PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)
(Una forma yaqui de conocimiento)
X (2)
El martes 19 de enero
fumé nuevamente la mezcla alucinógena. Le había dicho a don Juan que el humito
me asustaba, y que le tenía mucha aprensión. Él dijo que yo debía probarlo de
nuevo para evaluarlo con justicia.
Entramos en su cuarto.
Eran casi las dos de la tarde. Sacó la pipa. Fui por las brasas y nos sentamos
uno frente a otro. Dijo que iba a calentar la pipa y a despertarla, y que si me
fijaba bien la vería relumbrar. Llevó la pipa a sus labios tres o cuatro veces
y chupó a través de ella. La frotó con ternura. De pronto me hizo un signo casi
imperceptible con la cabeza, indicándome que mirara el despertar de la pipa.
Miré, pero no pude verlo.
Me entregó la pipa. Llené
el cuenco con mi propia mezcla, y luego recogí una brasa usando unas tenazas
que había hecho con unas pinzas de madera para ropa y que había estado
guardando para esta ocasión. Don Juan miró mis tenazas y empezó a reír. Vacilé
un momento, y el carbón se pegó a las tenazas. No me atreví a golpearlas contra
el cuenco de la pipa, y tuve que escupir en la brasa para apagarla.
Don Juan volvió la cabeza
y se cubrió el rostro con el brazo. Su cuerpo se sacudía. Por un momento creí
que lloraba, pero estaba riendo en silencio.
La acción se interrumpió
largo rato y luego él mismo recogió velozmente una brasa, la puso en el cuenco
y me ordenó fumar. Se requería todo un esfuerzo para chupar a través de la
mezcla; parecía ser muy compacta. Tras el primer intento ya tenía yo el fino
polvo en la boca. La adormeció al punto. Yo veía el resplandor en el cuenco,
pero jamás sentí el humo como se siente el humo de un cigarro. Sin embargo,
tenía la sensación de inhalar algo, algo que primero llenaba mis pulmones y
luego se impulsaba hacia abajo para llenar el resto de mi cuerpo.
Conté veinte inhalaciones,
y después la cuenta ya no importó. Empecé a sudar; don Juan me miró fijamente y
me dijo que no tuviera miedo e hiciese exactamente lo que él me indicara. Traté
de responder “bueno”, pero en vez de ello produje un extraño sonido ululante.
Continuó sonando después de que hube cerrado la boca. El sonido sobresaltó a
don Juan, quien tuvo otro ataque de risa. Quise decir “sí” con la cabeza, pero
no podía moverla.
Don Juan me abrió
suavemente las manos y se llevó la pipa. Me ordenó acostarme en el piso, pero
sin dormirme. Pensé que tal vez me ayudaría a acostarme, pero no lo hizo. Sólo
me miraba sin interrupción. De pronto vi girar el cuarto y me hallé mirando a
don Juan desde una postura de costado. A partir de este punto, las imágenes se
hicieron extrañamente borrosas, como en un sueño. Puedo acordarme vagamente de
haber oído a don Juan hablarme mucho durante el tiempo que estuve inmovilizado.
No experimenté miedo, ni
desagrado, durante el estado en sí, ni me sentí mal al despertar al día
siguiente. Lo único fuera de lo común fue que no pude pensar con claridad por
un largo rato después de despertar. Luego, gradualmente, en un período de
cuatro o cinco horas, volví a ser yo mismo.
Miércoles,
20 de enero, 1965
Don Juan no habló de mi experiencia,
ni me pidió que se la relatara. Solamente comentó que me había dormido
demasiado pronto.
-La única forma de seguir
despierto es convertirse en pájaro o grillo o algo por el estilo -dijo.
-¿Cómo se hace eso, don
Juan?
-Es lo que te estoy
enseñando. ¿Te acuerdas de lo que te dije ayer cuando estabas sin cuerpo?
-No puedo recordar
claramente.
-Yo soy un cuervo. Te
estoy enseñando a convertirte en cuervo. Cuando aprendas eso, seguirás
despierto y te moverás con libertad; de otro modo siempre estarás pegado al
suelo, dondequiera que caigas.
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