DEL TEATRO BALINÉS (10)
Los gestos caen tan
exactamente sobre ese ritmo de madera, de cajas huecas, lo acentúan y toman al
vuelo con tanta seguridad y en momentos tan precisos que aparentemente esa
música acentúa el vacío mismo de los miembros huecos de los artistas.
* * *
El ojo estratificado y
lunar de las mujeres.
Ese ojo de sueño que
parece absorbernos y ante el que nosotros mismos nos vemos como fantasmas.
* * *
La total satisfacción de
esos gestos de danza, de esos pies que giran y se funden con estados de ánimo,
de esas manitas volantes, de esos golpeteos secos y precisos.
* * *
Asistimos a una alquimia
mental que transforma el estado espiritual en un gesto: el gesto seco, desnudo,
lineal que podrían tener todos nuestros actos si apuntaran a lo absoluto.
* * *
Y ese amaneramiento, ese
hieratismo excesivo, con su alfabeto en movimiento, esos gritos de piedras
hendidas, sus ruidos de ramas, de leña cortada y arrastrada compone en el aire,
en el espacio, visual y sonoro, una especie de susurro animado y material. Y al
cabo de un instante la identificación mágica se cumple: Sabemos que éramos nosotros quienes hablábamos.
¿Quién se atreverá a
decir, después de la formidable batalla de Ardjuna contra el Dragón, que el
teatro no está en escena, es decir, más allá de las situaciones y las palabras?
Las situaciones
dramáticas y psicológicas son aquí la mímica misma del combate, función del
juego atlético y místico de los cuerpos y de la utilización, me atreveré a decir
ondulatoria, de la escena, donde en sucesivas perspectivas se revela una enorme
espiral.
Los guerreros penetran en
la selva mental con balanceos de terror; y en el inmenso estremecimiento, en la
voluminosa rotación magnética que los posee sentimos que se precipitan meteoros
animales o minerales.
El temblor general de los
miembros y los ojos movedizos es más un quebrantamiento espiritual que una
tempestad física. La pulsación sonora de las cabezas erizadas es a veces atroz,
y la música que se balancea detrás alimenta a la vez un espacio inimaginable,
donde los guijarros físicos dejan de rodar.
Y detrás del guerrero,
que la formidable tempestad cósmica ha inmovilizado, se pavonea el Doble,
entregado a la puerilidad de sus sarcasmos escolares; y excitado por el
contragolpe de la ruidosa tormenta pasa, inconsciente, entre encantamientos que
no ha logrado entender.
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