sábado

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (74) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

X (2)


El martes 19 de enero fumé nuevamente la mezcla alucinógena. Le había dicho a don Juan que el humito me asustaba, y que le tenía mucha aprensión. Él dijo que yo debía probarlo de nuevo para evaluarlo con justicia.

Entramos en su cuarto. Eran casi las dos de la tarde. Sacó la pipa. Fui por las brasas y nos sentamos uno frente a otro. Dijo que iba a calentar la pipa y a despertarla, y que si me fijaba bien la vería relumbrar. Llevó la pipa a sus labios tres o cuatro veces y chupó a través de ella. La frotó con ternura. De pronto me hizo un signo casi imperceptible con la cabeza, indicándome que mirara el despertar de la pipa. Miré, pero no pude verlo.

Me entregó la pipa. Llené el cuenco con mi propia mezcla, y luego recogí una brasa usando unas tenazas que había hecho con unas pinzas de madera para ropa y que había estado guardando para esta ocasión. Don Juan miró mis tenazas y empezó a reír. Vacilé un momento, y el carbón se pegó a las tenazas. No me atreví a golpearlas contra el cuenco de la pipa, y tuve que escupir en la brasa para apagarla.

Don Juan volvió la cabeza y se cubrió el rostro con el brazo. Su cuerpo se sacudía. Por un momento creí que lloraba, pero estaba riendo en silencio.

La acción se interrumpió largo rato y luego él mismo recogió velozmente una brasa, la puso en el cuenco y me ordenó fumar. Se requería todo un esfuerzo para chupar a través de la mezcla; parecía ser muy compacta. Tras el primer intento ya tenía yo el fino polvo en la boca. La adormeció al punto. Yo veía el resplandor en el cuenco, pero jamás sentí el humo como se siente el humo de un cigarro. Sin embargo, tenía la sensación de inhalar algo, algo que primero llenaba mis pulmones y luego se impulsaba hacia abajo para llenar el resto de mi cuerpo.

Conté veinte inhalaciones, y después la cuenta ya no importó. Empecé a sudar; don Juan me miró fijamente y me dijo que no tuviera miedo e hiciese exactamente lo que él me indicara. Traté de responder “bueno”, pero en vez de ello produje un extraño sonido ululante. Continuó sonando después de que hube cerrado la boca. El sonido sobresaltó a don Juan, quien tuvo otro ataque de risa. Quise decir “sí” con la cabeza, pero no podía moverla.

Don Juan me abrió suavemente las manos y se llevó la pipa. Me ordenó acostarme en el piso, pero sin dormirme. Pensé que tal vez me ayudaría a acostarme, pero no lo hizo. Sólo me miraba sin interrupción. De pronto vi girar el cuarto y me hallé mirando a don Juan desde una postura de costado. A partir de este punto, las imágenes se hicieron extrañamente borrosas, como en un sueño. Puedo acordarme vagamente de haber oído a don Juan hablarme mucho durante el tiempo que estuve inmovilizado.

No experimenté miedo, ni desagrado, durante el estado en sí, ni me sentí mal al despertar al día siguiente. Lo único fuera de lo común fue que no pude pensar con claridad por un largo rato después de despertar. Luego, gradualmente, en un período de cuatro o cinco horas, volví a ser yo mismo.


Miércoles, 20 de enero, 1965

Don Juan no habló de mi experiencia, ni me pidió que se la relatara. Solamente comentó que me había dormido demasiado pronto.

-La única forma de seguir despierto es convertirse en pájaro o grillo o algo por el estilo -dijo.

-¿Cómo se hace eso, don Juan?

-Es lo que te estoy enseñando. ¿Te acuerdas de lo que te dije ayer cuando estabas sin cuerpo?

-No puedo recordar claramente.

-Yo soy un cuervo. Te estoy enseñando a convertirte en cuervo. Cuando aprendas eso, seguirás despierto y te moverás con libertad; de otro modo siempre estarás pegado al suelo, dondequiera que caigas.

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