TEATRO ORIENTAL Y TEATRO OCCIDENTAL (2)
Aunque hayamos llegado a
no atribuir al arte más que un valor de entretenimiento y descanso, y lo
hayamos reducido a un uso puramente formal de las formas dentro de una armonía
de ciertas relaciones externas, no hemos suprimido por eso su profundo valor
expresivo; y la enfermedad espiritual de Occidente (el sitio por excelencia
donde ha podido confundirse arte con esteticismo) es pensar en la posibilidad
de una pintura, una danza que sea sólo plástica, como si se pretendiera
cercenar las formas del arte, cortar sus lazos con todas las actitudes místicas
que pueden adoptar ante lo absoluto.
Se comprende entonces que
el teatro, mientras se mantenga encerrado en su propio lenguaje o en
correlación con él, deba romper con la actualidad. Su objeto no es resolver
conflictos sociales o psicológicos, ni servir de campo de batalla a las
pasiones morales, sino expresar objetivamente ciertas verdades secretas, sacar
a la luz por medio de gestos activos ciertos aspectos de la verdad que se han
ocultado en formas en sus encuentros con el Devenir.
Cumplir esto, unir el
teatro a las posibilidades expresivas de las formas, y el mundo de los gestos,
ruidos, colores, movimientos, etcétera, es devolverle su primitivo destino,
restituirle su aspecto religioso y metafísico, reconciliarlo con el universo.
Pero, se objetará, las
palabras tienen poderes metafísicos; no es imposible concebir la palabra, como
el gesto, en un plano universal, plano, por otra parte, donde es más eficaz la
palabra, como fuerza disociativa de las apariencias materiales y todos los
estados en que el espíritu se haya estabilizado y tienda al reposo. Es fácil
replicar que este modo metafísico de entender la palabra no es del teatro
occidental, donde no se emplea la palabra como una fuerza activa, que nace de
la destrucción de las apariencias y se eleva hasta del espíritu, sino al
contrario, como un estado acabado del pensamiento que se pierde en el momento
mismo de exteriorizarse.
En el teatro occidental
la palabra se emplea sólo para expresar conflictos psicológicos particulares,
la realidad cotidiana de la vida. El lenguaje hablado expresa fácilmente esos
conflictos, y ya permanezcan en el dominio psicológico o se aparten de él para
entrar en el dominio social, el interés del drama será sólo social, el interés
de ver cómo los conflictos atacarán o desintegrarán los caracteres. Y en verdad
será sólo un dominio donde los recursos del lenguaje hablado conservarán su
ventaja. Pero por su misma naturaleza estos conflictos morales no necesitan en
absoluto de la escena para resolverse. Dar más importancia al lenguaje hablado
o a la expresión verbal que a la expresión objetiva de los gestos y todo lo que
afecta al espíritu por medio de elementos sensibles en el espacio, es volver la
espalda a las necesidades físicas de la escena y destruir sus posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario