martes

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (35)

EL SECRETO


Para leer a medianoche, con tormenta, con luz de vela titilante, y a falta de algo mejor.

Lobisón que dio que hablar, aura que dice, Telúrico Pilín, sétimo hijo varón del viejo Pilín, un curda que le decían “La tomatera” porque se aguantaba con cañas.

Telúrico se emperraba todos los viernes pa la medianoche aunque fuera feriado. Pero también se podía descuidar de fecha y de horas y emperrarse en cualquier parte. Cuando se emperraba le daba por salir a correr gatos y bichitos de la humedá.

Una tardecita Telúrico llegó al boliche El Resorte, en viernes.

Tomando unos vinitos pa no perderle el paladar, taban Genético Yesca, el pardo Santiago, Menudito Pis, el tape Olmedo, la Duvija, Rosadito Verdoso comiendo unos higos, y el Aperiá Chico.

Cuando llegó Telúrico lo invitaron con unos tragos, se puso de charla y cuando quiso acordar no se acordó que era viernes. Lo agarró la medianoche mamau por unanimidá, de prosa con el pardo Santiago. De repente el pardo se sirvió un vino que le llevó su tiempo pa no chorrear, y cuando miró así de nuevo, Telúrico no estaba. Miró pa abajo, y en el lugar del otro había un perro atorrante apoyado contra el mostrador y a las risas. Quería hacer el cuatro con las patas, y no le salía ni con las cuatro patas.

Arriba del mostrador, el barcino hinchó el lomo y saltó pa las bolsas de afrechillo. Telúrico, emperrado, lo vio y le llevó la carga y fue un disparramo en aquel boliche que volaban los vasos, las botellas, las arañas y el pulguerío y Rosadito Verdoso llegó a tirarle unos higos cuando se pelaba por la ventana atrás del gato. Telúrico iba tan mamau que no se le entendía lo que ladraba.

A los cuatro días volvió al boliche a disculparse. Lo disculparon:

-Por favor vecino, no tiene importancia, faltaba más, no se pierda, cuando guste ya sabe, tamo a las órdenes molestia ninguna…

Telúrico se fue y se cruzó con una china nueva en el pago. Fue verla y quedarse enamorau hasta las uñas de los pieses. Mujer nueva en el pago, no podía saber que él era lobisón.

A los pocos días le habló, y a los pocos más se casaron. Pa que la mujer no le descubriera el secreto, los viernes se quedaba toda la noche en el boliche, entretenido con algún güeso que nunca le dejaban faltar, porque hasta el barcino lo toleraba bien. Antes de que se fuera, al aclarar, la Duvija le revisaba las pulgas, cosa que no se apareciera en su rancho con más pulgas de las acostumbradas. Llegaba con el sol alto, la mujer lo estaba esperando con mate pronto, y él le contaba que había estau en una timba de lo más entretenido, y que había salido en plata.

Pero un viernes Telúrico se discuidó em el horario y antes de llegar al boliche, va y se emperra. Emperrau no tenía un criterio, y se quedó por esos campos llamados de Dios, a las carreras pa todos lados, tirándoles mordiscones a los bichitos de luz, ladrándole a las vacas echadas y a la luna. Que va y que viene, de repente vio una gata y la sacó calzada hasta que el pobre animalito se trepó a un árbol.

Al otro día Telúrico taba de lo más preocupau, y fue y le contó todito a la mujer. Le dijo que no la quería tener engañada, que lo mejor era que supiera la verdá, que no lo había hecho por mal, que tenía ese se defecto de ser lobisón, que la noche antes había estau corriendo una gata y que así no era vida, le dijo, y le agregó:

-Sólo te pido que me comprendás…

Ella lo miró con ternura, le acarició la cabeza y le contestó:

-¡Cómo no te voy a comprender, Telúrico, si al gatita de anoche era yo!

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