3 / EL HÉROE Y EL DIOS (4)
Ya sea el héroe ridículo
o sublime, griego o bárbaro, gentil o judío, poco varía su jornada en lo
esencial. Los cuentos populares representan la acción heroica como física; las
religiones superiores le dan sentido moral a sus hazañas; sin embargo, es
asombrosa la poca variedad que se encuentra en la morfología de la aventura, en
los personajes que intervienen, en las batallas ganadas. Si uno u otro de los
elementos básicos del arquetipo queda omitido de un cuento de hadas, leyenda,
ritual o mito, se halla implícito de uno u otro modo. Y la omisión misma puede
ser muy significativa para la historia y la patología del caso, como pronto
veremos.
La parte segunda, “El
ciclo cosmogónico”, muestra la gran creación y destrucción del mundo que se
entrega como revelación al héroe triunfador. El capítulo I, Emanaciones, trata de la creación de las
formas del universo a partir del vacío. El capítulo II; El nacimiento de virgen, es una revisión del papel creador y
redentor de la fuerza femenina, primero en la escala cósmica, como la Madre del
Universo, después en el plano humano, como la Madre del Héroe. El capítulo III,
Transformaciones del héroe, sigue el
curso de la historia legendaria de la raza humana a través de sus etapas
típicas, con la aparición del héroe en diversas formas de acuerdo con las necesidades
cambiantes de la raza. Y el capítulo IV, Disoluciones,
habla del final previsto, primero para el héroe, y luego para el mundo visible.
El ciclo cosmogónico se
presenta con asombroso paralelismo, en los escritos sagrados de todos los
continentes, (43) y da a la aventura del héroe un giro nuevo e interesante, porque
ahora aparece que la peligrosa jornada es una labor no de adquisición sino de
readquisición, no de descubrimiento sino de redescubrimiento. Se revela que las
fuerzas divinas buscadas y peligrosamente ganadas han estado siempre dentro del
corazón del héroe. Él es “el hijo del rey”, que ha llegado a saber quién es; de
aquí que haya entrado al ejercicio de su propia fuerza, “hijo de Dios”, que ha
sido enseñado a apreciar cuánto significa ese título. Desde este punto de vista
el héroe es el símbolo de la divina imagen creadora y redentora que está
escondida dentro de todos nosotros y sólo espera ser reconocida y restituida a
la vida.
“Porque aquel que se ha
convertido en muchos, permanece Uno solo indivisible, pero cada una de sus partes
es toda de Cristo”, leemos en los escritos de San Simeón el joven (949-1022 d.
C. “Lo vi en mi casa -sigue el santo-, entre todos los objetos diarios apareció
Él inesperadamente, se unió y se confundió inefablemente conmigo; se unió a mí sin
que hubiera cosa alguna entre nosotros, como el fuego al acero y la luz al
cristal. Y Él me hizo como fuego y como luz. Y yo me convertí en aquello que
había visto y contemplado desde lejos. No sé cómo relataros este milagro… Soy
hombre por naturaleza y Dios por la gracia de Dios.” (44)
Una visión comparable a
esta se describe en el apócrifo Evangelio de Eva. “Estaba yo en un alto monte y
vi un hombre gigante y otro raquítico. Y oí así como una voz de trueno. Me
acerqué para escuchar y me habló diciendo: ‘Yo soy tú y tú eres yo; dondequiera
que estés, allí estoy yo. En todas las cosas estoy desparramado y de cualquier
sitio puedes recogerme, y, recogiéndome a mí, te recoges a ti mismo’.” (45)
Ambos, el héroe y su dios
último, el que busca y el que es encontrado, se comprenden como el interior y
el exterior de un solo misterio que se refleja a sí mismo como un espejo,
idéntico al misterio del mundo visible. La gran proeza del héroe supremo es
llegar al conocimiento de esta unidad en la multiplicidad y luego darla a
conocer.
Notas
(43) El presente volumen no
se ocupa del estudio histórico de las circunstancias. Este aspecto está
reservado a un libro ahora en preparación. El presente volumen es un estudio
comparativo, no genético. Su objeto es mostrar que existen paralelos esenciales
en los mitos mismos, así como en las interpretaciones y explicaciones que los
sabios han dado.
(44) Traducción de Dom
Ansgar Nelson, P. S. B., en The Soul
Afire (Nueva York, Pantheon Books, 1944), p. 303.
(45) Citado por Epifanio,
Haeresses, XXVI, 3.
No hay comentarios:
Publicar un comentario