UNA MONADA
Hombre que supo ser
asunto serio pa los monos, aura que dice, Mayólico Trompeta, el casau con Bien
Nacida Novena.
Lo del mono fue cuando
pasó por el pago un circo atorrante. Tan pobre el circo que había hecho la
carpa con un paraguas. Le habían estirau el mango con un palo de ucalito, y la
lona toda remendada se la habían pintau de verde, pa impresionar.
El circo tenía cuatro
perros bailarines, cuatro pulgas amaestradas, un mono grandote, y un domador
que hacía de portero, de boletero, de payaso, de dueño, y de león. Un día que se
le entreveraron los oficios hizo de león en la boletería, y fue el disparramo
de gente a los gritos pa todos lados. Ahí fue que se fundió el circo. Una tarde
de lluvia el hombre se fue con el paraguas, las pulgas se marcharon cada una en
un perro, y el mono se quedó por el pago sin un quehacer.
Una nochecita, el mono
taba sentau en las raíces de un ombú, solito y triste, cuando pasó Mayólico de
a caballo y lo vio. Se le arrimó despacito por las dudas, y sin abajarse del
flete le dijo:
-Buenas tardes, don…
El otro ni palabra.
Seguía con las vistas perdidas en el horizonte. Mayólico sacó tabaco, armó un
cigarro sin apuro y le ofreció:
-¿Fuma, don…?
El otro ni palabra, ni
tabaco ni nada. A Mayólico le dio lástima verlo, y se ofreció pa llevarlo.
-Si es gustoso -le dijo
al mono-, venga que lo llevo enancado.
De un salto el mono se trepó en el anca del
flete. Salieron al trotecito, con el caballo nervioso que torcía el cogote pa
ver pa atrás.
Cuando la mujer de
Mayólico los vio llegar, fue el tal lío.
-¡Lo que faltaba era que
me metiera un mono en el rancho! ¡Claro… no faltaba otra cosa, seguro! ¡Qué
podía esperar de vos! ¡Taba clavau!
Sin abajarse del flete,
arrancaron pal boliche El Resorte, en silencio.
Tomando unos vinos con
mortadela y dulce pa picar, taban la Duvija, el pardo Santiago, el tape Olmedo,
Digital Crocante, y Carótido Perplejo y Rosadito Verdoso. En aquella punta del
mostrador, el barcino se desperezaba arqueando el lomo.
Cuando quisieron acordar,
Mayólico y el otro ya estaban adentro. Traían unas caras de tristeza, que nadie
dijo nada por respeto. El barcino fue el único que no se aguantó, y saltó pa
las bolsas de afrechillo.
Se acodaron al mostrador,
y Mayólico volvió a pedir que sirvieran, el otro mandó una vuelta, el pardo
Santiago invitó con otra, la Duvija arrimó alguna cosita pa picar, Rosadito
Verdoso ofreció unos higos, pidió la otra botellita, y el tape Olmedo muy mamau
se fue acercando de a poco.
Prosa y vino, cada cual
contaba sus penas y la noche se iba gastando como la luna contra los cerros.
Cuando venía clariando,
salieron mamaus por unanimidá.
Iban abrazados y
cantando: “Adiós muchachos compañeros de mi vida…”
Eran un desastre. ¿La
verdá, la verdá…? Mamau y todo, el mono era el único que se sabía toda la
letra.
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