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/ EL HÉROE Y EL DIOS (2)
Durante siete días
Gautama, ahora el Buddha, el Iluminado, permaneció inmóvil en bienaventuranza;
por siete días permaneció apartado y sentado en el punto en el que había
recibido la iluminación; por siete días caminó entre el lugar donde estuvo
sentado y el lugar donde estuvo de pie; por siete se alojó en un pabellón
amueblado por los dioses y revisó toda la doctrina de la causalidad y la
liberación; por siete días se sentó bajo el árbol donde la joven Sujata le
había traído arroz con leche en un recipiente de oro y allí meditó sobre la
dulzura del Nirvana; se dirigió a otro árbol y una gran tempestad rugió por
siete días, pero el Rey de las Serpientes surgió de las raíces y protegió el
Buddha con su caperuza extendida; finalmente, el Buddha se sentó por siete días
bajo un cuarto árbol disfrutando todavía de la dulzura de la liberación.
Entonces puso en duda que su mensaje pudiera ser comunicado, pensó retener la
sabiduría para sí mismo, pero el dios Brahma descendió del cénit a implorarle
que se convirtiera en el maestro de los dioses y de los hombres. El Buddha fue
así persuadido a mostrar el camino. (38) Y regresó a las ciudades de los
hombres, donde vivió entre los ciudadanos del mundo otorgándoles el inestimable
bien del conocimiento del camino. (39)
El Antiguo Testamento registra
un hecho comparable en su leyenda de Moisés, quien al tercer mes de la partida
del pueblo de Israel de las tierras de Egipto, llegó con toda su gente al Monte
Sinaí y allí Israel levantó sus tiendas contra las laderas de la montaña. Y
Moisés fue hacia Dios y el Señor lo llamó de la montaña. El Señor le dio las
Tablas de la Ley y le ordenó que volviera con ellas a Israel, el pueblo del
Señor. (40)
La leyenda popular judía
dice que durante el día de la revelación diversos ruidos se escucharon desde el
Monte Sinaí. “Relámpagos, acompañados por un estrépito de cuernos siempre
mayor, aterrorizaron al pueblo y lo hicieron temblar. Dios inclinó los cielos,
movió la tierra y sacudió el centro del mundo, de manera que las profundidades
temblaron y los cielos se atemorizaron. Su esplendor pasó los cuatro portales
del fuego, del temblor, de la tempestad y del granizo: Los reyes de la tierra
temblaron en sus palacios. La tierra misma pensó que había llegado el momento
de la resurrección de los muertos y que tendría que dar cuenta de la sangre que
había absorbido, de los asesinatos, y de los cuerpos de las víctimas que había
cubierto. La tierra no entró en calma hasta que escuchó las primeras palabras
del Decálogo.
Los cielos se abrieron y
el Monte Sinaí, libertado de la tierra, se levantó en el aire hasta que su
cumbre se perdió en los cielos, mientras que una espesa nube cubrió sus laderos
y tocó los pies del Trono Divino. A un lado de Dios aparecieron vestidos mil
ángeles con coronas para los levitas, la única tribu que había permanecido fiel
a Dios, mientras que el resto adoraba al Becerro de Oro. En el segundo lado
había sesenta miríadas de tres mil quinientos cincuenta ángeles y cada uno
llevaba una corona de fuego para cada uno de los israelitas. En el tercer lado
había el doble de este número de ángeles y en el cuarto los ángeles eran
sencillamente innumerables. Porque Dios no apareció en una dirección, sino en
todas simultáneamente, lo que, sin embargo, no impedía que su gloria abarcara
tanto el cielo como la tierra. A pesar de estas innumerables multitudes, no
estaba lleno el Monte Sinaí, no había tumulto, había sitio para todos.” (41)
Como veremos, la aventura
del héroe, ya sea presentada con las vastas, casi oceánicas imágenes de Oriente,
o en las vigorosas narraciones de los griegos, o en las majestuosas leyendas de
la Biblia, normalmente sigue el modelo de la unidad nuclear arriba descrita;
una separación del mundo, la penetración a alguna fuente de poder, y un regreso
a la vida para vivirla con más sentido. Todo el Oriente fue bendecido por el
don que les entregó Gautama Buddha, su maravillosa enseñanza de la Buena Ley,
así como el Occidente lo ha sido por el Decálogo de Moisés. Los griegos
referían la existencia del fuego, el primer soporte de la cultura humana, a las
hazañas trascendentes de su Prometeo, y los romanos la fundación de su ciudad,
centro del mundo, a Eneas, después de su partida de la Troya derrotada a través
de su visita al pavoroso mundo inferior de los muertos. En todas partes, sin
que importe cuál sea la esfera de los intereses (religiosa, política o
personal), los actos verdaderamente creadores están representados como aquellos
que derivan de una especie de muerte con respecto al mundo y lo que sucede en
el intervalo de la inexistencia del héroe, hasta que regresa como quien vuelve
a nacer, engrandecido y lleno de fuerza creadora, hasta que es aceptado unánimemente
por la especie humana. Por consiguiente, nos ocuparemos de seguir una multitud
de figuras heroicas a través de las etapas clásicas de la aventura universal,
con el objeto de revisar las revelaciones eternas. Esto nos ayudará a entender
no sólo el significado de las imágenes vigentes en la vida contemporánea, sino
la unicidad del espíritu humano en sus aspiraciones, poderes, vicisitudes y
sabiduría.
Notas
(38) El problema es que
el estado de Buddha o Iluminación, no puede ser comunicado sino sólo el camino
hacia la iluminación. Esta doctrina de la incomunicabilidad de la verdad que
está por encima de los nombres de las formas es básica a las grandes
tradiciones orientales y platónicas. En cuanto las verdades de la ciencia con
comunicables, por medio de hipótesis demostrables racionalmente fundadas en
hechos observables, el ritual, la mitología y la metafísica no son sino guías
para llegar a la iluminación trascendental cuyo paso final debe dar cada uno en
su propia experiencia silenciosa. De aquí que uno de los términos sánscritos
para sabio sea müni (el silencioso).
Säkyamüni (uno de los títulos de Gautama Buddha) significa “el silencioso o
sabio (müni) del clan de los Sakya”.
Aunque él es el fundador de una religión mundial, el último punto de su
doctrina permanece escondido y, necesariamente, en silencio.
(39) Tomado en forma muy
abreviada de Jataka, Introducción, I,
58-75 (traducción de Henry Clarke Warren, Buddhisim
in Translations; Harvard Oriental Series, 3; Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 1896, pp. 56-87) y del Lalitavistara
como lo ha interpretado Ananda K. Coomaraswamy, Buddha and the Gospel of Buddhism (Nueva York, G. P. Putnam’s Sons,
1916), pp. 24-38.
(40) Éxodo, 19:3-5.
(41) Louis Ginzberg, The Legends of the Jews, vol. III, pp.
90-94 (The Jewish Publication Society of America, Filadelfia, 1911).
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