domingo

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (34)


UNO MUY FORASTERO


Atentos a que este cuento bien pudo no ser escrito, bien puede no ser leído.

El que supo tener problemas con los forasteros, fue Catastrófico Pelambre, el casau con Victimaría Pluf. Se topó con cuanto forastero cayó al pago, menos con el que le llevó la mujer por el fondo la única vez que él dentro por el frente. Y el forastero que más lo impresionó, fue el que llegó una tardecita al boliche El Resorte.

Estaba todo el mundo tranquilo, desagotando una damajuanita de tintillo y hablando de la vida y el corazón. En un rincón, el tape Olmedo le hacía punta a un palito. Más acá, la Duvija figuraba que se pintaba las uñas con pétalos de rosas recortados y Rosadito Verdoso pelaba unos higos. En la punta del mostrador el barcino roncaba como un bendito. Las arañas tejían sus telas en silencio, mientras el pulguerío andaba por ahí saltando de vicio.

Fue cuando se oyó un galope tendido, el sofrenar de un pingo, un relincho, y alguien que echó pie a tierra. Lloraban las espuelas:

Ras ras ras ras…

Dos manos separaron la cortina de arpillera de la puerta, y la silueta recortada como a tijera se quedó allí plantada, acostumbrando las vistas a lo oscuro.

Mirando pa fuera se podía ver caballo blanco bien aperau, silla vaquera, estribos de campana, lazo de naylon y rifle a un costau, contra el costillar del animal nervioso. El forastero dentró.
Ras ras ras ras.

Sombrero blanco aludo, pantalón ajustado, camisa bordada, botas negras tacudas, espuelas brillosas y ojos clarones. Colgando de cada lau de las caderas, lucía un par de semejantes revólveres.

Se acercó al mostrador y pidió un scotch.

-¡Scoch!

El barcino se corrió pa la otra punta del mostrador desperezando el lomo.

Como naides lo servía, el forastero sacó un revólver con una velocidad infinita, lo hizo dar vueltas entre los dedos como un molinete, y como lo sacó lo enfundó.

El tape Olmedo lo miró de rabo de ojo, y le siguió sacando punta al palito.

La Duvija quedó como impresionada. Rosadito Verdoso hacía saltar un par de higos en la palma de la mano, como quien les toma el peso.

-¡Scoch! -rugió el forastero.

El pardo Santiago medio se le arrimó con el vaso de tinto en la mano, tiró el pucho al suelo, y al apagarlo con un buche de vino aprovechó pa salpicarlo.

A lo que el forastero vio que el pardo era pardo y que además estaba en patas, sacó los dos revólveres, los hizo dar vueltas con los dedos y se quedó apuntando pa todos lados.

Desde el rincón se oyó la voz del tape Olmedo.

-Límeles la mira.

Se ve que al hombre lo sorprendió el timbre de aquella voz, porque los ojos se le pusieron celestes de rabia, sacudió los trabucos y dijo:

-¡Col 45!

-¡Repollo 78! -dijo el tape y ya le había puesto el cuchillito en la barriga. Cuando el otro quiso ver qué era lo que estaba pinchando se le estrellaron dos higos en la frente, el barcino le saltó arriba del sombrero aludo, las arañas le tiraron las telas a las vistas, la Duvija le chumbó a las pulgas, y el hombre asustau llamó a su caballo “¡Silvera”, montó y disparó al galope mientras los higos le chiflaban en las orejas.

Después el tape comentaba:

-Insolente el forastero. ¡Mire si son maneras de venir a pedir un corcho!

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