domingo

LA PATRIA QUE TE PARIÓ (EXPLICACIÓN DEL AMOR DE JULIO HERRERA Y REISSIG) - 4

FOLLETÍN SABATINO

HUGO GIOVANETTI VIOLA

primera edición WEB / elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

obra de portada: Haugussto Brazlleim

EPISODIO 4: NÁCAR

Tenida

La tarde que Zorrilla organizó la tenida guitarrística entre el imperator y Florián Regusci en su casona de la Ciudad Vieja, Julieta se las ingenió para tener una charla a solas con el poeta de la patria en el escritorio donde también se amontonaban apuntes preambulares de La Epopeya de Artigas.

-Estoy desesperada -se desorbitó la muchacha después de mostrarle al hombre leonino las dos últimas espinelas que había traído en secreto. -Cuando esto se publique Julio va a transformarse en la presa preferida del gourmet uranista, el diputado elefantino y el vasco bilioso. ¿Se imagina qué rat-pick?
                                                                                     
-Calma -no podía disimular una escandalizada palidez Zorrilla mientras releía las décimas garabateadas con un craqueleo sismográfico. -Y antes que nada pongamos en claro que tu marido no es una rata y que ni Alberto Nin Frías ni José Enrique Rodó ni Miguel de Unamuno son fox-terriers irrespetuosos como los críticos-grifos azuzados para encarnizarse con la morralla del carnaval decadentista. Estamos hablando de espíritus superiores, Julieta.

-¿Y los latigazos que Montero Bustamante les vive encajando a los ismos delicuescentes? -siguió desmandándose la esposa-enfermera del ex-dandy condenado a bailar un perpetuo cake-walk taquicárdico con la enlutada. -¿Acaso a usted le gustan estas espinelas tan sublimes como delirantes? Sea sincero, por Dios.

-La verdad es que a mí me resultan tan chocantes como el Epílogo Wagneriano, aunque igualmente las parió nuestro genio. Y punto.

-Pero el Epílogo no era poesía -casi chilló Julieta. -Y formaba parte de aquel estudio psico-fisiológico que inventó nuestro imberbe Herrera y Hobbes leviatánico y empozoñado en los piringundines del averno teresiano nada más que pour épater les cochons. Si usted leyera las páginas que descartó mi marido no lo saludaría más.

-Me sería tan imposible como dejar de saludar a un hijo. Y te aseguro que Montero Bustamante valora tanto a tu marido como el mismísimo Pablo de Grecia.

-Lo que más me tortura es que Julio ya no quiere publicar ese esperpento misoneísta amañado junto con el Bastardo antes de que empezara el reñidero, pero lo guarda para mecharlo en otras prosas. ¿Se imagina si en el futuro algún eunuco académico se le ocurre chulear la gloria ajena y pone ese disparaterío en la palestra?

-Pues alguno va a haber.

Entonces la muchacha se pañueleó una ráfaga lacrimosa y le preguntó al techo:

-Y cuándo va a transfigurarse en el Divino Narciso.

-Cuando se inmole haciéndole el amor a este rijoso desierto logiero. Lo que puede parecer una determinación imposible. Pero sé que es posible.

-¿Hacerle el amor al diablo?

-Algo así. Yo preferiría decir que tiene que comer el pan amasado por la Mefistófela y comulgar con todos.

-¿Con todo el cocodrilaje?

-Pues no existe otra formar de perdonarlos, nena.

Raptos

-Sabino llegó a contarnos en una tertulia cómo había raptado a su difunta esposa Carolina en pleno Dieciocho de Julio y después que salió del calabozo hasta terminó siendo capaz de secuestrarla de un torreón de la Isla Gorriti para llevársela a Buenos Aires -se puso a arpegiar un aire de milonga en la estrellera el gigante disneico. -Pero lo que yo exalté ad libitum fue la historia de las escaladas de asalto al patio de los sátiros de aquel convento donde una monja les hacía la vista gorda para que pecaran en el nombre del Espíritu Santo. Más o menos como mi hermano Eduardo.

-Sí. Era capaz de todo -carcajeó Florián.

-Y le aseguro que la Capuleto fernandina igualaba en ovarios a la doncella de Orleans que la pollerudez del Vaticano se ha decidido a beatificar con cinco siglos de atraso.
                                            
-Las Tomillo son duras. Lástima que la novia viuda de Justo Regusci se haya transformado en una Eurídice condenada a cuidar a la madre tullida y a la cuñada loca y hemipléjica en esa tumba de médanos que nunca ha dejado de ser San Fernando. La única adoración que la empuja a vivir es la crianza de su sobrinito Guillermo, porque hace rato que perdió la fe.

-Discrepo: la adoración es la quintaesencia más portentosa de la fe, aparcero.

-¿Pero qué hacer para arrancarla de ese destino nefando que se ha ensañado en vampirizarla  como a un cordero inexperto?

Entonces Julio le dio dos palmadas en la rodilla al carolino de mostachos pinchudos murmurando:

-Favor que usted me hace en glosar mi balada, Monsieur le musicien. Y desde ya quedo a sus órdenes si es que la Providencia necesita de mi pluma para desfazer tamaña desolación absurda.

-Es que ese es uno de los motivos por el que vine a verlo -se le anacaró el entusiasmo al dueño de la estrellera. -Perico Saralegui y Borda Pagola me sugirieron que usted sería capaz de versificar unas melodías con las que estoy seguro de que podríamos desengualichar a Magdalena Tomillo.
                                                                                                                            
-Yo lo intentaría con muchísimo gusto -interrumpió los arpegios el juglar embutido abultadamente en el jaqué que había usado para casarse tres meses atrás. -Pero el eximio Saralegui es testigo de que la sencillez poética no es mi don. Me deshago en fiorituras desde que baturrillé mis primeras composiciones en el Prado.

-Es que yo ando buscando verseados barrocos para montar sobre un Estudio de Fernando Sor y dos composiciones criollas de mi autoría.

-No me diga que es el emblemático Estudio en Si Menor.

-Exactamente. El 22, maestro.

-Entonces aquí está actuando la Providencia con un palo -empezó a armar un pitillo temblorosamente Julio. -Porque el último affaire que me acuchilló antes de formalizar el romance con Julieta hizo que escribiera un Requiem sobre ese oleaje lila. Y no es del todo triste, ya que al final el perdón exorciza al vitriolo de la desesperanza. Y lo recuerdo entero. ¿Quiere que se lo dicte?

Requiem                                                                                      

Después que Florián Regusci irrumpió en el escritorio para pedir papel y lápiz, Zorrilla y la muchacha no demoraron en seguirlo a través del gran patio-damero y llegaron al portal del salón cuando Julio ya estaba dictando con mucha lentitud:

-Todas nuestras hojas muertas / la pena despierta de la luna oscura / la lastimadura de las horas locas / todas serán pocas / para que me olvide de tu vida. / Hoy soy el poeta muerto / que besa el desierto / buscando un oscuro terciopelo puro / como el oro loco / que se fue de a poco / cayendo entre el mundo vos y yo.

Julieta se mordió el labio y dio a entender con una seña de que no quería atravesar el cortinado de moaré por donde se filtraban las emanaciones del tabaco ordinario.

-Y aquí debe anticiparse la estrofa de la modulación, que reaparecerá como estribillo -indicó el imperator: -Todo parecía una danza / donde la esperanza / nos caía del sol / pero algo no alcanzó / para que el loco príncipe azul / matara tu dragón. ¿Me sigue?

-Perfectamente.

-Y después del primer estribillo aparece otra estrofa: Huelo una calle de pinos / donde los caminos / encuentran estrellas / aunque ya no hay huellas / de aquel paraíso / y aquel puerto alegre / que doró la paz de tu sonrisa. Y enseguida se repite la del poeta muerto y termina la primera parte. ¿Por qué no prueba a cantar ese exordio?

-Yo soy un cantor criollo -terminó de anotar los nuevos versos Florián. -Y entre las primeras frases habría que ir administrando más aire del que puedo retener.

-Pero esto se parece mucho más a un lieder que a un aria: lo primordial no es el virtuosismo técnico. Y además no se olvide que este responso fue escrito por un corazón roto. Entrecorte las frases como si las jadeara.

Y ya durante la primera versión de la monodia Julieta se bajó el velo para disimular una humedad celosa y Zorrilla sacudió sombríamente la cabeza.

-Bravó -agudizó la felicitación a la francesa Julio después que quedó ajustada la primera mitad del Requiem. -Y la tonalidad le queda a pelo para su grano grave. Ahora tiene que empezar la segunda parte sin cantar y después de repetir el estribillo cierra con esta estrofa alargada por la coda: Hoy que ya me peino el alma / con la pena en calma / sé que la fe oscura / es la verdad que cura / y abro una sonrisa / que ya no precisa / comprensión ni amor. / Huelo una calle de pinos / donde los caminos / van a descansar. / Porque si el perdón alcanza / la desesperanza no podrá reinar.

-Tiene toda la razón, maestro -comentó el trovador carolino recién después de haber probado a hilvanar la monodia completa con muy pocos traspiés: -Esto no es del todo triste.

Entonces Julio contempló la gran cortina de moaré donde se difuminaban el rosa y el rosso pozzuoli en serenos oleajes de lomos amedusados y se paró taconeando unas pataítas.

-Ahora falta saber lo que opinan Lady Julieta y el fantasma de Banquo -dio dos zancadas para descorrerle el telón al portal y abrazar infantilmente a su esposa y a Zorrilla, que no tuvieron más remedio que terminar festejando el chascarrillo.
                                                                                                                     
Oración                                                                                               

-No fue clarividencia -explicó el hombre-niño, reabrochándose un botón de la zona tirante del jaqué que se le había zafado durante los zangoloteos efusivos. -Simplemente lo supe. ¿O en el Libro de Matrimonios de la Iglesia San Francisco de Asís no consta que desde el 22 de julio somos una sola carne con la gatita?

-Hombres -le fue imposible reprimir una sonrisa halagada a Julieta mientras se sentaba frente a Florián. -Me corre un repelús al pensar que fue con esa guitarra que su hermano enamoró a la novia viuda.

-Y Justo me contó que se besaron una sola vez, a través de la reja -se puso colorado el trovero. -Magdalena le apoyó los pechos en los nudillos y creo que eso alcanzó para que se sintieran una sola carne hasta la eternidad.

-Todo pasó sin que pasase nada -se melancolizó Julio.

-Pero la sorpresa que me reservé para ofrecerles en esta velada es el testimonio de la oración a la Virgen del Carmen que trastrocó Sabino Regusci hincado detrás de su todavía inalcanzable Carolina Capuleto el 25 de octubre de 1896 -anunció el poeta de la patria. -Florián la recuerda bien.

-Yo no estaba en el templo, pero el que la escuchó asombrado fue Lucas Rosso -aclaró el guitarrista. -Porque mi hermano iba cambiando lo que se le coreaba a la Virgen náufraga y acabó por rezar: Oh infanta y reina mía que oíste piadosamente los deseos del sediento y prodigiosamente quisiste levantar tu belleza en esta ciudad de Maldonado Extiende ahora sobre mi sombra tu temblor luminoso Sigue derramando contra mi espanto pecador la ternura de tu silencio Conserva mi fe Bendice mi locura Acompáñame en la propagación de lo sagrado y después de nuestra muerte llévanos a la humanidad del sol eterno Amén.

-Eso es adoración -suspiró la muchacha, y volvió a bajarse el velo.

Entonces el imperator se controló las pulsaciones con unos dedos-zarcillos que parecían haber sido modelados por el Greco y sentenció:

-Es que el verdulero de la boca era más artista que yo. Igual que Alfredo.

-Y su hermano me ha contado que era mucho más artiguista que saravista. Lo mismo que Justo -le brilló la devoción al autor de la Epopeya.

-¿Y usted cuántas veces lo vio después que lo internaron? -plegó la hoja donde estaba apuntado el Requiem para guardársela en el bolsillo Florián.

-La tercera vez que lo fui a ver ya se había vuelto de luz, como le gustaba decir a él cuando hablaba de Carolina y de los mellizos que perdieron a los tres años de casarse -se aplastó los alones de la melena Julio. -Y en el manicomio me mostraron un fresco que pintó la última semana, donde un buzo con cara de Sabino volaba adentro del rayo de un faro que subía y se agrandaba desde el Fondo del Mundo al Sol Eterno. Eso lo dejó inscripto en el suelo y en el cielorraso de la celda.

-Es la primera vez que conozco a alguien que haya visto ese fresco -le rodó un lagrimón sobre las constelaciones de la estrellera al guitarrista.

-Y yo hoy es la primera vez que escucho una oración tan alta como el Padrenuestro.

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