1º edición WEB / 2018
La abuela sestea en el
sillón, expulsa los dientes; inhala, los hace entrar a su lugar. Despertará de
su sueño mortecino con la sonrisa en la falda y no habrá visto el magnífico
fenómeno de su dentadura voladora saltando de su boca hasta los nietos. Duerme
bajo la luz de la ventana trenzando las manos.
(La casa respira, hace su
anochecer como también su alborada. Junta objetos como también junta
costumbres. El alma humana necesita un nido, un sitio con bordes, una fe
concreta para que el tiempo, entre nacer y morir, perdure.)
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