LA OBRA DE ARTE Y EL MEDIO SOCIAL
¿Existe una estrecha correspondencia entre la vida del
artista y su obra? ¿Existe un sincronismo absoluto entre la obra y la vida del
autor? Sí. El sincronismo existe en los grandes y en los pequeños artistas, en los
conservadores y en los revolucionarios. El sincronismo se ha producido en el
pasado, se produce actualmente y se producirá siempre. Aun en el caso de
artistas en cuya obra parece, a primera vista, faltar el tono peculiar de su
vida, la concordancia profunda y, a veces, subterránea, es evidente. Para dar
con ella, basta auscultarla con buena fe y con un poco de sensibilidad. Cuando
faltan estas calidades en la exégesis, se cae frecuentemente en error.
Tomemos, en vía de ejemplo, algunos casos. Nietzsche fue
físicamente un hombre débil y enfermo. ¿Se va a colegir de aquí que “El origen
de la tragedia” es la mueca de un hombre deshecho y vencido? Tolstoy no tuvo
nunca cuitas económicas. No supo lo que es ganar el pan con su trabajo. Vivió
como un pequeño burgués o, más exactamente, como un señor feudal. ¿Se colegirá
de aquí que “Resurrección” es una obra feudalizante? Mallarmé vivió en perpetua
abstención política, neutral ante el flujo y reflujo de los parlamentos y
ausente de los comicios, asambleas y partidos políticos. ¿Se colegirá de aquí
que “La siesta del fauno” carece de espíritu político y de sentido social?
Evidentemente, no. Tales conclusiones le vienen solamente al crítico empírico y
ramplón. A semejanza del mal fotógrafo, que busca en la fotografía la
reproducción formal y el remedo externo del original, el mal crítico pretende
hallar en la obra de arte la reproducción literal y el reflejo de repetición de
la vida del artista. Cuando no halla este reflejo -cosa que, dicho sea de paso,
ocurre, precisamente, en los grandes artistas- concluye diciendo que no hay
ningún sincronismo entre la vida del autor y su obra. Así es como proceden
quienes creen que la concordancia existe en ciertos artistas, pero no en todos.
Para encontrar el sincronismo verdadera y profundamente
estético, hay que tener en cuenta que el fenómeno de la producción artística
-como dice Millet- es, en el sentido científico de la palabra, una auténtica
operación de alquimia, una trasmutación. El artista absorbe y concatena las
inquietudes sociales ambientes y las suyas propias individuales, no para devolverlas
tal como las absorbió (que es lo que querría el mal crítico y lo que acontece
en los artistas inferiores), sino para convertirlas dentro de su espíritu en
otras esencias, distintas en la forma e idénticas en el fondo, a las materias
primas absorbidas. Puede ocurrir, como hemos dicho, que a primera vista no se
reconozca en la estructura y movimiento emocional de la obra, la materia vital
en bruto absorbida y de que está hecha la obra, como no se reconoce, a simple
vista, en el árbol los cuerpos químicos nutritivos extraídos de la tierra. Sin
embargo, si se analiza profundamente la obra, se descubrirá necesariamente, en
sus entrañas íntimas, conjuntamente con las peripecias personales de la vida
del artista y a través de ellas, no sólo las corrientes circulantes de carácter
social y económico, sino las mentales y religiosas de su época. Un análisis
químico de la sustancia vegetal constataría, así mismo, un parecido fenómeno
biológico en el árbol.
La correspondencia entre
la vida individual y social del artista y su obra, es pues, constante y ella se
opera consciente o subconscientemente y aun sin que lo quiera ni se lo proponga
el artista y aunque este quiera evitarlo. La cuestión para la crítica está
-repetimos- en saberla descubrir.
Notas
(1) El arte, ¿reflejo de
la vida económica? Claro. Pero reflejo también de la vida social, política,
religiosa y de toda la vida.
La obra de arte y el
medio social: Larrea, en su obra, refleja su vida y la de su época: inhibición
en él, defensa de su clase por la conservación de la sociedad actual. (N. del
A.)
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