DRAMÁTICA (1)
“Aquí estoy porque he venido”,
con esta vivacidad se anuncia el niño Wolfgang, como si, para solaz del público
del teatro, saltara un polichinela al tablado, “el bufón Wolfgang en Alemania,
Amadeo, De Mozartini en Italia”. (1)
Realmente podemos
alegrarnos por lo entretenido que estaremos. Podríamos imaginarnos que el
escribir cartas fuera una incómoda distracción de la creación musical para Mozart
y que daría a su padre escueta información de los acontecimientos diarios. Pero
Mozart no se contenta con relatar lo más importante, se toma tiempo y vuelca en
vivaz y objetiva interpretación todo lo vivido, irreflexivamente, sin prejuicios.
Durante su estada en
Augsburgo, en 1777, Mozart llevaba la condecoración que le otorgó el Papa en
Roma, en 1770:
…luego
fuimos a la cena. Por la mañana ya me había preguntado por mi cruz. Yo le dije
todo muy claramente, qué y cómo era. Él y su cuñado dijeron muchas veces que
hagamos traer la cruz para estar con el señor Mozart. Pero yo no me di por
aludido. También le decían muy a menudo. Usted, caballero, señor Espuela. Yo no
decía nada. Durante la cena se puso insoportable. ¿Cuánto habrá costado? ¿3
ducados? ¿Hay que tener permiso para usarla? y ¿cuesta algo ese permiso? Mejor
que nos hagamos traer esa cruz. Había allí además un oficial, Bach, que dijo,
qué vergüenza, ¿qué harían ustedes con la cruz? El asno joven del abrigo corto
le hizo una seña con los ojos. Yo lo vi. Él se dio cuenta. Después de eso hubo
un poco de tranquilidad. Luego me dio un tabaco y dijo: Tome usted un tabaco.
Yo me quedé en silencio. Finalmente, volvió a empezar, muy burlón: Entonces
mañana mandaré alguien a su casa y usted tendrá la amabilidad de prestarme la
cruz nada más que un instante, yo se la mandaré enseguida. Sólo para que yo
pueda hablar con el orfebre. Estoy seguro que si yo le preguntara (pues es un
hombre curioso) en cuánto la estima, me dirá en más o menos un talero bávaro.
No vale más, porque no es de oro, sino de cobre, hehe. Yo dije, Dios guarde, es
de lata, hehe. (Sentía calor de rabia e ira). Pero dígame, dijo él, de
cualquier manera puedo suprimir la espuela. O si, dije yo, usted no la
necesita, usted ya la lleva en la cabeza, yo también tengo una en la cabeza,
pero hay una diferencia. Yo no quisiera cambiar por la suya de ningún modo.
Aquí tiene usted un tabaco (yo le di tabaco), él se puso un poco pálido. Volvió
a empezar, que la medalla quedaría muy bien sobre el rico chaleco. Yo no dije
nada. Finalmente llamó ¡hey! al criado. Le dijo que tuviera más respeto por
nosotros, cuando nosotros dos, mi cuñado y yo llevemos la cruz del señor
Mozart. Aquí tiene usted un tabaco. Eso es curioso, empecé yo (como si no
hubiera escuchado lo que había dicho), yo puedo obtener todas las
condecoraciones que usted pueda obtener antes que usted sea lo que soy yo.
Aunque muera usted dos veces y vuelva a nacer. Aquí tiene usted un tabaco y me
levanté. Todo el mundo se levantó y estaba muy confundido. Tomé mi sombrero y
mi espada y dije que mañana tendría el placer de verles. Sí, mañana no estaré
aquí. Entonces vendré pasado mañana, si aun estoy aquí. Ah, ellos sí que
estarán, yo no. Esto es de pordioseros. Hasta pronto. Y fin. (2)
En un duelo de palabras
Mozart para con segura superioridad los ataques del joven Langenmantel *. Sería
plausible que hiciera referencia a este incidente en dos o tres frases, o bien,
que se lamentara y se lo contara a su padre en una efusión de resentimientos y
alegría por haber vencido a su rival. En cambio reproduce toda la escena tal
como ocurrió, sin reflexionar mayormente, indica sólo levemente su opinión en
un giro burlón (el del abrigo corto) e introduce graciosamente el tema del
tabaco para suavizar la hostilidad de la escena. El ofrecimiento del tabaco
difícilmente pueda haber ocurrido cuatro veces seguidas. Y aunque hubiese sido
así, no era necesario mencionarlo en una crónica objetiva. Del modo que lo
emplea Mozart se convierte en elemento caracterizador de una situación, que
aumenta y refuerza el triunfo del adversario. La agudización del diálogo, cada
vez más venenoso, se refleja en la sucesión vertiginosa de los acontecimientos,
lo cual se traduce en un creciente ahorro de recursos idiomáticos.
Hasta que se ofrece
tabaco por primera vez se observa casi exclusivamente una frase paratáctica a
continuación de la otra. Se siente positivamente la pausa acechante entre una y
otra reacción: “El asno joven del abrigo corto le hizo una seña con los ojos.
Yo lo vi. Él se dio cuenta. Después de eso hubo un poco de tranquilidad.” La
sintaxis es tan dura y envarada como los dos adversarios que por el momento
parecen medirse desconfiadamente. Uno de ellos realiza pequeñas salidas
probando su arma, débilmente, con golpes secos, mientras que el otro aguarda en
silencio. Aunque las frasecitas parezcan inocentes trasmiten al lector esa
afectada expectación que precede al inevitable asalto. Al principio de cada
frase se indica quién va a hablar: “Él y su cuñado dijeron…, dijeron también,
luego me dio…, y dijo”. Con “finalmente volvió a empezar” comienza un vigoroso
ataque de Langenmantel. Ya no son las breves frases entrecortadas, sino la
construcción ágil y movida con la locuacidad de la sintaxis hipotáctica. El
ataque finaliza con una expresión inequívoca de risa burlona: “hehe”. En esta
oración Mozart también determina por primera vez la naturaleza del ataque; “muy
burlón” dice que habla, atizando la lucha hasta que Mozart “sintió calor de
rabia e ira”. Esta pequeña indicación basta para fortalecer la confianza en la
capacidad defensiva de Mozart. Con razón, pues, contrariamente a este, su
adversario “se puso un poco pálido”. Por última vez comienza una oración con la
indicación de quien habla en: “Yo dije, Dios guarde”. En seguida el diálogo
cobra mayor flexibilidad. Muy de vez en cuando se salpican algunas indicaciones
sobre quien habla en medio de la conversación: “Pero dígame, dijo él”. La frase
del tabaco tiene ahora nueva formulación y un efecto explosivo. Si la expresión
“yo le di tabaco” no estuviera encerrada entre paréntesis no daría a entender
superioridad chistosa. En lugar de un neutro pero inefectivo “Entonces también
yo le di tabaco, y dije” pone “aquí tiene usted tabaco” y ahora, en medio de la
conversación, “Aquí tiene usted un tabaco (yo le di tabaco)”. Finalmente “el
del abrigo largo” llama “hey” al criado, La palabrita “hey” obtiene su
verdadero significado por su posición delante del objeto. Sin mayor explicación
se hace evidente que el otro llama al sirviente con un movimiento de la mano.
Nuevamente vuelve el “aquí tiene usted un tabaco”, pero la acción de ofrecer ya
ni se menciona. Esta brevedad lacónica encierra un efecto extraño que se pierde
en las facturas de largo aliento. Cuando el motivo vuelve por cuarta vez, tras
de reanudarse la conversación y nueva indicación del que habla, Mozart ha
ganado definitivamente para sí al lector risueño. Ahora las frases se suceden a
borbotones. Ya no se indica quién habla. Uno corta la palabra del otro y no le
deja cobrar aliento para terminar la frase. Aquello de “tomé mi sombrero y mi
espada” ilustra la rápida partida del autor y con las palabras “y fin” el
dramaturgo parece indicar al héroe su salida de escena, terminando así la
representación. La anárquica colocación de los períodos de la oración parece
corresponderse con la precipitación de la partida de todas las personas de la
reunión, ahuyentadas repentinamente de sus cómodos asientos.
Notas
(1) A su madre y hermana,
Milán, 10-II-1770, I, 25.
(2) A su padre,
Augsburgo, 17-X-1777, I, 251.
* Langenmantel significa “el del abrigo largo”. (N. del T.)
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