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/ EL OMBLIGO DEL MUNDO (3)
El Ombligo del Mundo es
ubicuo. Y como es la fuente de toda la existencia, produce la plenitud mundial
del bien y del mal. La fealdad y la belleza, el pecado y la virtud, el placer y
el dolor, son igualmente producidos por él. “Para el dios, todo es bello, bueno
y justo -dice Heráclito--, los hombres, por el contrario, tienen unas cosas por
justas y otras por injustas”. (54) De aquí que las figuras a que se rinde culto
en los templos del mundo no sean de ninguna manera siempre bellas, siempre
benignas o ni siquiera necesariamente virtuosas. Como la deidad del libro de
Job, trascienden las escalas de los valores humanos. Del mismo modo la
mitología no destaca como su héroe más grande al hombre meramente virtuoso. La
virtud no es sino el preludio pedagógico de la visión ulterior culminante, que
está más allá de cualquier pareja de conceptos. La virtud oprime al yo centrado
en sí mismo y hace posible la centralidad transpersonal, pero cuando eso ha
sucedido ¿qué habrá después del dolor y del placer, del vicio o de la virtud,
ya sea de nuestro yo o de otro? Se percibe entonces la fuerza trascendente que
vive en todos, que en todos es maravillosa y que merece nuestra profunda
obediencia en forma absoluta.
Porque como dijo
Heráclito: “Lo distendido vuelve a equilibrio; de equilibrio en tensión se hace
bellísimo coajuste, que todas las cosas se engendran de discordia.” (35) O,
como también ha dicho el poeta Blake: “El rugir de los leones, el aullar de los
lobos, la cólera del mar huracanado y la espada destructiva, son trozos de
eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.” (56)
Esta dificultad puede
observarse vívidamente en una anécdota de Yoruba (África Occidental) contada de
Edshu, la divinidad engañadora. Un día, este extraño dios caminaba por un
sendero en medio de dos campos. “Vio un labriego trabajando en cada uno de
ellos y se propuso jugar con los dos. Se puso un sombrero que era rojo de un
lado y blanco del otro, verde por delante y negro por detrás, (estos son los
colores de las cuatro direcciones del mundo; Edshu es la personificación del
centro, del axis mundi, del Ombligo
del Mundo); de manera que cuando los labriegos regresaron a su aldea, uno le
dijo al otro: ‘¿Viste pasar ese viejo con el sombrero blanco?’, el otro
contestó: ‘El sombrero era rojo’. Y el primero dijo: ‘No, era blanco.’ Y el
primero dijo: ‘No, era blanco.’ ‘Era rojo’, insistió su amigo, ‘lo vi con mis
propios ojos’. ‘Debes de estar ciego’, declaró el primero. ‘Debes estar
borracho’, contestó el otro. La disputa creció y llegaron a los golpes. Cuando
iban a acuchillarse fueron llevados por sus vecinos ante el juez. Edshu estaba
en medio de la multitud que presenciaba el juicio y cuando el juez no pudo
decidir de qué lado estaba la justicia, el viejo engañador se desenmascaró,
expuso lo que había hecho y mostró el sombrero. ‘No tenían más remedio que
pelear’, dijo. ‘Así lo quise yo. Sembrar la discordia es mi más grande júbilo.’”
(57)
El moralista se llenaría
de indignación y el poeta trágico de compasión y temor; la mitología rompe la
vida entera de una vasta y horrible Divina Comedia. Su risa olímpica no tiene
nada de escapista, sino que es dura, con la dureza de la vida misma, que
podemos suponer es la dureza de Dios, el Creador. La mitología en este sentido
hace que la actitud trágica aparezca hasta cierto punto histórica y del juicio
meramente moral limitado. Esta dureza se equilibra con la seguridad de que todo
lo que vemos no es sino el reflejo de una fuerza perdurable, a la cual no
alcanza el dolor. Por eso estas fábulas son despiadadas y no conocen el terror;
están penetradas del júbilo de un anonimato trascendente que se mira a sí mismo
en todos los egos combatientes y centrados en sí que nacen y mueren en el
tiempo.
Notas
(54) Heráclito, Fragmento
102.
(55) Heráclito, Fragmento
8.
(56) William Blake, The marriage of Heaven and Hell, “Proverbs of Hell”.
(57) Leo Frobenius, Und Afrika sprach… (Berlín, Vita, Deutsches Verlagshaus,
1912), pp. 243-45. Compárese con el episodio asombrosamente similar de Odin
(Wotan) en la Edda en prosa, “Skáldskaparmál”
I (“Scandinavian Classics”, vol. V; Nueva York, 1929, p. 96). Compárese también
el mandato de Yavé en Éxodo, 32:27: “Poned cada uno su espada sobre su muslo;
pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su
hermano, y a su amigo, y a su pariente.”
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