13 / LA LECCIÓN DEL PERDÓN (1)
Durante la década de los
cuarenta y antes de obtener su independencia de la Gran Bretaña, la India
estaba inmersa en varias guerras religiosas internas. Un hindú cuyo hijo había
sido muerto a manos de un musulmán en una de aquellas contiendas, visitó al
Mahatma Gandhi y le preguntó: “¿Cómo podría perdonar a los musulmanes? ¿Cómo
podría encontrar la paz cuando su corazón está lleno de odio por aquellos que
han matado a su único hijo?”
Gandhi le sugirió que
adoptara a un huérfano enemigo y lo criara como si fuera hijo suyo.
Necesitamos perdonar para
poder vivir una vida plena. El perdón es el medio de que disponemos para sanar
nuestras heridas, para volver a relacionarnos con los demás y con nosotros
mismos. Todos hemos sido heridos, y aunque no merecíamos ese dolor, de todos
modos nos hicieron daño. Y es casi seguro que también nosotros hemos herido a
otros. El problema no consiste en que nos hayan herido, sino en no poder o no
querer olvidar. Esas son las heridas que continúan doliendo. A lo largo de la
vida vamos acumulando estas heridas, y carecemos de las directrices o la
formación para deshacernos de ellas. Aquí es donde el perdón entra en juego.
Podemos vivir practicando
el perdón o sin practicarlo. De forma irónica, el perdón puede ser un acto
egoísta, puesto que incide más en la persona herida que en quien la hirió. Los
moribundos encuentran la paz de la que carecieron en vida porque morir es
liberarse y perdonar también lo es. Cuando no perdonamos, nos aferramos a
viejas heridas y prejuicios; mantenemos vivas las épocas infelices del pasado y
alimentamos nuestros resentimientos. Cuando no perdonamos nos convertimos en
esclavos de nosotros mismos.
El perdón nos ofrece
muchas cosas, incluso la sensación de plenitud que creíamos arrebatada para
siempre por el ofensor. El perdón nos ofrece la libertad de volver a ser
quienes somos. Todos, nosotros y nuestras relaciones, merecemos la oportunidad
de un nuevo comienzo. Esta oportunidad es la magia del perdón. Cuando
perdonamos a los demás o a nosotros mismos, recuperamos la armonía. Del mismo
modo que un hueso soldado es más fuerte que ese mismo hueso antes de romperse,
nuestras relaciones y nuestra vida serán más fuertes cuando el perdón haya
sanado nuestras heridas.
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