementos protésicos, medicamentos e
ingenios terapéuticos. Pero no nos suministran datos sobre la subjetividad ni
nos ayudan a explorarla.
***
La sociedad está conmovida,
afligida, quizá avergonzada de sí misma o de una parte de ella. Se disimula la
subjetividad, se la quiere cubrir con un manto como si se quisiera proteger de
no se sabe qué. Intereses inexpresables, ocultos o en actitud de defensa,
celosos de quién sabe qué secreto impublicable, tenebrosos, buscan
enmascararla, envidiosa, frustrada. ¿Hay un nuevo sentir despojado de
sensibilidad profunda, que representa una subjetividad
amortiguada, disminuida? ¿Está instalada ya, como es corriente en la historia
de las tendencias humanas, una franca repulsa por ciertas prácticas que a veces
sobreviene como consecuencia del rechazo de las viejas costumbres, que se
sienten empalagosas, perimidas, en desuso, y que expresan cambios que
pertenecen al mundo del más allá de las interrelaciones humanas?
Ciertas conductas tienen
que ver con los más hondos sentimientos de cualquier persona, con lo más respetado
de su identidad, de sus creencias, de sus afectos, valores y convicciones. Si
se esfuman estos contenidos íntimos se esfuman las conductas, todo aquello que
vienen a encarnar, a representar como ningún otro medio o sistema de
entendimiento entre las personas. Desecho el contenido, muerta la forma. No
habrá ya con qué comparar; ya no se encontrará el espejo que nos refleje y que denuncie lo que es notorio que nos
falta. ¿No orienta acaso al ciudadano el pensar, el quehacer de los demás, sus
inquietudes, sus acciones, la forma de proceder? La moral ¿ya no consiste en un
sistema de comparaciones por las cuales unos se regulan por los otros, quienes
andan mal por quienes andan bien?
Si se piensa y se hace todo
con alevosía, si el motivo de las inquietudes y acciones están ocultas, o
disimuladas por otras que pasan por verdaderas, si las pocas inquietudes que
prosperan terminan siempre en las mismas formas de dialogar, vacías, y en los
mismos actos y actividades, que todos repiten, ¿con qué se habrá de comparar
para descubrir lo que está en el fondo, lo verdadero de la gente, de la
sociedad? Si la subjetividad es avasallada por una objetividad proterva,
teledirigida y transformada a favor de un sistema perfecto de objetivos
mercantiles, ¿qué podrá hacer el Estado, las iniciativas humanitarias, los
esfuerzos que siempre resultarán impotentes? Si lo que nos parece bien ha
muerto, aquello que siempre ha sido, si
lo que han trasmitido bisabuelos, abuelos y padres se ha esfumado, difícilmente
después haya con qué comparar, contra qué o ante quién contraponer las
diferencias que seguramente existen. Ya no habrá forma de conmoverse, de
asombrarse, de escandalizarse. Y si nadie se conmueve, asombra o escandaliza,
no hay comunidad: habrá un grupo de individuos, pero no de personas.
***
El problema da para más
preguntas: ¿No será algo de esto lo que ocurre, en el sentido intencional? ¿No
se procura esto, no se busca? Este descuido de lo interno, ¿es algo buscado,
deliberada, programado? ¿O es pura casualidad, cambios indeseados, simples y
transitorias desviaciones del camino correcto? Parece una forma de concebir la
convivencia, proyectada de manera que promueva y estimule la indiferencia, la
insensibilidad, el egoísmo. Sin embargo, no es factible que la sociedad haya elegido
consciente o inconscientemente este camino. Se habla con cualquier persona y no
se encuentra nada de eso. Los vecinos pueden parecernos indiferentes, pero en
ellos no hay indicios de maldad, ninguno quiere hacer daño al otro. Están
ensimismados, perplejos, hasta cierto punto temerosos, y brindan lazos de
amistad muy tenues.
¿Hay alguna intención
solapada por ahí? Gente sin espíritu, mujeres y hombres sin alma, viejos sin
corazón, jóvenes renuentes al pensamiento y ajenos a la curiosidad, ¿son asuntos
que surgen de la nada? Proclives al reclamo, fóbicos ante cualquier compromiso,
aficionados a la corruptela, ¿hasta qué punto pueden llegar los ciudadanos,
hasta dónde pueda decirse que sea tolerable? ¿No resulta, al menos, raro? Siempre
se ha dicho que se gobierna con mayor facilidad al ignorante, al ingenuo,
crédulo, pasivo, en fin, al dócil, que se le lleva para donde quiera, que se
somete, domina y esclaviza con un toque de dos dedos. Se ha dicho eso siempre;
pero esta inferencia hoy no explica a satisfacción lo que nos ocurre. Hay algo
de otra índole, tan o más horrible, pero diferente. No hay un pueblo ignorante,
ingenuo, pasivo. Hay un pueblo sin espejo, sin términos de comparación.
**
Si la medida de todas las
cosas son las mismas cosas de siempre, no habrá lugar a que algo mejore, no
habrá superación. Si los personajes son siempre los mismos personajes, vacíos,
estúpidamente alegres, superficiales, imitadores contumaces, falsificadores de
humanidad, no habrá nuevos horizontes. Si tienen el espejo en las manos y hacen
llegar sus reflejos a los jóvenes y a aquellos que los necesiten, los mismos
personajes in-aptos, infatuados e incultos, que vienen siendo en los últimos
tiempos, no habrá avance ni mejora. Ha asumido la cultura quien no se ha
esculpido a sí mismo, no se ha retratado, no ha escuchado su mismo e íntimo
dictado, la clave propia que ha sustituido por la ajena. Y se ha perfilado en
quiméricos currículos, montado en el amiguismo, el regalo, la herencia caída
del cielo, los viejos beneficios de la democracia liberal que presuntamente ha
venido a restaurar y a salvar.
No se da cuenta de que se trata de un paraíso
rodeado de ciénagas y cubierto por un cielo con tormentas en cierne. Este gran
funámbulo camina por la cuerda floja suponiéndose infalible. Desconociendo el peligro de desplazarse sobre el nervio más
sensible de la humanidad, a cada paso hace acrobacias para perpetuar su
condición de campeón y sin advertir que concurrirá en el desastre propio y en
el general. Para él no hay diferencia entre caminar con firmeza y hacer
equilibrio, que sólo es propio de los verdaderos acróbatas. Sin embargo, es lo
que ha elegido para intercalar entre él y su destino, la realidad de lo que será
sólo una pobre historia. Puede dejar de ser lo que es si baja de su inestable
sendero y piensa en los que esperan de él todo, encontrando la comparación y el
espejo. Hasta no hace mucho tiempo se recogía, incluso en los medios de extrema
pobreza, la tradición de inextinguible y envidiable honorabilidad; hoy ya no
está.
Nuestra imagen última del espejo, que refleja
la imagen de todos sin distinción de clase, es la del elemento que no
constituye la esencia sino el accidente, lo que viene después y que, inopinadamente,
se vuelve centro de nuestra atención. Eso que nos resuelve a impulsar hacia el
centro, llamado frecuentemente imaginario
colectivo, es el escenario mental
que más nos fascina, una concepción relativamente nueva que corresponde a la
predilección de quienes actúan, pero no viven. En las tablas de ese escenario
de decorados encubridores no aparecerá otra cosa que lo accesorio, la cultura
de lo complementario. No sorprende ni molesta en los artefactos, en los
automóviles y autobuses, en fin, en la calle y el cartel publicitario. Si esta
industria del accesorio se convierte en cultura,
entonces, nuestra mente se satisfará en el accidente y desdeñará o postergará
la esencia.
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