domingo

ENTREPÁGINAS por Juan de Marsilio


LA EMINENCIA GRIS o QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE o LA PARTE HUNDIDA DEL ICEBERG o COMO EL URUGUAY NO HAY, AFORTUNADAMENTE o ¿CUÁNDO SE FREGÓ EL URUGUAY?

No me gusta escribir sobre libros de autores amigos en medios donde me paguen por escribir. Si la obra es digna de valoración elogiosa, añadirle dinero al placer de guiar eventuales lectores hacia un buen libro de un buen amigo me resulta indelicado, y peor, si debo darle palo al libro, cobrar por hacerle pasar un mal rato a un amigo.

La novela* que motiva esta nota me merece elogio como texto narrativo y algunos reparos por otros aspectos del libro, así que tengo dos buenas razones para reseñarla en este blog, donde me siento más a mi aire y puedo hacer lo que me venga en razonable gana.
Desde los ’80 para acá, con libros como “Morir con Aparicio”, de Hugo Giovanetti Viola, “¡Bernabé, Bernabé!”, de Tomás de Mattos, “Una cinta ancha de bayeta colorada”, de Hugo Bervejillo y otros más, la narrativa histórica y más específicamente la novela histórica, viene mostrando ser un sub género narrativo que goza de muy buena salud, no sólo por la sostenida demanda por parte de los lectores, sino también por el bisturí afilado y certero a la hora de profundizar en personajes y hechos no tan conocidos, pero significativos a la hora de mostrar lo que suele estar en sombras, y por la variedad de procedimientos estilísticos empleados por los autores. Nota importante: no confundir narrativa histórica con biografía novelada, subgénero también pujante, primo del aludido en este párrafo, pero con sus especificidades propias.

El padrino de Battle” es la primera novela de Jorge Castro Vega, poeta de obra extensa, abogado y juez. Es una novela sobre la dudosa muerte de un político hoy olvidado, el Dr. Francisco Ghigliani, quien habiendo sido padrino de Batlle en varios duelos, incluido el que costó la vida de Washington Beltrán, fue luego el artífice de la candidatura del Dr. Gabriel Terra y del Golpe de Estado del 31 de marzo de 1933, que pondría la “Batllismo neto” en la oposición a la dictadura. Dos hechos policiales lo implicaron durante el período de facto. El primero fue pegarle cinco tiros, en su despacho del Palacio Legislativo, al Senador Alberto Demichelli, inicialmente golpista pero luego opositor a Terra (ya muy mayor, sería presidente de facto en la última dictadura, por breve tiempo, antes de que asumiera Aparicio Méndez, y se rumorea que los militares lo sacaron porque quiso discutirles y mandar, en lugar de resignarse a ser un figurón). La causa fue rápidamente archivada, con sentencia de legítima sentencia. El segundo fue su suicidio, bastante dudoso, del que se sospechó que fuera asesinato, tesis que desarrolló el dirigente blanco antigolpista Ricardo Paseyro en una serie de artículos del “Diario El País”, en la que repasaba exhaustivamente lagunas y contradicciones del expediente judicial. Estos artículos se transcriben en la primera parte de la novela. Cosa curiosa, en la nota final entre agradecimientos y constancias de citas y alusiones, el autor aclara que escribió la novela en Cerro Largo, donde ejerció la judicatura, si mal no recuerdo. En Cerro Largo, se suicidó el Intendente Villanueva Saravia, prometedor dirigente nacionalista. Muchos dijeron que no fue suicidio.

Lo anterior se anota para dar una clave de lectura: de modo sesgado, lateral, con la omisión y la sugerencia como principales recursos narrativos, a que en nuestro país hay algunos problemas de larga duración. No en balde la segunda parte del relato lleva como acápite un fragmento del discurso de Wilson Ferreira Aldunate el día de su liberación. ¿Qué problemas? Uno ocultamiento de los detalles históricos desagradables –traiciones, contubernios, corrupciones, etc.– de la vista del ciudadano común, que todavía recibe en las aulas una visión muy esquemática y edulcorada, en la que pasan al olvido personajes poderosos y siniestros como Ghigliani, que además de político fue dirigente deportivo, fuertemente implicado en el proceso de los triunfos del ’24, ’28 y ’30. Es sintomático su olvido en un país tan futbolero.

Ese ocultamiento a posteriori señala otro ocultamiento: el de los pactos en altas esferas, de los que el ciudadano común rara vez toma conocimiento. Ghigliani, por interés, supo revelar uno: en 1934, ante una huelga gráfica, reveló que las patronales de todos los diarios, tanto opositores como oficialistas, habían pactado mantener los salarios a la baja. También apunta esta novela apunta al capricho con el que algunas figuras de signo democrático son exaltadas y otras olvidadas: recordamos más a Brum, cuyo suicidio el 31 de marzo del ’33, mientras resistía el golpe de Estado, podría haber sido consecuencia de una alteración mental, que a Julio César Grauert, asesinado cerca de Pando, cuando volvía de un acto opositor en Minas. Quedan también sugeridos los vínculos entre la dictadura del ’33 –que algún abombado o avieso insiste todavía en calificar de “dictablanda”– y la del ’73. Y ese es el sentido de que uno de los títulos alternativos de esta reseña parafrasee el comienzo de “Conversación en la catedral”, de Vargas Llosa.

No es novela de fácil lectura, por el uso de elipsis y omisiones. Quiero decir: no espere el lector lo mismo que halla, en materia de amenidad y llaneza, en las biografías noveladas de Diego Fischer o Mercedes Vigil. Pero vale la pena el esfuerzo.

Y ahora, el palo. Hay varias graves imprecisiones históricas en el apéndice biográfico (entre otras: la Guerra del Paraguay no terminó en 1879, Aparicio Saravia no se afincó en el país en 1875, sino antes, pues combatió por los blancos, con trece años, en la “Guerra de las Lanzas”, de 1870 – 72). Está mal fechado, también, el discurso de Ferreira Aldunate que se usa como acápite, pues es de1984, no de 1985. Estos errores deberán corregirse en futuras ediciones.

* EL PADRINO DE BATLLE, de Jorge Castro Vega. Estuario, Montevideo, 2017. 192 págs.

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