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EL HÉROE DE LAS MIL CARAS (10) - JOSEPH CAMPBELL


3 / EL HÉROE Y EL DIOS (2)

Durante siete días Gautama, ahora el Buddha, el Iluminado, permaneció inmóvil en bienaventuranza; por siete días permaneció apartado y sentado en el punto en el que había recibido la iluminación; por siete días caminó entre el lugar donde estuvo sentado y el lugar donde estuvo de pie; por siete se alojó en un pabellón amueblado por los dioses y revisó toda la doctrina de la causalidad y la liberación; por siete días se sentó bajo el árbol donde la joven Sujata le había traído arroz con leche en un recipiente de oro y allí meditó sobre la dulzura del Nirvana; se dirigió a otro árbol y una gran tempestad rugió por siete días, pero el Rey de las Serpientes surgió de las raíces y protegió el Buddha con su caperuza extendida; finalmente, el Buddha se sentó por siete días bajo un cuarto árbol disfrutando todavía de la dulzura de la liberación. Entonces puso en duda que su mensaje pudiera ser comunicado, pensó retener la sabiduría para sí mismo, pero el dios Brahma descendió del cénit a implorarle que se convirtiera en el maestro de los dioses y de los hombres. El Buddha fue así persuadido a mostrar el camino. (38) Y regresó a las ciudades de los hombres, donde vivió entre los ciudadanos del mundo otorgándoles el inestimable bien del conocimiento del camino. (39)

El Antiguo Testamento registra un hecho comparable en su leyenda de Moisés, quien al tercer mes de la partida del pueblo de Israel de las tierras de Egipto, llegó con toda su gente al Monte Sinaí y allí Israel levantó sus tiendas contra las laderas de la montaña. Y Moisés fue hacia Dios y el Señor lo llamó de la montaña. El Señor le dio las Tablas de la Ley y le ordenó que volviera con ellas a Israel, el pueblo del Señor. (40)

La leyenda popular judía dice que durante el día de la revelación diversos ruidos se escucharon desde el Monte Sinaí. “Relámpagos, acompañados por un estrépito de cuernos siempre mayor, aterrorizaron al pueblo y lo hicieron temblar. Dios inclinó los cielos, movió la tierra y sacudió el centro del mundo, de manera que las profundidades temblaron y los cielos se atemorizaron. Su esplendor pasó los cuatro portales del fuego, del temblor, de la tempestad y del granizo: Los reyes de la tierra temblaron en sus palacios. La tierra misma pensó que había llegado el momento de la resurrección de los muertos y que tendría que dar cuenta de la sangre que había absorbido, de los asesinatos, y de los cuerpos de las víctimas que había cubierto. La tierra no entró en calma hasta que escuchó las primeras palabras del Decálogo.

Los cielos se abrieron y el Monte Sinaí, libertado de la tierra, se levantó en el aire hasta que su cumbre se perdió en los cielos, mientras que una espesa nube cubrió sus laderos y tocó los pies del Trono Divino. A un lado de Dios aparecieron vestidos mil ángeles con coronas para los levitas, la única tribu que había permanecido fiel a Dios, mientras que el resto adoraba al Becerro de Oro. En el segundo lado había sesenta miríadas de tres mil quinientos cincuenta ángeles y cada uno llevaba una corona de fuego para cada uno de los israelitas. En el tercer lado había el doble de este número de ángeles y en el cuarto los ángeles eran sencillamente innumerables. Porque Dios no apareció en una dirección, sino en todas simultáneamente, lo que, sin embargo, no impedía que su gloria abarcara tanto el cielo como la tierra. A pesar de estas innumerables multitudes, no estaba lleno el Monte Sinaí, no había tumulto, había sitio para todos.” (41)

Como veremos, la aventura del héroe, ya sea presentada con las vastas, casi oceánicas imágenes de Oriente, o en las vigorosas narraciones de los griegos, o en las majestuosas leyendas de la Biblia, normalmente sigue el modelo de la unidad nuclear arriba descrita; una separación del mundo, la penetración a alguna fuente de poder, y un regreso a la vida para vivirla con más sentido. Todo el Oriente fue bendecido por el don que les entregó Gautama Buddha, su maravillosa enseñanza de la Buena Ley, así como el Occidente lo ha sido por el Decálogo de Moisés. Los griegos referían la existencia del fuego, el primer soporte de la cultura humana, a las hazañas trascendentes de su Prometeo, y los romanos la fundación de su ciudad, centro del mundo, a Eneas, después de su partida de la Troya derrotada a través de su visita al pavoroso mundo inferior de los muertos. En todas partes, sin que importe cuál sea la esfera de los intereses (religiosa, política o personal), los actos verdaderamente creadores están representados como aquellos que derivan de una especie de muerte con respecto al mundo y lo que sucede en el intervalo de la inexistencia del héroe, hasta que regresa como quien vuelve a nacer, engrandecido y lleno de fuerza creadora, hasta que es aceptado unánimemente por la especie humana. Por consiguiente, nos ocuparemos de seguir una multitud de figuras heroicas a través de las etapas clásicas de la aventura universal, con el objeto de revisar las revelaciones eternas. Esto nos ayudará a entender no sólo el significado de las imágenes vigentes en la vida contemporánea, sino la unicidad del espíritu humano en sus aspiraciones, poderes, vicisitudes y sabiduría.


Notas

(38) El problema es que el estado de Buddha o Iluminación, no puede ser comunicado sino sólo el camino hacia la iluminación. Esta doctrina de la incomunicabilidad de la verdad que está por encima de los nombres de las formas es básica a las grandes tradiciones orientales y platónicas. En cuanto las verdades de la ciencia con comunicables, por medio de hipótesis demostrables racionalmente fundadas en hechos observables, el ritual, la mitología y la metafísica no son sino guías para llegar a la iluminación trascendental cuyo paso final debe dar cada uno en su propia experiencia silenciosa. De aquí que uno de los términos sánscritos para sabio sea müni (el silencioso). Säkyamüni (uno de los títulos de Gautama Buddha) significa “el silencioso o sabio (müni) del clan de los Sakya”. Aunque él es el fundador de una religión mundial, el último punto de su doctrina permanece escondido y, necesariamente, en silencio.
(39) Tomado en forma muy abreviada de Jataka, Introducción, I, 58-75 (traducción de Henry Clarke Warren, Buddhisim in Translations; Harvard Oriental Series, 3; Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1896, pp. 56-87) y del Lalitavistara como lo ha interpretado Ananda K. Coomaraswamy, Buddha and the Gospel of Buddhism (Nueva York, G. P. Putnam’s Sons, 1916), pp. 24-38.
(40) Éxodo, 19:3-5.
(41) Louis Ginzberg, The Legends of the Jews, vol. III, pp. 90-94 (The Jewish Publication Society of America, Filadelfia, 1911).

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