domingo

RICARDO AROCENA - EL GRITO II / CAMILA (5)



CAMILA / V

Confesión de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los 5 días del mes de mayo del año mil ochocientos once.

Aunque eran inseparables, Cecilio era muy diferente. Desde niño fue muy sensible y tranquilo. Amaba los trabajos artesanales. Para sobrevivir diseñaba escobas y sombreros con palmas y lo contrataban, porque era muy diestro, para teñir los cueros con yerba mate o con el hollín de los clavos o hierros viejos. Hasta llegó a fabricar por encargo una carreta. Era muy hábil con las manos, pero lo que realmente lo apasionaba era trabajar la tierra. Ni bien Carmela llegó con su familia a Capilla Nueva, quedó prendado de ella. Era la hija mayor de una familia miserable y desamparada, que había sido expulsada de un terreno que ocupaba sin autorización en las cercanías de Soriano. Recuerdo como si fuera hoy el llanto de su padre, que no paraba de repetir que había tenido que abandonar sus hacienditas y todas sus cositas, que no eran más que trescientas cabezas de ganado, tres manadas de yeguas y una manada de caballos. La familia siguió su camino, pero Carmela no. Quedó momentáneamente conchabada en una casa para hacer limpiezas. Después de casarse Cecilio y Carmela se fueron a vivir a un terreno lindero a los campos de Tomás Rodríguez y Lorenzo Gutiérrez, entre los ríos Dacá y Asencio. Era todo lo que querían, una familia y un campo donde sembrar. Estaban felices, pero pronto los acosaron los litigios y las deudas, con las que el poder que vosotros defendéis asedia a los paisanos. Deberíais haber visto cómo trabajaba Cecilio; era un baqueano, no precisaba ayuda para arar, uncía a los animales de dos en dos y salía al campo, hiciera frío o calor. Con un grito y un latigazo lograba que avivaran el paso o giraran sin dificultad cuando llegaban al final del surco. Aunque el rendimiento del trigo era el doble que en España, Jacinto y Carmela ganaban tres veces menos que los que se dedicaban a la actividad ganadera. Nunca se quejaban, pero todo empeoró cuando sus campos, junto a los de Gutiérrez y Rodríguez fueron reclamados por el hacendado de Soriano Juan Bautista Díaz. Frente al Juez, el poderoso estanciero, para quedarse con ellos, alegó que formaban parte de una extensión mayor, que había adquirido en un remate. Cecilio y Carmela presentaron sus derechos de posesión, pero cuando Juan Bautista Díaz vio que perdía el juicio, los acusó de proteger en su chacra a personas vagas, lo cual como vosotros sabéis, está expresamente prohibido. El litigio fue largo. Finalmente Cecilio y Carmela lo ganaron, pero la demanda los hizo reflexionar sobre lo injusto del sistema. Con la llegada de los hijos todo les fue más difícil. El triunfo de la revolución en Buenos Aires, como para tantos otros, fue un halito de esperanza y Cecilio comenzó a apoyarnos en nuestras andanzas, pero sin formar parte de ellas. Su compromiso fue mayor luego de la declaración de guerra de Montevideo a Buenos Aires, cuando sordo a los justos reclamos, el poder que vosotros representáis, enfrentó la conmoción con un resentimiento que exclusivamente logró encrespar los ánimos. Pocos días antes de la escaramuza en Monte de Asencio, Cecilio se apersonó ante Jacinto para revelarle que, aunque carecía de experiencia militar, quería participar en el levantamiento. Era notorio que había conversado el tema con Carmela. Y esa noche los viejos amigos volvieron a encontrarse, esta vez unidos por la justa causa.

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