domingo

IRMA HOESLI - MOZART: LAS CARTAS DE UN GENIO DE LA MÚSICA (11)


DRAMÁTICA (1)

“Aquí estoy porque he venido”, con esta vivacidad se anuncia el niño Wolfgang, como si, para solaz del público del teatro, saltara un polichinela al tablado, “el bufón Wolfgang en Alemania, Amadeo, De Mozartini en Italia”. (1)

Realmente podemos alegrarnos por lo entretenido que estaremos. Podríamos imaginarnos que el escribir cartas fuera una incómoda distracción de la creación musical para Mozart y que daría a su padre escueta información de los acontecimientos diarios. Pero Mozart no se contenta con relatar lo más importante, se toma tiempo y vuelca en vivaz y objetiva interpretación todo lo vivido, irreflexivamente, sin prejuicios.

Durante su estada en Augsburgo, en 1777, Mozart llevaba la condecoración que le otorgó el Papa en Roma, en 1770:

…luego fuimos a la cena. Por la mañana ya me había preguntado por mi cruz. Yo le dije todo muy claramente, qué y cómo era. Él y su cuñado dijeron muchas veces que hagamos traer la cruz para estar con el señor Mozart. Pero yo no me di por aludido. También le decían muy a menudo. Usted, caballero, señor Espuela. Yo no decía nada. Durante la cena se puso insoportable. ¿Cuánto habrá costado? ¿3 ducados? ¿Hay que tener permiso para usarla? y ¿cuesta algo ese permiso? Mejor que nos hagamos traer esa cruz. Había allí además un oficial, Bach, que dijo, qué vergüenza, ¿qué harían ustedes con la cruz? El asno joven del abrigo corto le hizo una seña con los ojos. Yo lo vi. Él se dio cuenta. Después de eso hubo un poco de tranquilidad. Luego me dio un tabaco y dijo: Tome usted un tabaco. Yo me quedé en silencio. Finalmente, volvió a empezar, muy burlón: Entonces mañana mandaré alguien a su casa y usted tendrá la amabilidad de prestarme la cruz nada más que un instante, yo se la mandaré enseguida. Sólo para que yo pueda hablar con el orfebre. Estoy seguro que si yo le preguntara (pues es un hombre curioso) en cuánto la estima, me dirá en más o menos un talero bávaro. No vale más, porque no es de oro, sino de cobre, hehe. Yo dije, Dios guarde, es de lata, hehe. (Sentía calor de rabia e ira). Pero dígame, dijo él, de cualquier manera puedo suprimir la espuela. O si, dije yo, usted no la necesita, usted ya la lleva en la cabeza, yo también tengo una en la cabeza, pero hay una diferencia. Yo no quisiera cambiar por la suya de ningún modo. Aquí tiene usted un tabaco (yo le di tabaco), él se puso un poco pálido. Volvió a empezar, que la medalla quedaría muy bien sobre el rico chaleco. Yo no dije nada. Finalmente llamó ¡hey! al criado. Le dijo que tuviera más respeto por nosotros, cuando nosotros dos, mi cuñado y yo llevemos la cruz del señor Mozart. Aquí tiene usted un tabaco. Eso es curioso, empecé yo (como si no hubiera escuchado lo que había dicho), yo puedo obtener todas las condecoraciones que usted pueda obtener antes que usted sea lo que soy yo. Aunque muera usted dos veces y vuelva a nacer. Aquí tiene usted un tabaco y me levanté. Todo el mundo se levantó y estaba muy confundido. Tomé mi sombrero y mi espada y dije que mañana tendría el placer de verles. Sí, mañana no estaré aquí. Entonces vendré pasado mañana, si aun estoy aquí. Ah, ellos sí que estarán, yo no. Esto es de pordioseros. Hasta pronto. Y fin. (2)

En un duelo de palabras Mozart para con segura superioridad los ataques del joven Langenmantel *. Sería plausible que hiciera referencia a este incidente en dos o tres frases, o bien, que se lamentara y se lo contara a su padre en una efusión de resentimientos y alegría por haber vencido a su rival. En cambio reproduce toda la escena tal como ocurrió, sin reflexionar mayormente, indica sólo levemente su opinión en un giro burlón (el del abrigo corto) e introduce graciosamente el tema del tabaco para suavizar la hostilidad de la escena. El ofrecimiento del tabaco difícilmente pueda haber ocurrido cuatro veces seguidas. Y aunque hubiese sido así, no era necesario mencionarlo en una crónica objetiva. Del modo que lo emplea Mozart se convierte en elemento caracterizador de una situación, que aumenta y refuerza el triunfo del adversario. La agudización del diálogo, cada vez más venenoso, se refleja en la sucesión vertiginosa de los acontecimientos, lo cual se traduce en un creciente ahorro de recursos idiomáticos.

Hasta que se ofrece tabaco por primera vez se observa casi exclusivamente una frase paratáctica a continuación de la otra. Se siente positivamente la pausa acechante entre una y otra reacción: “El asno joven del abrigo corto le hizo una seña con los ojos. Yo lo vi. Él se dio cuenta. Después de eso hubo un poco de tranquilidad.” La sintaxis es tan dura y envarada como los dos adversarios que por el momento parecen medirse desconfiadamente. Uno de ellos realiza pequeñas salidas probando su arma, débilmente, con golpes secos, mientras que el otro aguarda en silencio. Aunque las frasecitas parezcan inocentes trasmiten al lector esa afectada expectación que precede al inevitable asalto. Al principio de cada frase se indica quién va a hablar: “Él y su cuñado dijeron…, dijeron también, luego me dio…, y dijo”. Con “finalmente volvió a empezar” comienza un vigoroso ataque de Langenmantel. Ya no son las breves frases entrecortadas, sino la construcción ágil y movida con la locuacidad de la sintaxis hipotáctica. El ataque finaliza con una expresión inequívoca de risa burlona: “hehe”. En esta oración Mozart también determina por primera vez la naturaleza del ataque; “muy burlón” dice que habla, atizando la lucha hasta que Mozart “sintió calor de rabia e ira”. Esta pequeña indicación basta para fortalecer la confianza en la capacidad defensiva de Mozart. Con razón, pues, contrariamente a este, su adversario “se puso un poco pálido”. Por última vez comienza una oración con la indicación de quien habla en: “Yo dije, Dios guarde”. En seguida el diálogo cobra mayor flexibilidad. Muy de vez en cuando se salpican algunas indicaciones sobre quien habla en medio de la conversación: “Pero dígame, dijo él”. La frase del tabaco tiene ahora nueva formulación y un efecto explosivo. Si la expresión “yo le di tabaco” no estuviera encerrada entre paréntesis no daría a entender superioridad chistosa. En lugar de un neutro pero inefectivo “Entonces también yo le di tabaco, y dije” pone “aquí tiene usted tabaco” y ahora, en medio de la conversación, “Aquí tiene usted un tabaco (yo le di tabaco)”. Finalmente “el del abrigo largo” llama “hey” al criado, La palabrita “hey” obtiene su verdadero significado por su posición delante del objeto. Sin mayor explicación se hace evidente que el otro llama al sirviente con un movimiento de la mano. Nuevamente vuelve el “aquí tiene usted un tabaco”, pero la acción de ofrecer ya ni se menciona. Esta brevedad lacónica encierra un efecto extraño que se pierde en las facturas de largo aliento. Cuando el motivo vuelve por cuarta vez, tras de reanudarse la conversación y nueva indicación del que habla, Mozart ha ganado definitivamente para sí al lector risueño. Ahora las frases se suceden a borbotones. Ya no se indica quién habla. Uno corta la palabra del otro y no le deja cobrar aliento para terminar la frase. Aquello de “tomé mi sombrero y mi espada” ilustra la rápida partida del autor y con las palabras “y fin” el dramaturgo parece indicar al héroe su salida de escena, terminando así la representación. La anárquica colocación de los períodos de la oración parece corresponderse con la precipitación de la partida de todas las personas de la reunión, ahuyentadas repentinamente de sus cómodos asientos.

Notas

(1) A su madre y hermana, Milán, 10-II-1770, I, 25.
(2) A su padre, Augsburgo, 17-X-1777, I, 251.
* Langenmantel significa “el del abrigo largo”. (N. del T.)

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+