FOLLETÍN SABATINO
HUGO
GIOVANETTI VIOLA
primera edición WEB / elMontevideano Laboratorio de
Artes / 2018
obra
de portada: Haugussto Brazlleim
EPISODIO
3: JAZMINES
Luna
-Pero mire qué maravilla
-señaló el rebrillo de las cúpulas de la catedral el Inspector Camacho al salir
de jugar al ajedrez en el Casino Uruguayo con Jonás Erik Jönson.
-Albino, el pastor loco, quiere besar la luna -recitó disfrutando su
castellano pedregoso el sueco. -En la
huerta sonámbula vibra un canto de cuna… / Aúllan a los diablos los perros del
convento.
Y cruzaron la plaza donde
los faroles de gas de acetileno temblaban como luciérnagas entre un viento de
nácar para comer un puchero en el Café y Billar de Juan Stuart.
-No tuve el coraje de
advertirle a Lucas Rosso que su admirable obsequiosidad de pretender leerle un
soneto de Herrera y Reissig a Magdalena Tomillo era una misión imposible
-terminó de engrasarse el bigotazo del mismo color del choclo el sueco. -Porque
hoy me comentó Dodera que últimamente ya no viene ni a misa.
-Peor -trinchó un pedazo
de chorizo muy pálido Camacho. -Mi esposa fue a pedirle una partitura y ella la
recibió jediendo vergonzosamente a cognac y le dijo que se sentía expulsada de la vida y que lo único que
le quedaba por hacer en este mundo del diablo era criar al sobrino.
-¿Dijo expulsada de la vida?
-Yo ya tengo estibadas
casi seis décadas, pero le aseguro que nunca escuché una expresión tan fóbica
como esa.
Entonces el farero empapó
una cáscara de galleta de campaña en el vino y la devoró extasiado mientras
escarbaba en una faltriquera hecha con piel de lobo para sacar un libro de
encuadernación rotosa.
-Escuche esto -abrió la
edición de 1890 de Les chants de Maldoror
caratulada por un grabado de Léon Genonceaux. -Lector, tal vez quieras que invoque al odio al comenzar esta obra.
¿Quién te asegura que no vas a aspirar, bañado en la más infinita
voluptuosidad, con tus enormes y filosas narinas, dándote vuelta como un
tiburón en el bello aire negro, como si pudieras entender la importancia de ese
gesto y sobre todo la de tu apetito legítimo, lenta y majestuosamente, los
rojos vapores? Te aseguro que los agujeros de tu hocico, oh monstruo, se
refocilarán si aprendes a respirar tres mil veces seguidas la conciencia
maldita del Eterno!
-Cristo -se le cayeron
los cubiertos al prolijo funcionario estatal. -¿Esa es la obra maestra escrita por un montevideano
que le hizo llegar a la isla el capitán Södergran?
-Y lo que le estoy
leyendo es una traducción improvisada -se contorsionó el otro para enfocar la
fosforecencia de la luna que reinaba en la plaza.
-Pero es algo satánico.
-Y sin embargo ilumina
extraordinariamente la esencia de esta tierra donde las refriegas humanas son
tan parecidas a las matanzas de las vacas y de los lobos.
-Bueno, le confieso que
si yo dominara el francés jamás leería este mensaje infernal. Disculpe, don
Jonás.
-Pues tenga por seguro
que nuestro venerado Julio Herrera y Reissig debe conocer al dedillo este poema
escrito por un muchacho que se sentía expulsado
de la vida.
Fonte
Julieta demoró un rato
largo en volver a entornar la puerta del dormitorio y les hizo un ademán a los
ya muy alarmados muchachos mientras murmuraba:
-¿Podrán pasar a verlo,
caballeros? Disculpen el desorden de este batiburrillo, pero a Julio se le
acabaron las fuerzas para levantarse y todavía no les leyó la segunda décima.
¿No me hace el favor de traer el cartapacio, Botana?
El imperator ya estaba metido en la cama y recitaba ojicerradamente:
-¿Qué ven los ojos míos? / o son de mis pesares desvaríos, / o es
Narciso el que está en aquella Fuente, / cuya limpia corriente / exempta corre
de mi rabia fiera. / Quién fuera tan dichosa, que pudiera / envenenar sus
líquidos cristales, / para ponerles fin a tantos males! / pues si él bebiera en
ella mi veneno, / penara con las ansias que yo peno.
-Es El divino Narciso de Sor Juana Inés de la Cruz -les aclaró la
muchacha a los desconcertadísimos dandys.
-¿Viste, hermano? -dejó
que Holofernes le lamiera el escapulario mariano el hombrón de barbaza
encanecida. -Los anarquistas de la toldería se dan el lujo de no conocer a la
Malinche calderoniana, que era mucho más macha que todos ellos juntos. Y por si
faltara poco hoy el cura comparó a la Sine Labe Concepta con Judith, la
guillotinadora libidinosa.
-Basta, viejo -chilló
Julieta.
Zum Felde le había
agarrado un hombro a Botana con un infantilismo feminoide y el imperator levantó la escupidera al
tanteo para gargajear un gran bolo marrón:
-¿Cómo quieren entender
este recoveco bubonizado por las maniobras que la masonería aprende en los
sótanos jacobinos donde la mismísima ninfa Eco es la reina de los
ajusticiamientos nupciales si no leen a los clásicos, babiecas?
-A Eco la conocemos -retrucó
Botana, empalidecido por la humillación.
-Sí, me imagino que
tomaron cursos en el Polo Bamba con el macabro neurasténico de última hora que
fue pateado como un cuzco por don Pepemagno hasta quedar chapoteando en un
manglar donde va a terminar de enloquecerse aplastando mosquitos que le
vulcanizarán la verga en una marche aux
flambeaux.
Y después que la muchacha
salió llorando del dormitorio empalmó una compresa para limpiarse los restos de
bilis y trató de sonreír:
-Perdónenme, muchachos.
Es que cuando siento que no voy a poder terminar una gran melodización idílica que tendría que llamarse Los pianos crepusculares me horrorizo de
veras. Y antes de espejarme en la inmaculación de mi final floral tengo que
terminar estas décimas mórbidas. ¿No le pedís a Julieta que traiga el
cartapacio, merovingio querido?
-Lo tengo aquí -saltó
Botana.
-Perdónenme y acepten la
catarata de mi agradecimiento por ladearme como arcángeles en esta mi pasión -se incorporó Julio para sacar
otra hoja muy corregida y casi ilegibilizada por un hormigueo de anotaciones al
margen. -El que no sabe amar en llaga viva a la musa asesina no es poeta,
caballeros.
Pezones
Lucas Rosso ató su
caballo frente el caserón rosado de los Tomillo cuando el amanecer lunar ya
lamía horizontalmente los arenales donde se recortaba la Torre del Vigía y
quedó enfrentado a una niña que usaba una diadema hecha con jazmines del país,
como en las retretas carnavaleras.
-Vengo a ver a la señorita Magdalena -se acuclilló el servidor saravista para distinguir mejor la perfección botticelliana de la criatura. -¿Cómo te llamás?
-María del Mar. Y
le aviso que mi madrina ya se encerró en el cuarto con Guillermito.
-Pero todavía es
temprano.
-No creo que lo
reciba -le reverberó la tristeza a la infanta disfrazada de bailarina. -Hoy me
pidió que viniera a cuidar al sobrino porque le tocaba llorar a ella.
El hombre se
enderezó apretándose un momento los párpados y compuso una sonrisa de
resplandor filoso:
-Es la primera que
escucho el nombre María del Mar. ¿Dónde vivís?
-En aquella otra
casa rosada. Ya me tengo que ir.
-Sos muy linda.
-Gracias. Pero tía
Magdalena me explicó que lo único que importa es ser feliz, y por eso me pone
estas coronas. Ella las usaba siempre en los bailes de Las Delicias.
Después la niña se
escapó saludándolo saltarinamente con un brazo y Lucas volvió a montar su
tordillo y al doblar en la esquina de la Plaza del Recreo distinguió la silueta
de la novia viuda incrustada en la
reja. Entonces se acercó al paso y mientras iba sacando el recorte periodístico
del paletó sintió un tufo a cognac que estragaba el manar de los jazmines
estrellados del patio y leyó con devoción:
-Anoche vino a mí, de terciopelo; sangraba
fuego de su herida abierta; era su palidez de pobre muerta / y sus náufragos
ojos sin consuelo… / Sobre su mustia frente descubierta / languidecía un
fúnebre asfodelo. / Y un perro aullaba en la amplitud de hielo, / al doble
cuerno de una luna incierta… / Yacía el índice en su labio, fijo / como por
gracia de hechicero encanto, / y luego que, movido por su llanto, / quién era,
al fin, la interrogué, me dijo: / -Ya ni siquiera me conoces, hijo: / ¡si soy
tu alma que ha sufrido tanto!...
Entonces la
mujer-muchacha retiró los pezones desnudos que le había ofrecido al estrellerío
y mientras se cerraba el corpiño murmuró:
-No me escribas.
Volvé.
Lucas conocía muy
bien aquella frase con la que Magdalena Tomillo había despedido a Justo Regusci
en enero de 1904, cuando se besaron por primera y última vez a través de esa
reja.
-No quiero que vuelvas muerto -insistió la novia viuda, hundida en la espesura de una borrachera de esas que
al otro día no pueden recordarse.
Y cuando Lucas Rosso arrancó al galope murmuró:
-Volvé a nacer, almita.
Pero el jinete misionero ahora ya no la oía.
Luzbel
-Mefistófela divina, / miasma de
fulguración, / aromática infección / de una fístula divina… -empezó a leer
el imperator mientras Julieta
reaparecía en la puerta del dormitorio
con gelidez de gata. -¡Fedra,
Molocha, Caína, / cómo tu filtro me supo! / A ti -¡Santo Dios- te cupo / ser
astro de mi desdoro; / yo te abomino y te adoro / y de rodillas te escupo!
La muchacha y los dandys se miraron demasiado tiempo sin hablar, y el
hombre de barbaza chorreada se llevó a la boca el escapulario que acababa de
lamer Holofernes:
-Este silencio confirma que ya se me contempla como al Luzbel invocado
por el profeta uranista, Oro hermano.
Y sin embargo juro que voy a ser capaz de terminar reclamando la adoración a la
Sine Labe Concepta. Pero antes tengo que dejarle clavada mi galante calavera a
la requin que me odia.
-Eureka -se agarró la cabeza de repente Botana. -Recién ahora comprendo
que esta espinela me hizo revivir la agonía de Justo Regusci en la retirada de
Paso del Parque. Íbamos en la misma carreta y lo que le pidió a Lucas Rosso
después que se le gangrenó la pierna me hizo fluir una revelación ectoplásmica
sublime.
-Regusci -se le iluminó la
melancolía a Julio. -Ese era el apellido del santo genial con el que
guitarreábamos en la pensión hasta que hubo que llevarlo al manicomio, donde lo
visité varias veces. ¿Escuchaste, mon
chaton? Apareció el apellido del Narciso floral que pensé que se me había
escapado para siempre entre la crepuscularidad del Hada Amorfa.
-Entonces estamos hablando del mismo Sabino Regusci -saltó Botana. -¿No
trabajaba de verdulero en la Boca?
-Sí. Y había perdido dos hijitos durante la epidemia de viruela y al
otro año se le murió la mujer, tuberculosa. A la nena que sobrevivió la tuvo
que mandar a Maldonado con la abuela porque él ya era una sombra. Aunque nunca
conocí a nadie tan invencible como ese hombre. Y desde que encerraron a mi
hermano vengo pensando en él todos los días, porque para mí fue como
encontrarme con la supernova de Kepler: De
Stella nova in pede Serpentarii. Constelación
Ophiuchus. Y el nombre que me salía
era Sabino Regules. ¿Así que vos
peleaste con el hermano de Sabino?
-Y me parece que tenía un tercer hermano que vivía en San Carlos.
-Pero ahora vive acá: yo lo conocí en la casa de Roxlo -intervino Zum
Felde, que después de escuchar la segunda espinela parecía haberse petrificado.
-Es un guitarrista amigo de don Juan Zorrilla de San Martín.
-¿Pero qué fue lo que le pasó a usted
en la carreta donde agonizó Justo? -recogió a Holofernes la muchacha que a
veces participaba como médium en las sesiones de espiritismo.
-Es imposible
explicarlo -se agarró el estómago Botana igual que si fuera a vomitar. -Lo más
seguro es que yo también estuviese delirando, pero de golpe sentí que había sudado una especie de silueta de Cristo
que acabó por ponerle un jazmín en la boca al hermano de Sabino Regusci.
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