ESCOLLOS
DE LA CRÍTICA MARXISTA
Ni Plekhanov ni
Lunacharsky ni Trotsky han logrado precisar lo que debe ser temáticamente el
arte socialista. ¡Qué confusión! ¡Qué vaguedad! ¡Qué tinieblas! ¡Qué reacción,
a veces, disfrazada y cubierta de fraseología revolucionaria! El propio Lenin no
dijo lo que, en substancia, debe ser el arte socialista. Por último, el mismo
Marx se abstuvo de deducir del materialismo histórico, una estética más o menos
definida y concreta. Sus ideas en este orden se detienen en generalidades y
esquemas sin consecuencias.
Después de la revolución
rusa, se ha caído, en cuestiones artísticas, en una gran confusión de nociones
diferentes aunque concéntricas, congruentes y complementarias. Nadie sabe, a
ciencia cierta, cuánto y por cuáles causas peculiares a cada caso particular,
un arte responde a una ideología clasista o al socialismo. Porque, por mucho
que sostenga doctrinalmente Rosa Luxemburgo que “en el dominio del arte, los
clichés de ‘revoluconario’ o ‘reaccionario’ no significan gran cosa”, la
realidad social exige y ha exigido siempre una clara delimitación de esos
clichés, que no son simples clichés, sino nociones de sólido y viviente
contenido social. ¿Vamos a aplicar indistintamente el epíteto de
revolucionario, verbigracia, a Pirandello, y de reaccionario a Gorky?
Ciertamente no. Tomemos algunos ejemplos. “La línea general”, de Eiseinstein,
¿es clasista o socialista? ¿Por qué responde al socialismo? ¿Por qué a una
ideología clasista? ¿“La línea general” es las dos cosas juntas o solamente
alguna de ellas y por qué? Idéntico cuestionario se puede formular ante “El
cemento” de Gladkov, ante “La amapola roja” de Glier, ante las pinturas de
Katsman o ante “150 millones” de Maiakovsky.
Más todavía. Existe una
palabra que ha causado y causa confusiones inextricables: la palabra “revolución”.
Esta palabra ha perdido, con frecuencia, su alcance y contenido vitales, para
convertirse en máscara del impostor, del renegado y del oportunista. ¡Qué tráfico
de aventureros, de cobardes y traidores, se ha consumado al amparo de esta
contraseña de comadres! ¡Qué contrabando de ideas, de personas y arribismos, se
ha perpetrado al amparo de este pasaporte!
En arte, el caos causado
por la palabra o ficha “revolución” es desastroso. Ejemplo:
“Basta -me decía
Maiakovsky-, que un artista milite políticamente en favor del Soviet, para que
merezca el título de revolucionario”.
Según esto, un artista que pintase -sin darse cuenta de ello, sin poderlo
evitar y hasta contrariando subconscientemente su voluntad consciente- cuadros
de evidente sustancia artística reaccionaria -individualista, verbigracia- pero
que, como miembro del partido bolchevique, se distingue por su verborrea
propagandista, realiza una obra de arte revolucionaria. Estamos entonces ante
el caso híbrido o monstruoso de un artista que es, a la vez, revolucionario,
según Maiakovsky, y reaccionario, según la naturaleza intrínseca de su obra.
¿Se concibe mayor confusión? Porque el caso del pintor de nuestro ejemplo es
cotidiano y se repite tratándose de músicos, escritores, cineastas, escultores,
ante los cuales algunos críticos marxistas observan un criterio tan arbitrario,
casuístico y anarquizante, como el de cualquier esteta burgués.
Porque en este punto,
urge que nos entendamos.
1. Un artista puede ser
revolucionario en política y no serlo, por mucho que, consciente y
políticamente, lo quiera, en el arte.
2. Viceversa, un artista
puede ser, consciente o subconscientemente, revolucionario en el arte y no
serlo en política.
3. Se dan casos, muy
excepcionales, en que un artista es revolucionario en el arte y en la política.
El caso del artista pleno.
4. La actividad política
es siempre la resultante de una voluntad consciente, liberada y razonada,
mientras que la obra de arte escapa, cuanto más auténtica es y más grande, a
los resortes conscientes, razonados, preconcebidos de la voluntad. Rosa
Luxemburgo reflexionaba a este propósito: “Dostoiewski es, sobre todo en sus
últimas obras, un reaccionario declarado, un místico devoto y un antisocialista
feroz. Sus descripciones de revolucionarios rusos son nada menos que perversas
caricaturas. Del mismo modo, las enseñanzas místicas de Tolstoy revisten un carácter
reaccionario innegable. Y, sin embargo, las obras de los dos nos conmueven, nos
elevan, nos liberan. Y es que, en realidad, son únicamente las conclusiones a
las que ambos llegan y cada cual a su manera, y el camino que creen haber
encontrado, fuera del laberinto social, lo que les lleva al callejón sin salida
del misticismo y del ascetismo. Pero en el verdadero artista, las opiniones
políticas importan poco. Lo que importa
es la fuente de su arte y de su inspiración y no el fin consciente que él se
propone y las fórmulas especiales que recomienda” (1).
Llamé en la calle a un “intelectual
revolucionario”, paladín ortodoxo y fanático del “arte al servicio de la causa
social” y le dije:
-Venga usted a oír un
trozo de música y va usted luego a decirme si esta música es revolucionaria o
reaccionaria, clasista o socialista, proletaria o burguesa.
Nos detuvimos ante la
puerta de una casa desconocida, donde alguien tocaba al piano una partitura.
Tanto el “intelectual revolucionario”, como yo, desconocíamos esta música, el
título de ella, el nombre de su autor y el del pianista. Terminado el trozo, el
“intelectual revolucionario” se vio en apuros para responderme. Temía dar su
opinión y equivocarse. Estuvo a punto de aventurarse a decirme que esa música
era reaccionaria, pero ¿y si su autor era un artista conocido y tenido por la
crítica marxista como revolucionario? Iba a decir, por momentos, que estábamos
ante un arte evidentemente clasista, pero ¿y si la pieza llevaba un título “au
dessus de la mêlée”?... La cosa, en verdad, resultaba escabrosa. El “intelectual
revolucionario”, paladín ortodoxo y fanático del “arte al servicio de la causa
social”, vaciló, evadió, en suma, la respuesta y acabó por engolfarse en
textos, opiniones y citas de Hegel, Marx, Freud, Bukharin, Barbusse y otros.
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