EL SECRETO
Para
leer a medianoche, con tormenta, con luz de vela titilante, y a falta de algo
mejor.
Lobisón que dio que
hablar, aura que dice, Telúrico Pilín, sétimo hijo varón del viejo Pilín, un
curda que le decían “La tomatera” porque se aguantaba con cañas.
Telúrico se emperraba
todos los viernes pa la medianoche aunque fuera feriado. Pero también se podía
descuidar de fecha y de horas y emperrarse en cualquier parte. Cuando se
emperraba le daba por salir a correr gatos y bichitos de la humedá.
Una tardecita Telúrico
llegó al boliche El Resorte, en viernes.
Tomando unos vinitos pa
no perderle el paladar, taban Genético Yesca, el pardo Santiago, Menudito Pis,
el tape Olmedo, la Duvija, Rosadito Verdoso comiendo unos higos, y el Aperiá
Chico.
Cuando llegó Telúrico lo
invitaron con unos tragos, se puso de charla y cuando quiso acordar no se
acordó que era viernes. Lo agarró la medianoche mamau por unanimidá, de prosa
con el pardo Santiago. De repente el pardo se sirvió un vino que le llevó su
tiempo pa no chorrear, y cuando miró así de nuevo, Telúrico no estaba. Miró pa
abajo, y en el lugar del otro había un perro atorrante apoyado contra el
mostrador y a las risas. Quería hacer el cuatro con las patas, y no le salía ni
con las cuatro patas.
Arriba del mostrador, el
barcino hinchó el lomo y saltó pa las bolsas de afrechillo. Telúrico,
emperrado, lo vio y le llevó la carga y fue un disparramo en aquel boliche que
volaban los vasos, las botellas, las arañas y el pulguerío y Rosadito Verdoso
llegó a tirarle unos higos cuando se pelaba por la ventana atrás del gato.
Telúrico iba tan mamau que no se le entendía lo que ladraba.
A los cuatro días volvió
al boliche a disculparse. Lo disculparon:
-Por favor vecino, no
tiene importancia, faltaba más, no se pierda, cuando guste ya sabe, tamo a las
órdenes molestia ninguna…
Telúrico se fue y se
cruzó con una china nueva en el pago. Fue verla y quedarse enamorau hasta las
uñas de los pieses. Mujer nueva en el pago, no podía saber que él era lobisón.
A los pocos días le
habló, y a los pocos más se casaron. Pa que la mujer no le descubriera el
secreto, los viernes se quedaba toda la noche en el boliche, entretenido con
algún güeso que nunca le dejaban faltar, porque hasta el barcino lo toleraba
bien. Antes de que se fuera, al aclarar, la Duvija le revisaba las pulgas, cosa
que no se apareciera en su rancho con más pulgas de las acostumbradas. Llegaba
con el sol alto, la mujer lo estaba esperando con mate pronto, y él le contaba
que había estau en una timba de lo más entretenido, y que había salido en
plata.
Pero un viernes Telúrico
se discuidó em el horario y antes de llegar al boliche, va y se emperra.
Emperrau no tenía un criterio, y se quedó por esos campos llamados de Dios, a
las carreras pa todos lados, tirándoles mordiscones a los bichitos de luz,
ladrándole a las vacas echadas y a la luna. Que va y que viene, de repente vio
una gata y la sacó calzada hasta que el pobre animalito se trepó a un árbol.
Al otro día Telúrico taba
de lo más preocupau, y fue y le contó todito a la mujer. Le dijo que no la
quería tener engañada, que lo mejor era que supiera la verdá, que no lo había
hecho por mal, que tenía ese se defecto de ser lobisón, que la noche antes
había estau corriendo una gata y que así no era vida, le dijo, y le agregó:
-Sólo te pido que me
comprendás…
Ella lo miró con ternura,
le acarició la cabeza y le contestó:
-¡Cómo no te voy a
comprender, Telúrico, si al gatita de anoche era yo!
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