1º
edición WEB / 2018
La luz de marzo tiene
mucha paciencia. Por la mañana, en el vapor sosegado y humeante, el palpitar
humano puede flotar entre las plantas como si fuera un ave. Cuando se plasma
esa bienaventuranza interior, lo femenino sabe que sentir es unirse a las
cosas.
Entró temprano a la
cocina. Miró la vegetación encantada desde la puerta. Su voluntad levanta una
leve alegría. Con ella ordena la mesada, fija su atención en la forma de las
hortalizas, en lo específico del color y la textura que las mueve a ser lo que
son. Luego las limpia meticulosamente bajo el chorro de agua.
La voluntad también
provoca otros fenómenos, actúa en otros sitios. Circula en la sangre, en la
mujer aérea y metabólica, en el vivir conjunto de los órganos.
Una voluntad secreta
distinta a la que pone al concentrar sus ojos y sus manos preparando el almuerzo,
una que vive ocultamente en otra maravilla.
Adentro de su cuerpo algo
gira en trompo copiando el acto exterior de revolver el contenido de la olla.
Se quita las gotas de sudor que huelen a especias.
Deja la comida a fuego
lento. Repitiendo remotas etapas, la voluntad trabaja como un dios. El embrión
crece. La joven mujer está silbando una cancioncita dulce.
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