GERARDO
MENÉNDEZ
¿NUEVAS CARAS PARA EL
INDIVIDUALISMO O NUEVO PARADIGMA PARA EL SENTIDO COMÚN?
(Basado en una tesis defendida en
Mayo de 2000 / Banca Examinadora:
Marcelo Jasmin, IUPERJ (Presidente), Edmundo Campos Coelho, IUPERJ (Orientador),
Otávio Velho, PPGAS, Rafael Bayce, UDELAR, Fátima Tavares, UFJF)
1ª edición WEB elMontevideano
Laboratorio de Artes / 2018
A - El problema del individualismo
Según
autores como Bellah, Tipton, Heelas y D´Andrea, la New Age es una continuación de la contracultura de los años 60. El
tipo de individualismo que la contracultura implica se diferencia del
individualismo utilitario, característico de la ética consumista que
predominaba en los Estados Unidos en los años 50, y al que ella se opuso.
El gran
punto a resolver es si las creencias “sacralizadoras del self” que caracterizan al ala más “religiosa”, así como las
nociones de “auto-ayuda” y “tecnologías del yo”, que exalta el ala “secular” de
la New Age, son un rebrote del
individualismo utilitario o son manifestaciones de un nuevo tipo de
individualismo, derivado de la contracultura de los 60 y, más hacia atrás, del
romanticismo del siglo XIX.
Robert
Bellah[1]
dirigió una gran investigación sobre las transformaciones de la cultura y la
consciencia religiosa en los Estados Unidos. Según él, después de la segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos vivió un período de prosperidad económica que
modificó las bases éticas de la sociedad. La tradicional cultura bíblica
puritana se convirtió en un obstáculo para la nueva economía de consumo. Ésta
necesitaba una ética que no penase la gratificación inmediata de los deseos.
Esa ética fue el individualismo utilitario.
Mientras para
la ética bíblica ser libre era ser libre respecto al pecado, lo que es sinónimo
de ser obediente a Dios y poseer un carácter moralmente virtuoso; para la
moralidad utilitaria, la libertad significa ser libre de toda restricción,
libertad de realizar el propio interés, los propios fines, sea cual sea el
contenido de éstos. La naturaleza humana aparece como mecanicísticamente
determinada, su psicología de asociación describe la personalidad como una
colección desorganizada de deseos. Para este tipo de concepción, las acciones
son deseables en la medida que sus consecuencias ayudan a satisfacer los deseos
e intereses del actor. Amparada en una ontología realista o “dualista”, según
la cual los objetos materiales existen externa e independientemente a la experiencia,
el utilitarismo parte de la distinción indisoluble entre sujeto y objeto, entre
el yo y lo-otro, entre mente y materia. Este “self pos-cartesiano” es enfrentado a un mundo mecánico-matemático
que él conoce y usa como un objeto. La
virtud cardinal de esta ética es, según Tipton[2], la eficiencia de los
agentes en maximizar la satisfacción de sus deseos.
Es importante
resaltar el papel jugado por el Pensamiento Positivo en la mencionada
reconversión de la moral americana, los libros de Norman Vincent Peale[3] (que
era un pastor protestante) sirvieron para reconvertir el sentimiento de
obligación de la religión bíblica en “una forma de piedad puramente privada que
enfatiza sólo las recompensas individuales”, de tal forma que, “para muchos, la
religión misma se convirtió, finalmente, en un medio de maximizar el
auto-interés, sin relación efectiva con la virtud, la caridad o la comunidad”[4].
Así, “la sociedad americana continuó invocando la retórica y los símbolos de la
religión bíblica aún cuando actuaba de acuerdo a los valores utilitarios”[5].
A inicios de
los años 60, el viejo orden comenzó a perder legitimidad. Según Bellah, más
allá de la “coyuntura de insatisfacciones” -las protestas de las minorías
raciales, de los jóvenes de clase media contra la guerra de Corea, de las
mujeres- la causa de la crisis fue “la incapacidad del individualismo
utilitario para proveer una pauta de significados de existencia personal y
social”. Para él, la crisis de los años 60 fue “una crisis de significados”,
más que política o social[6].
Los jóvenes hippies repudiaban la moral utilitaria y
su poco creíble alianza con la religión bíblica. Esto los llevó a buscar sus
fuentes éticas fuera de la tradición occidental.
“La religión de
la contracultura no fue, en general, bíblica. Ella fue tomada de varias
fuentes, incluyendo los indios americanos. Sus influencias más profundas, sin
embargo, vinieron de Asia. De diversas formas, la espiritualidad asiática
ofreció un contraste más completo al repudiado individualismo utilitario que la
religión bíblica. A la realización externa, ella contraponía la experiencia
interior, a la explotación de la naturaleza, la armonía con la naturaleza; a la
organización impersonal, una intensa relación con un gurú. El budismo Mahayana, sobretodo en la forma del Zen, aportó la influencia religiosa mas
penetrante a la contracultura, pero elementos del taoísmo, el hinduismo y el
sufismo también se hicieron sentir”.[7]
Hubo un
apartamiento no sólo del individualismo utilitario sino de todo el aparato de la
sociedad industrial.
La
contracultura inauguró un nuevo estilo ético, para el que “la manera de hacer
es ser”. La acción correcta es aquella que más plenamente expresa al actor, sus
sentimientos interiores y su experiencia de la situación.
El concepto de
“individuo” de la contracultura tenía una calidad altamente reflexiva. La
auto-consciencia (self-awarenes), no
la auto-preservación, es la finalidad central. Bellah[8] y Tipton[9] llamaron “individualismo
expresivo” a este tipo de concepción moral.
Mientras el
individualismo utilitario se basa en una ontología cartesiana, dualista, que
separa claramente sujeto y objeto, mente y cuerpo, yo y no-yo, como ya se dijo;
el mundo del individualismo expresivo está constituido por diversos
significados, las acciones son gobernadas por una lógica moral ecléctica. El
cosmos de la contracultura no está estructurado por leyes naturales ni por
principios filosóficos en el sentido occidental. El concepto de lo divino,
cuando lo hay, tiende a ser no-teístico, o por lo menos supone un tipo de dios
no-profético, que no imparte ordenes. En cambio, la asunción fundamental es de
un monismo a-cósmico, según el cual “todo es uno”, energía o existencia pura,
sin estructura estable o duradera.
Según Tipton,
este monismo constituye la principal diferencia entre la orientación cognitiva
de la contracultura y la del utilitarismo.
Por otro lado, también se opone al dualismo pre-cartesiano de la ética
teísta. Ese monismo permea también las escasas y difusas reglas éticas de la contracultura:
“ama a tus hermanos y hermanas”, “no lastimes a nadie” etc. Estas obligaciones
no emanan ni de la voluntad del Dios bíblico, ni del auto-interés racional
utilitario, sino de la asunción de que toda la vida está unida y de que toda la
existencia es una.
Para analizar
las grandes y rápidas transformaciones éticas de la sociedad americana de
pos-guerra, Tipton estableció una tipología de estilos de evaluación ética.
Según ésta, el
individualismo utilitario es un estilo ético de tipo consecuencial,
orientado hacia los deseos de los agentes para definir qué es bueno, y hacia el
cálculo y la predicción empíricos de las consecuencias de un dado acto, para
determinar qué es correcto. Un acto es correcto porque produce la mayor
cantidad de buenas consecuencias.
La ética
bíblica, en su versión tradicional, había sido un estilo autoritativo de
evaluación ética, es decir, orientado a una autoridad moral. Un acto es
correcto porque lo ordena Dios. En su versión más moderna, racionalizada, el
criterio de evaluación ética de la religión se habría transformado a un estilo regular,
es decir orientado a reglas de conducta discernidas por la razón. Un acto no es
correcto porque Dios lo ordena, sino que Dios lo ordena porque es correcto, de
acuerdo a reglas morales racionales.
La ética de la
contracultura, mientras tanto, es un estilo expresivo de evaluación. El
mismo tiene dos características: a) es una ética de impulso y auto-expresión.
Estos reemplazan el auto interés como motivos de la acción humana y b) es una
ética situacional. Se apoya en una auto-consciencia intuitiva y basada en el
afecto, la comprensión empática de los otros y en una atención relajada,
no-analítica, de la situación. No predomina una lógica de cumplimiento de
reglas ni una lógica de maximización de las consecuencias. Lo que predomina es
la idea de que cada uno debe actuar de una forma que lo exprese plenamente, que
exprese sus sentimientos y su experiencia de la situación. Mientras, ante la
cuestión moral “¿que debo hacer?” el individuo utilitario se pregunta: “¿qué es
lo que deseo” y “¿que acto va a generar más de lo que yo quiero?”, el estilo
expresivo pregunta: “¿que está sucediendo?”.[10]
Dado que lo
bueno para el individuo es estar consciente (aware) -de la experiencia y de sí mismo-, en relación a los demás
el bien moral es el “encuentro”, cara a cara, sin la mediación y la
fragmentación de los roles sociales, la lucha por el poder y el status, o la distracción de la
comunicación abstracta e impersonal. Se trata de conocer la persona, y
no sobre la persona.
Tipton dice que
esta visión asume que la naturaleza humana es básicamente buena, a diferencia
de la visión bíblica de ella como mala pero perfectible, y de la utilitaria,
que la ve como una mezcla cambiante de buena y mala.
Notas
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