domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (62) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

VII (6)

Martes, 28 de enero, 1964

Pregunté a don Juan qué pensaba de la idea de dar el humito a todo el que deseara la experiencia.

Repuso con indignación que dar el humito a cualquiera sería igual que matarlo, porque no tendría a nadie que lo guiara. Pedí a don Juan explicar sus palabras. Repuso que yo estaba allí, vivo y hablando con él, porque él me había hecho regresar. Había recobrado mi cuerpo. Sin él, yo jamás habría despertado.

-¿Cómo recobró usted mi cuerpo, don Juan?

-Eso lo aprenderás más tarde, pero tendrás que aprenderlo por tu propia cuenta. Por ese motivo quiero que aprendas lo más posible mientras yo ande todavía por aquí. Has perdido ya bastante tiempo haciendo preguntas estúpidas sobre cosas absurdas. Pero quizá no sea tu suerte aprender todo lo del humito.

-Bueno, ¿qué hago entonces?

-Deja que el humito te enseñe cuando puedas aprender.

-¿También el humito enseña?

-Claro que enseña.

-¿Enseña como Mescalito?

-No, no es un maestro como Mescalito. No enseña las mismas cosas.

-Pero entonces, ¿qué enseña el humito?

-Te enseña a manejar su poder, y para aprender eso debes tomarlo todas las veces que puedas.

-Su aliado da mucho miedo, don Juan. Lo que sentí no se parecía a nada que yo hubiera experimentado jamás. Creí haber perdido la razón.

Por algún motivo, esta fue la imagen más aguda que acudió a mi mente. Veía yo el sucedido total desde la peculiar perspectiva de haber tenido otras experiencias alucinógenas con las cuales trazar una comparación, y lo único que se me ocurría, una y otra vez, era que con el humito uno pierde la razón.

Don Juan descartó mi símil, diciendo que lo que yo sentí fue el poder inimaginable del humito. Y para manejar ese poder, dijo, hay que vivir una vida fuerte. La idea de la vida fuerte no atañe sólo al período de preparación, sino también se vincula a la actitud del sujeto después de la experiencia. Don Juan dijo que el humito es tan fuerte que sólo con fuerza es posible hermanarlo; de otro modo, la vida de uno se quebraría en pedazos.

Le pregunté si el humito tenía el mismo efecto sobre cualquiera. Dijo que producía una transformación, pero no en cualquiera.

-Entonces, ¿cuál es la razón especial de que el humito produjera la transformación en mí? -pregunté.

-Esa creo que es una pregunta muy tonta. Has seguido con obediencia todos los pasos que se necesitan. No es ningún misterio que el humito te transformara.

Nuevamente le pedí hablar de mi apariencia. Quería saber cómo me había visto, pues la imagen de un ser incorpóreo que don Juan había plantado en mi mente, comprensiblemente era insoportable.

Dijo que, a decir verdad, le dio miedo mirarme; sintió lo mismo que su benefactor debió de sentir al ver a don Juan fumar por vez primera.

-¿Por qué le daba miedo? -pregunté-. ¿Me veía tan mal?

-Jamás había visto fumar a nadie.

-¿No veía fumar a su benefactor?

-No.

-¿Ni siquiera se ha visto nunca usted mismo?

-¿Y cómo me voy a ver?

-Podría fumar frente a un espejo.

No respondió, pero se quedó mirándome y sacudió la cabeza. Volví a preguntarle si era posible mirarse en un espejo. Dijo que sería posible, aunque resultaría inútil, porque probablemente uno se moriría del susto, si no es que de otra cosa.

-Entonces ha de verse uno espantoso -dije.

-Toda mi vida me ha intrigado la misma cosa -dijo-. Y sin embargo no pregunté, ni me vi en un espejo. Ni siquiera pensé en eso.

-Entonces, ¿cómo puedo averiguar?

-Tendrás que esperar, como yo, hasta que le des el humito a otro. Si es que llegas a dominarlo, claro. Entonces verás cómo parece un hombre. Esa es la regla.

-¿Qué pasaría si fumara yo frente a una cámara y me tomara un retrato?

-No sé. Quizás el humito se volvería en tu contra. Pero a ti eso no te importa porque ha de parecerte tan inofensivo que te crees capaz de jugar con él.

Le dije que no me proponía jugar, pero que antes él me había dicho que el humito no requería pasos, y yo pensaba que no había mal en querer saber qué aspecto tenía uno. Me corrigió: había querido decir que no existía la necesidad de seguir un orden específico, como con la yerba del diablo; con el humito, todo cuanto se necesitaba era la actitud debida. Desde ese punto de vista, dijo, había que ser exacto al seguir la regla. Me dio un ejemplo, explicando que no importaba cuál de los ingredientes para la mezcla se recogiese primero, siempre y cuando la cantidad fuese la necesaria.

Pregunté si habría algún mal en contar a otros mi experiencia. Repuso que los únicos secretos que nunca debían revelarse eran cómo hacer la mezcla, cómo desplazarse y cómo regresar, otros asuntos relativos al tema carecían de importancia.

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