domingo

JORGE LIBERATI especial para elMontevideano Laboratorio de Artes


EL EFECTO LAMPEDUSA

El individuo sufre hoy los efectos de una nueva forma de limitar el derecho a la soberanía y a la autonomía de la conciencia, pero que sólo responde a una vieja práctica. Es víctima de un fenómeno extraordinario, que el sujeto tolera casi inconscientemente. Se trata de la influencia por la cual se relega todo desarrollo intelectual auténtico, la maduración de los gustos, las preferencias espirituales, físicas, morales y valorativas. En su lugar se le infiltra intangiblemente en sus costumbres un modo artificial de ser y de desempeñarse que sustituye toda posible caracterización propia y toda autenticidad. Un implante grotesco y vulgar le queda como único atributo, si no había ninguno antes, o como uno nuevo si ya lo había. De pretendido origen cultural, esta joya falsa responde a la esperanza de los nuevos tiempos: cómo cambiar para que todo siga igual.

La nueva forma de afectar al individuo empuja hacia objetivos vacíos, que no tardan en degenerar si no aparece la reacción temprana capaz de despertar su conciencia. Parece no haber sistema de prevención al respecto. Darle el nombre de colonización sería menospreciar su nuevo perfil y referirse a alguien o a algo que ocupa por la fuerza un dominio del que se apropia. Pero ahora no hay ningún alguien ni ningún algo ni fuerza física que despoje notoriamente a nadie. No hay violencia directa, abuso perceptible, destrucción registrable, apropiación indebida comprobable.

El influjo obra sobre la conciencia bajo la dirección de un dispositivo tecnológico inmaterial, avalado por el código jurídico y tolerado por el tratado de moral, impulsivo sólo en el sentido subrepticio de operación furtiva y subliminal. Aunque este obrar ineluctable pueda convalidar la teoría de la alienación, valga aquí sólo como cruda descripción de un fenómeno indisimulable. Parece una modalidad transgresiva que se ejerce a la sombra de la globalización, y en parte lo es. Ya el filósofo y teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré había estudiado este fenómeno, concluyendo que “el enemigo lo tenemos en nosotros mismos”[i]. Un efecto colateral del progreso, invención o deus ex machina del teatro mundial, que hoy presenta la comedia del año, farsa, sainete colosal cuya trama de enredos se resume en la profundización de los cambios para que todo quede como está.


EL POLVO QUE RESPIRAMOS

El influjo, que hasta hace poco tiempo operaba desde arriba hacia abajo, sin ocultar sus procedencias, ahora surge desde la misma tierra, como si al pasar fuéramos nosotros quienes removemos el polvo que pisamos, agitando y saturando el aire hasta respirarlo. Una forma de la alienación se ha asociado una vez más a la tecnología, hoy en su máximo esplendor y como uno de los mayores bienes que ha conquistado la sociedad contemporánea. Ella facilita el monopolio de las riquezas, alimentos, energía, información, descubrimientos científicos, y es muy difícil reconocer que lo que ha sido concebido para elevar al hombre al grado más alto de civilización en la historia, encierre peligrosa y paralelamente el signo contrario, el germen de la masificación, la anulación de la conciencia, lo irracional, el mal gusto, el juicio lateralizado en toda instancia de las actividades corrientes. No exactamente porque lo contenga en sí sino porque se la dispone a favor de ese signo contrario a la evolución de la humanidad (si en verdad evoluciona).

Las invasiones y ocupaciones militares, las colonias o los protectorados son asuntos del pasado. La guerra se transfiere ahora a la tecnología, el soldado al experto en mercadeo, la asistencia solidaria a la venta de chatarra cultural. La nueva forma de inmiscuirse perfecciona sus procedimientos al punto de lograr camuflarlos en la apariencia normal de la vida de las comunidades. Y, lo peor, se ocupa de preparar mentalmente a sus noveles víctimas para que acepten con agrado lo que parece una buena nueva. Con el añadido de que no es preciso leer instrucciones, porque el mismo uso de los aparatos ya implica dejar de pensar para accionarlos intuitivamente.

La nueva máquina de fregar conciencias se expande por todo el mundo, no sólo entre nosotros. No se responsabiliza a los gobiernos ni a las potencias sino a la famosa mano invisible que mercadea en los bazares del mundo. El estallido expansivo de este formidable instrumento sigue al de la electrónica, la nueva física y la neurobiología, y a la aplicación de una lógica diferente y divergente con la que se ha logrado “humanizar” a los artefactos. Esto es proverbialmente beneficioso y, si no fuera por la deshumanización de la única criatura humana que existe, nos permitiría aclarar los mayores misterios y resolver los más difíciles problemas. Pero se gesta en todo lugar donde la ambición desmedida gana a creadores e inversores, y en esto se parece a los viejos métodos del pasado, por lo que hay lugar a la sospecha de que los cambios son sólo en la forma.

La tecnología, además, facilitada por la popularización de los precios, se orienta a favor de todos y no sólo es dirigida por la especulación. Sin embargo, es necesario comprender que por sí sola no podrá elevar el nivel del tesoro de la cultura. No podrá amar, aunque pueda acompañar; no podrá consolar, aunque pueda auxiliar; no podrá dialogar, aunque pueda responder aleatoriamente; no podrá elegir ni dirimir, aunque pueda pronosticar y proyectar; y, aunque pueda advertir el peligro no podrá intuir amenazas de fondo, no podrá señalar intrincados caminos, sospechar, presentir o tener corazonadas. Su magia por ahora sólo complementa la astucia y la sagacidad de la mente. Pese a sus tropiezos, sus idas y venidas, los infatigables ensayos e inevitables errores, lo humano representa la facultad innovadora, el destello del descubrimiento, la chispa de la creatividad. Si no puede sustituir, al menos puede secundar con éxito la obra del hombre, y si su innegable versatilidad no puede sustituir todas las facultades humanas, en cambio puede vaticinarse su creciente predominio en el futuro.

También remolca una propiedad parásita, como las técnicas de todas las etapas del desarrollo histórico. No sustituye a la mente sino a los artefactos estropeados o caducos, y sólo trabaja en el lugar de la fuerza y de las habilidades físicas del individuo, brindando otras más poderosas. Quiere decir, definitivamente, que no sustituye a la cultura humanística. Su perfil impactante y apenas imaginado por la ciencia ficción, así como su superioridad fáctica, nos hace pensar en que es el sustituto de todo. Hace unas décadas atrás, el científico y educador sudafricano Seymour Papert creyó que su programa Logo podía sustituir (sic) la didáctica en las aulas[ii]; es un estupendo complemento pedagógico, pero no es sustituto de nada. La tecnología es superior en materia de espacio y tiempo: velocidad, cantidad, almacenamiento, acceso rápido a la información, funcionalidad, versatilidad, movilidad, ventajas todas para el cuerpo, el brazo, la mano, los ojos, el tacto, el oído.


NUEVA O VIEJA INDEFENSIÓN

La tecnología se preparó exitosamente para abalanzarse sobre su público. Tomó sus contenidos del espíritu del vulgo para devolverlo digitalizado, en móviles y múltiples colores y así no tener que preparar al destinatario, pudiendo terminar dirigiendo el proceso de “culturalización”. En lugar de ponerse la tecnología al servicio del hombre, y a pesar de prestarle algunos servicios muy beneficiosos, se puso al hombre a su servicio, particularmente en todo lo que tiene que ver con el aporte de las innovaciones y de los inventos imprescindibles para el despertar y el perfeccionamiento de la inteligencia humana.

Hay una emancipación, por supuesto, y consiste en unir esas dos dimensiones, la mente y el cuerpo, sin pelear en procura de que dejen de separarlas quienes tenían el poder de hacerlo, el antiguo poder de la espada. El costo de la emancipación parece que correrá por cuenta no de una colectividad o de un país sino del mundo entero. Corre el riesgo, sin embargo, de que, debido a la ductilidad del instrumento liberador, los libertadores pasen sin demora a ser los esclavos, como hartamente lo confirma la historia. Porque, cualquiera que fuere el beneficiado, puede ocurrir que a la larga tomará las riendas de la tecnología y la usará en beneficio propio.

La antigua víctima del “lobo del hombre” tenía plena conciencia de su situación, de la esclavitud como perdedor en la guerra, del sometimiento religioso o ideológico, de la expropiación territorial, y deseaba la liberación afanosamente. La víctima del nuevo colonialismo, empero, vive deslumbrado por las luces del know-how, el “saber cómo” comerciar los nuevos productos, que a decir verdad es un saber ingenioso y eficientísimo. Por lo que difícilmente advierte sus consecuencias y efectos indeseados, que siempre se podrán evitar y de cuyos lazos esclavizantes habrá maneras de liberarse, si se quisiera, porque sus cadenas son psicológicas, y lo psicológico está dentro de cada conciencia.

La tecnología, por otra parte, compensa al hombre con entretenimiento, supuestamente desestresante; le hace creer que combate la angustia y la ignorancia. Pero, como para tener acceso a este entretenimiento no es necesario poner nada de sí propio, nada de invención, nada de creación personal, esa búsqueda de resarcimiento a la larga o a la corta fracasa. La nueva forma de “incluir”, de esta manera, no es imposición desde fuera sino imposición desde dentro, la más fuerte de las imposiciones. Es falsa satisfacción del afán de superación del ser humano, que merece una atención más digna. El natural religioso del hombre, su afán de trascendencia, puede dar con su vía natural en la fe, en el Dios divino o terreno, y también en el arte, en el trabajo, en la vocación. Hoy, sin alegorías o con ellas, el ideal de trascendencia se practica como culto bajo la bóveda de un nuevo templo electromagnético.

La nueva cultura es mental y en vías de volverse espiritual. Este es el dilema. Una enfermedad mental puede ser tratada, reducidos sus efectos principales. Pero un daño espiritual no se cura fácilmente. No se mitigan sus consecuencias sin contar con la voluntad de la persona afectada. Un colonizado desde dentro es un ser endurecido, impenetrable, ajeno al mal que lo invade. Satisface sus necesidades confundiendo el afán de superarse con la ambición carente de rumbo. Estatus, figuración, tomar todo de un entorno al cual no se ofrece nada, son los síntomas de ese mal, aunque no es nuevo. Responde al viejo lema que inmortalizó Lampedusa[iii]: “que todo cambie para que todo siga igual”.


Notas

1 Alberto Methol Ferré entrevistado por Alver Metalli, “Viejos y nuevos enemigos”, La América Latina en el siglo XXI, Buenos Aires, Edhasa, 2006.
2 Seymour Papert, Desafío a la mente, Buenos Aires, Galápago, 1982.
3 Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957) escritor italiano autor de la novela El gatopardo, llevada al cine por Lucino Visconti y protagonizada por Burt Lancaster. Muestra cómo la aristocracia siciliana encuentra la forma de conciliarse con la revolución en marcha. En ella está, igualmente, la clave de como un régimen encuentra la forma de conciliarse con el anteriormente combatido.

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