domingo

RICARDO AROCENA EL GRITO II / CAMILA (2)



Confesión de la acusada Doña Camila Barbosa, realizada en la Cárcel de Montevideo, a los veinticinco días del mes de abril del año mil ochocientos once.

Durante mi estadía en Capilla Nueva no me brindé a alardes sociales, ni me consagré a ostentar pañuelos y mantillas, o los novísimos colores de las faldas de bayeta. Mi obsesión fue la gente. V. S., integrantes de este Tribunal, lo que aprendí de los que me rodeaban, lo que me aleccionó la realidad, es lo degradante del sistema español, que relega a los súbditos americanos. Mientras premia a los residentes europeos con distinciones y prerrogativas, restringe o impide las actividades de los criollos. Soy testigo de que ese oprobioso sistema condena a los cultivadores que la ingrata fortuna no les permitió hacer suya aunque sea algunas pocas cuadras de buen terreno, a sembrar al azar, muchas veces en lugares remotos, para poder sostener a sus familias. He visto que los hacendados, aun teniendo terrenos no pueden labrarlos, por no contar con cercos que impidan que sus sementeras sean invadidas por los ganados; conocí de cerca el drama de la polilla de la campaña, los infelices que pese a ocupar durante años tierras realengas, terminan siendo desalojados por carecer de título o autorización. Nadie que no sea un malvado podrá desconocer que el origen de las discordias y de las calamidades públicas, está en las disconformidades sociales y no en los libros que prohibís y que con todo el peso de vuestro poder alejáis de su lectura. No son los alborotadores y sediciosos como vos los llamáis los responsables del descontento, no lo son tampoco los curas que denuncian las desdichas con las que conviven a diario y que tratan de mitigar con sus sermones en sus parroquias, del malestar son responsables las estrategias realistas, el yugo al que son sometidos por vuestro desgobierno. Cuando estalló la insurrección en Capilla Nueva creísteis que con algún sargento y unos pocos soldados la protesta sería sofocada y que la generalidad de los habitantes se mantenía en estado de sumisión y apocamiento. Confiados, ni siquiera quisisteis darle con propiedad a los alzados el nombre de enemigos, porque nos consideraban de poca consideración. Siempre imaginasteis a los habitantes venales e inicuos, vuestra soberbia no les permitió apreciar que estaba llena la medida del sufrimiento y que los seres humanos no somos otra cosa que nuestra moral. Durante mucho tiempo fui testigo del padecimiento de la gente, hurgué en su desconsuelo para poderlo comprender, escuché sus clamores, la revolución en Buenos Aires le dio esperanzas, el padecimiento se transformó en insubordinación. Y la insubordinación devino en rebelión. No hay nada que pueda apagar el incendio de las almas. Y en Capilla Nueva las almas de los pobladores se enardecieron. En cada casa, en cada palmo de tierra, en las pulperías, en las plazas, en la ribera, en las chácaras, hombres y mujeres, niños y ancianos, gentes de todos los oficios, percibieron que acababa una época de ignominia y que de ellos dependía que iniciara otra, colmada de ilusión. Señores del Tribunal, de acuerdo al oficio que estáis confeccionando y al contenido del sumario, me doy cuenta que quienes han testificado en mi contra son los mismos que en su momento denunciaron a las autoridades españolas de Capilla Nueva los preparativos del alzamiento. Por ese motivo no tiene sentido que objete las delaciones, responderé minuciosamente, a sabiendas de que mis confesiones solamente pueden perjudicar a mi persona, ya que al resto de los aquí denunciados no los puede alcanzar el oprobioso brazo militar español. Estoy convencida que quienes me acompañaron en esta lucha me envidian la gloria de padecer por mi amada patria y tengo la certidumbre que muy cerca en el tiempo estarán junto al resto de los orientales en las puertas de esta muy fiel y conquistadora, reclamando mi liberación.

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