UNO MUY FORASTERO
Atentos
a que este cuento bien pudo no ser escrito, bien puede no ser leído.
El que supo tener
problemas con los forasteros, fue Catastrófico Pelambre, el casau con
Victimaría Pluf. Se topó con cuanto forastero cayó al pago, menos con el que le
llevó la mujer por el fondo la única vez que él dentro por el frente. Y el
forastero que más lo impresionó, fue el que llegó una tardecita al boliche El
Resorte.
Estaba todo el mundo
tranquilo, desagotando una damajuanita de tintillo y hablando de la vida y el
corazón. En un rincón, el tape Olmedo le hacía punta a un palito. Más acá, la
Duvija figuraba que se pintaba las uñas con pétalos de rosas recortados y
Rosadito Verdoso pelaba unos higos. En la punta del mostrador el barcino
roncaba como un bendito. Las arañas tejían sus telas en silencio, mientras el
pulguerío andaba por ahí saltando de vicio.
Fue cuando se oyó un
galope tendido, el sofrenar de un pingo, un relincho, y alguien que echó pie a
tierra. Lloraban las espuelas:
Ras ras ras ras…
Dos manos separaron la
cortina de arpillera de la puerta, y la silueta recortada como a tijera se
quedó allí plantada, acostumbrando las vistas a lo oscuro.
Mirando pa fuera se podía
ver caballo blanco bien aperau, silla vaquera, estribos de campana, lazo de
naylon y rifle a un costau, contra el costillar del animal nervioso. El
forastero dentró.
Ras ras ras ras.
Sombrero blanco aludo,
pantalón ajustado, camisa bordada, botas negras tacudas, espuelas brillosas y
ojos clarones. Colgando de cada lau de las caderas, lucía un par de semejantes
revólveres.
Se acercó al mostrador y
pidió un scotch.
-¡Scoch!
El barcino se corrió pa
la otra punta del mostrador desperezando el lomo.
Como naides lo servía, el
forastero sacó un revólver con una velocidad infinita, lo hizo dar vueltas
entre los dedos como un molinete, y como lo sacó lo enfundó.
El tape Olmedo lo miró de
rabo de ojo, y le siguió sacando punta al palito.
La Duvija quedó como
impresionada. Rosadito Verdoso hacía saltar un par de higos en la palma de la
mano, como quien les toma el peso.
-¡Scoch! -rugió el
forastero.
El pardo Santiago medio
se le arrimó con el vaso de tinto en la mano, tiró el pucho al suelo, y al
apagarlo con un buche de vino aprovechó pa salpicarlo.
A lo que el forastero vio
que el pardo era pardo y que además estaba en patas, sacó los dos revólveres,
los hizo dar vueltas con los dedos y se quedó apuntando pa todos lados.
Desde el rincón se oyó la
voz del tape Olmedo.
-Límeles la mira.
Se ve que al hombre lo
sorprendió el timbre de aquella voz, porque los ojos se le pusieron celestes de
rabia, sacudió los trabucos y dijo:
-¡Col 45!
-¡Repollo 78! -dijo el
tape y ya le había puesto el cuchillito en la barriga. Cuando el otro quiso ver
qué era lo que estaba pinchando se le estrellaron dos higos en la frente, el
barcino le saltó arriba del sombrero aludo, las arañas le tiraron las telas a
las vistas, la Duvija le chumbó a las pulgas, y el hombre asustau llamó a su
caballo “¡Silvera”, montó y disparó al galope mientras los higos le chiflaban
en las orejas.
Después el tape
comentaba:
-Insolente el forastero.
¡Mire si son maneras de venir a pedir un corcho!
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