domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (33) - ANTONIN ARTAUD


DEL TEATRO BALINÉS (4)

Una especie de terror nos sobrecoge cuando pensamos en esos seres mecanizados, con alegrías y dolores que aparentemente no les pertenecen, que están al servicio de antiguos ritos, y aparecen dictados por inteligencias superiores. En última instancia no hay nada más sorprendente en este espectáculo -semejante a un rito que uno podría profanar- que esta impresión de una vida superior y prescrita. Tiene la solemnidad de un rito sagrado; la cualidad hierática de los ropajes da a cada actor un cuerpo doble, y miembros dobles, y el artista envarado en su ropaje parece no ser más que su propia efigie. Y luego ese ritmo largo, quebrado de la música, una música extremadamente prolongada, balbuceante y frágil, donde, parece, se pulverizan los metales más preciosos, donde brotan naturalmente unos manantiales, y largas procesiones de insectos desfilan entre las plantas, con el sonido de la luz misma, donde los sonidos de las soledades profundas parecen caer en lloviznas de cristales…

Además, todos esos sonidos están unidos a movimientos, son como la consumación natural de gestos que tienen su misma calidad, y esto con tal sentido de la analogía musical que al fin el espíritu se descubre condenado a la confusión, y atribuye las propiedades sonoras de la orquesta a los movimientos articulados de los artistas, e inversamente.

Hay también algo de inhumano, de divino, de milagrosamente revelado en la exquisita belleza de los peinados de las mujeres: series de círculos luminosos escalonados, formados por plumas o perlas iridiscentes y de tan hermoso color que sus combinaciones tienen una cualidad de revelación, con crestas que tiemblan rítmicamente y responden espiritualmente a los temblores del cuerpo. Hay también peinados de carácter sacerdotal, en forma de tiaras y dominados por penachos, de flores rígidas, en pares de colores opuestos, de rara armonía.

Este conjunto deslumbrante de fuegos de artificio, de huidas, corrientes secretas, rodeos, en todos los planos de la percepción externa e interna, compone una idea soberana del teatro que los siglos preservaron, creemos a veces, para que nos muestre lo que el teatro nunca hubiera debido dejar de ser. Y esta impresión se duplica por el hecho de que este espectáculo -popular, parece, y secular- es como el pan común de las sensaciones artísticas para esa gente.

Aparte de la prodigiosa matemática de este espectáculo, lo que nos parece más sorprendente y admirable es este aspecto de la materia como revelación, de pronto desmenuzada en signos que nos muestran en gestos perdurables la identidad metafísica de lo concreto y lo abstracto. Pues aunque estemos familiarizados con el aspecto realista de la materia, aquí aparece elevado a la enésima potencia, y estilizado definitivamente.

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