ESTÉTICA Y MAQUINISMO
Al celestinaje del claro
de luna en poesía, ha sucedido ahora el celestinaje del cinema, del avión o del
radio, o de cualquier otra majadería más o menos “futurista”.
Los profesores, los filósofos
y los artistas burgueses tiene un concepto sui-géneris del rol de la máquina en
la vida social y en al arte, atribuyéndola una especie de carácter divino. El
idealismo y la inclinación al misticismo, que se hallan a la base del criterio
de esta gente, les hicieron ver en la máquina, desde el primer momento de la
invención de Fulton, un ídolo o una divinidad nueva y tan misteriosa como todas
las divinidades, ante la cual había que prosternarse, admirándola y temiéndola,
a un tiempo. Y hasta ahora mismo observan esta actitud. Los artistas y
escritores burgueses, particularmente, han acabado por simbolizar en la máquina
la Belleza con B grande, mientras los filósofos simbolizan en ella la
Omnipotencia con O grande. Entre los primeros está el fascista Marinetti,
inventor del futurismo y entre los segundos, el patriarcal Tagore, cuyos
clamores y gritos de socorro contra el imperio jupiterino de la máquina, no ha
podido menos que estremecer el templo fórdico y maldito de la “cultura”
capitalista.
Pero el artista revolucionario
tiene otro concepto y otro sentimiento de la máquina. Para él, un motor o un
avión no son más que objetos, como una mesa o un cepillo de dientes, con una
sola diferencia: aquellos son más bellos, más útiles, en suma, de mayor
eficiencia creadora. Nada más. De aquí que, siguiendo esta valoración
jerárquica de los objetos en la realidad social, el artista revolucionario haga
otro tanto al situarlos en la obra de arte. La máquina no es un mito estético,
como no lo es moral y ni siquiera económico. Así como ningún obrero con
conciencia clasista, ve en la máquina una deidad, ni se arrodilla ante ella
como un esclavo rencoroso, así también el artista revolucionario no simboliza
en ella la Belleza por excelencia, el nuevo prototipo estético del universo, ni
el numen inédito y revelado de inspiración artística. El sociólogo marxista
tampoco ha hecho del tractor un valor totémico en la familia proletaria y en la
sociedad socialista.
La corriente futurista
que a raíz de la revolución de octubre pasó por el arte ruso y, señaladamente,
por la poesía, fue muy explicable, amén de haber sido efímera. Era un rezumo
clandestino y trasnochado de la época capitalista recién tramontada.
Maiakowski, su mayor representante en aquel momento, terminó muy pronto por
reconocerlo así y boicoteó, en unión de Pasternak, Essenin y otros, todo
residuo maquinista en la literatura.
Cuando Gladkov exclama: “La
nostalgia de las máquinas es más fuerte que la nostalgia del amor”, lo dice
solamente como se podría decir: “La nostalgia de las máquinas es más fuerte que
la nostalgia de mi cuarto” o de cualquier otra cosa. No es la máquina la que
sube, sino el amor el que aterriza. Y no deja de contar en este caso el
sentimiento que Walt Whitman posee de la máquina, según el cual, sin desconocer
el valor social y estético de ella, la moviliza y sitúa en sus poemas con una
justeza impresionante.
Tan equivocados andan hoy
los poetas que hacen de la máquina una diosa, como los que antes hacían una
diosa de la luna o del sol o del océano. Ni deificación ni celestinaje de la
máquina. Esta no es más que un instrumento de producción económica, y, como
tal, nada más que un elemento cualquiera de creación artística, a semejanza de
una ventana, de una nube, de un espejo o de una ruta, etc. El resto no pasa de
un animismo de nuevo cuño, arbitrario, mórbido, decadente.
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