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Continúo. Había una cola
de pescado que se meneaba en el fondo de un orificio al lado de una bota
destalonada. No era lógico preguntarse: “¿Dónde está el pescado? Sólo veo una
cola que se mueve.” Ya que, precisamente, al admitir de modo implícito que no
veía el pescado, significaba que en realidad no estaba allí. La lluvia había
dejado algunas gotas de agua en el fondo de este embudo, excavado en la arena.
En cuanto a la bota destalonada, hay quien pensó más tarde que provenía de un
abandono voluntario. El cangrejo paguro, por el poder divino, debía renacer de
sus átomos disociados. Sacó del pozo la cola de pescado y le prometió unirla a
su cuerpo perdido, si anunciaba al Creador, la impotencia de su mandatario para
dominar las furibundas olas del mar maldoroniano. Les prestó dos alas de
albatros, con lo que la cola de pescado levantó vuelo. Pero se dirigió hacia la
morada del renegado, para referirle lo que pasaba, y traicionar al cangrejo
paguro. Este adivinó las intenciones del espía, y, antes de que el tercer día
tocara a su fin, atravesó la cola de pescado con una flecha envenenada, La
garganta del espía emitió una débil exclamación, que dio el último suspiro
antes de tocar tierra. Entonces, una viga secular situada en la techumbre de un
castillo, se enderezó en toda su altura de un salto y exigió venganza con
grandes voces. Pero el Todopoderoso, convertido en rinoceronte, le informó que
aquella muerte era merecida. La viga, tranquilizada, fue a colocarse en el fondo
del castillo, recobró su posición horizontal, y llamó nuevamente a las arañas
asustadas, para que continuasen tejiendo, como antes, sus telas en los
rincones. El hombre de labios de azufre reconoció la debilidad de su aliada;
por eso ordenó al loco coronado quemar la viga y reducirla a cenizas. Aghone
ejecutó esa orden severa. “Ya que ha llegado el momento, según usted”, exclamó,
“he ido a recuperar el anillo que había enterrado debajo de la piedra, y lo he
atado a uno de los extremos de la cuerda. Aquí está el paquete,” Y mostró una
gruesa cuerda arrollada sobre sí misma, de sesenta metros de largo. Su amo le
preguntó qué hacían los catorce puñales, Contestó que permanecían fieles y
listos para cualquier evento, si fuera necesario. El esforzado inclinó la
cabeza en señal de satisfacción. Demostró sorpresa y hasta inquietud cuando
Aghone agregó que había visto un gallo partir con el pico de un candelabro en
dos, hundir la mirada por turno en cada una de las partes y exclamar batiendo
las alas con frenéticos movimientos: “No es tan grande como se cree la
distancia entre la rue de la Paix y
la place du Panthéon. Pronto tendrán
la demostración lamentable.”
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