domingo

ENTREPÁGINAS por Juan de Marsilio



De lo mínimo aparente

Acaba de llegarme desde España. Publicado por Ediciones Vitruvio, el libro “La plaza”, último poemario de Hebert Abimorad, poeta uruguayo de origen árabe y residente en Suecia. Apunto, de paso, que Vitruvio ha publicado hace poco a otros dos uruguayos: Jorge Arbeleche y Mariella Nigro.

Los treinta y nueve textos de este libro son de una sugerente brevedad. Acierta Gerardo Ciancio, en el también brevísimo prólogo, al señalar que en esto Abimorad no sólo continúa así la línea “frugálica” de casi toda su producción poética, sino que además logra un aire similar al de formas japonesas como el haiku y la tanka, si no en la métrica y la prosodia, sí en lo de tomar un aspecto mínimo del paisaje –que para el caso es un paisaje mínimo, el de la plaza– y sacarle un partido potencialmente infinito para la creación del clima poético. Clima que trasciende el espacio de la plaza para sugerir cosas más lejanas y profundas:

en la plaza una bicicleta atraviesa veloz     en huida
se lleva una historia     de sosiego
surge el amor     en alguna parte

Conviene comentar este breve poema, para dar algunas pistas de lectura de estos textos. Para empezar, debe notarse que los espacios en blanco dentro del verso permiten la lectura de dos poemas, si se omite los fragmentos “en huida” y “de sosiego” que adjetivan a los sustantivos “bicicleta” e “historia”, respectivamente. Para seguir, hay que apreciar que la brevedad del texto encaja con la brevedad del momento que se pinta. Y que se pinta a la manera impresionista: no es necesario mentar al que monta la bicicleta, decir de dónde viene o adónde va, explicar si el sosiego roto era presenciado o no por alguien que estuviese en la plaza (esta manera impresionista, que se vale de la sinécdoque abunda y es uno de los principales aciertos del poemario: decir, por ejemplo,  que “un vestido / se aleja en dirección conocida”, es una bella manera de mentar el irse de una mujer). Al final, lo más sugerente de todo el texto: el descentramiento de la mirada, la capacidad de captar lo imposible de ver, es decir, ese amor que surge en alguna parte del mundo distinta a la plaza que el ojo del hablante lírico observa.

No es la de Abimorad una poesía sencilla ni fácil. En la brevedad de sus textos pide mucho del lector. Pero el esfuerzo -arduo- vale mucho la pena.

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