domingo

POESÍAS - CONDE DE LAUTRÉAMONT (4)



Los mejores autores de novelas y de dramas desnaturalizarían a la larga la famosa idea del bien, si los organismos docentes, conservadores de lo justo, no mantuvieran a las nuevas y viejas generaciones en la senda de la honradez y el trabajo.

En su propio nombre -aunque le pese, es preciso- vengo a renegar con indómita voluntad y férrea tenacidad del horroroso pasado de la plañidera humanidad. Sí: quiero proclamar lo bello en una lira de oro, haciendo abstracción de las tristezas bociosas y de las arrogancias estúpidas que descomponen en su fuente a la poesía cenagosa de este siglo. Mis pies hollarán las estrofas agrias del escepticismo, cuya existencia no se justifica. El juicio, una vez que ha alcanzado el florecimiento de su energía, imperioso y resuelto, sin oscilar un segundo en las incertidumbres irrisorias de una piedad mal situada, fatídicamente las condena, como un procurador general. Hay que velar sin descanso junto a los insomnios purulentos y las pesadillas atrabiliarias. Desprecio y execro el orgullo, y las voluptuosidades infames de una ironía, convertida en pagador, que desplaza la justeza del pensamiento.

Algunos personajes excesivamente inteligentes -no tenéis por qué invalidarlos con palinodias de dudoso gusto- se han arrojado con ímpetu en los brazos del mal. El ajenjo -no lo creo sabroso sino nocivo- mató moralmente al autor del Rolla. (6) ¡Ay de los glotones! Apenas había entrado en la edad madura, el aristócrata inglés, cuando su arpa se quebró bajo los muros del Missolonghi, (7) después de haber recogido a su paso tan sólo las flores que cobijan el opio de las sombrías postraciones.

Aunque superior a los genios comunes, si hubiera encontrado en su época otro poeta dotado como él, con las mismas dosis de una inteligencia extraordinaria, y capaz de presentarse como rival, habría sido el primero en confesar la inutilidad de sus esfuerzos en la producción de maldiciones disparatadas, y que el bien exclusivo solo, es declarado digno, por el clamor universal, de apropiarse de nuestra estima. El hecho es que no hubo alguien que lo combatiera con ventaja. Eso nadie lo ha dicho. ¡Cosa rara!, al hojear las publicaciones y libros de la época se descubre que a ningún crítico se le ha ocurrido hacer resaltar el riguroso silogismo que antecede. Y no es aquel que llegue a superarlo quien pueda haberlo inventado. Tan colmados estaban de estupor e inquietud, más que de reflexiva admiración, ante obras escritas por una mano pérfida, pero que, con todo, revelaban las manifestaciones imponentes de un alma que no pertenece al común de los hombres, y que se encontraba a sus anchas en las últimas consecuencias de uno de los dos problemas menos oscuros que interesan a los corazones no solitarios: el bien, el mal. No a todos es dado abordar los extremos, sea en un sentido, sea en el otro. Esto explica por qué, aun cuando se elogie, sin segundas intenciones, la inteligencia maravillosa de la que da pruebas a cada instante, él, uno de los cuatro cinco faros de la humanidad, se hacen en silencio cuantiosas reservas sobre las aplicaciones y el empleo injustificables que de ella ha hecho a sabiendas. No hubiera debido recorrer los dominios satánicos.

Notas

(6) Poema de Alfred de Musset. (N. del T.)
(7) Referencia a Byron. (N. del T.)

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