domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (43) - ANTONIN ARTAUD


NO MÁS OBRAS MAESTRAS (1)


Uno de los motivos de la atmósfera asfixiante en que vivimos sin escapatoria posible y sin remedio -y que todos compartimos, aun los más revolucionarios- es ese respeto por lo que ha sido escrito, formulado o pintado, y que hoy es forma, como si toda expresión no se agotara al fin y no alcanzara un punto donde es necesario que las cosas estallen en pedazos para poder empezar de nuevo.

Debe terminarse con esta idea de las obras maestras reservadas a un círculo que se llama a sí mismo selecto y que la multitud no entiende; no hay para el espíritu barrios reservados como para las relaciones sexuales clandestinas.

Las obras maestras del pasado son buenas para el pasado, no para nosotros. Tenemos derecho a decir lo que ya se dijo una vez, y aun lo que no se dijo nunca, de un modo personal, inmediato, directo, que corresponda a la sensibilidad actual, y sea comprensible para todos.

Es una tontería reprochar a la multitud que carezca de sentido de lo sublime si confundimos lo sublime con algunas de las manifestaciones formales, que por otra parte son siempre manifestaciones muertas. Y si la multitud actual no comprende ya Edipo rey, por ejemplo, me atreveré a decir que la culpa la tiene Edipo rey, y no la multitud.

El tema de Edipo rey es el incesto, y alienta en la obra la idea de que la naturaleza se burla de la moral, y de que en alguna parte andan fuerzas ocultas de las que deberíamos guardarnos, ya se las llame destino o de cualquier otro modo.

Hay también en Edipo rey una epidemia de peste, encarnación física de esas fuerzas. Pero todo está presentado de un modo y con un lenguaje que no tiene ningún punto de contacto con el ritmo epiléptico y rudo de estos tiempos. Sófocles habla quizá en voz alta. Su lenguaje es hoy demasiado refinado, y aun parece que hablara con rodeos.

Sin embargo, una multitud que se extrema ante las catástrofes, la peste, la revolución, la guerra, una multitud sensible a las angustias desordenadas del amor puede ser conmovida sin duda por esas elevadas nociones, y sólo necesita cobrar conciencia de ellas, pero a condición de que se le hable en un mismo lenguaje, y que esas nociones no se envuelvan en ropajes y palabras adulterados propios de épocas muertas que no volverán.

Hoy como ayer la multitud está ávida de misterio; sólo necesita tener conciencia de las leyes que rigen las manifestaciones del destino, y adivinar quizá el secreto de sus apariciones.

Dejemos a los profesores la crítica de los textos, a los estetas la crítica de las formas, y reconozcamos que si algo se dijo antes no hay por qué decirlo otra vez; que una misma expresión no vale dos veces; que las palabras mueren una vez pronunciadas, y actúan sólo cuando se las dice, que una forma ya utilizada no sirve más y es necesario reemplazarla, y que el teatro es el único lugar del mundo donde un gesto no puede repetirse del mismo modo.

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