domingo

EL GRITO (9) - RICARDO AROCENA


(Una novela de amor, pasión y muerte en tiempos de la Patria Vieja)

Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018

Son las tres de la tarde cuando los insurgentes que vienen de Mercedes comandados por Viera y Benavidez irrumpen en la espaciosa avenida principal de Santo Domingo de Soriano. Mientras avanzan por la pulcra pendiente cercada de tunales, los caballos, que jadean sudorosos, van dejando una extensa huella en la fina arena que la recubre. El fresco aroma del agua les llega desde el Río Negro. Los pobladores se van acercando, salen de las bien construidas edificaciones de azotea, ladrillo y rejas a la calle, de los ranchos de barro, de entre los durazneros, olivares y montes de naranjales, orgullo de la localidad. Vienen del Puerto en el Río Negro, a tan solo seiscientas varas de distancia, de la cercana loma, punto más elevado del territorio, de los alrededores de la bien construida Iglesia. Están intrigados. Reciben a la partida los integrantes del Cabildo de Soriano y el Comandante Militar de la Villa, Benito López de los Ríos. Pedro Viera adelanta con solemnidad el contenido del oficio que les entrega exigiendo la inmediata rendición.

-Tengo órdenes rigurosas de atacar y destruir los pueblos de esta Banda que no quieran seguir a la justa causa de Buenos Aires. Tenemos nuestro cuartel general en Capilla Nueva de Mercedes, que se entregó la mañana del día de hoy sin oposición alguna en vista de que se les asegurara sus propiedades, pues no somos partida de salteadores como se ha divulgado por estos destinos.

-No podemos ni tenemos cómo hacer resistencia -adelanta su opinión uno de los cabildantes, mientras mira al resto.

-Entonces, sírvanse franquear sin oposición este pueblo, pues de lo contrario doy la orden a los trescientos hombres que me acompañan, para que entren asolando y sin dar cuartel a nadie en uso de guerra formal. Esta es mi última recomendación a fin de obviar la efusión de sangre de lo que hago a ustedes desde ahora responsables.

Los integrantes del Cabildo se reúnen aparte. La gente los aguarda expectante, pero la espera no es larga. Entre los que discuten prácticamente hay unanimidad, por eso, mientras dos de aquellos hombres redactan la respuesta para ser enviada a Buenos Aires, los otros llegan hasta Viera.  La contestación es firme.

-Hacemos la capitulación…

El aplauso generalizado interrumpe la respuesta, retumba en la atmósfera, hace revolotear a los pájaros e inunda los ojos de emoción.

-Accedemos a la solicitud, tanto europeos como patricios, sin distinción de ninguno. Cabildo y Comandante prometemos guardar fidelidad y obediencia al superior gobierno. … Hacemos la capitulación, para que entren ofreciendo la seguridad de nuestros bienes, vidas y familias…

Más calmada la gente, agrega el Cabildante:

-Se lo comunicamos a usted, para que atendiendo los méritos y fidelidad del vecindario, los mire como hijos.

-Con mi mayor satisfacción, concilio con el Cabildo la unidad de sentimientos, en lo que tiene que ver con la tranquilidad y seguridad pública, que a todos nos interesa-es la respuesta de Pedro Viera.

***

En Mercedes las familias españolas presionan a Ramón Fernández. Quieren que libere a los detenidos, cosa que el militar acepta, pero a condición de una fianza, de la que personalmente se ocupa. Entonces informa a los que lo rodean:

-He recogido a todos los europeos en pelotón para luego que esto se vaya organizando ponerlos en libertad a todos los veinte afincados, bajo sus correspondientes fiadores para cuando se les necesite y los leventes entretenidos, hasta saber la determinación de la Junta.

Están presos hace solamente cuatro días, desde la caída de la ciudad; por eso, cuando la noticia de la liberación gana la calle, el campamento de Cabral, indignado, se pone en movimiento. Correa tiene que hacer uso de todo su poder de convicción para contenerlos. E inmediatamente envía un chasque a Viera, con la protesta:

-¡No he visto oponer la más leve medida de seguridad, solo he visto salir a sus casas a veinticinco o treinta españoles!

Viera prestamente llega al día siguiente a Capilla Nueva de Mercedes.

-Enciérrenlos de nuevo y sin excepción… ¡A todos! -ordena. Y cita a una reunión para el día siguiente a varios criollos, con negocio o comercio en el pueblo y a algunas cabezas de división.

-Estos pasos, inventados de una hora en otra, es de inferirse que no son parto de Viera, sino de aquellos que llenos de amistades, intereses y parentescos, desean su libertad, sin hacerse cargo de los males que nos puedan resultar de dicha consideración -comenta Correa a su mujer, antes de salir para el encuentro.

Los disensos entre los jefes revolucionarios son cada vez mayores; al día siguiente de la caída de Soriano, Benavidez regresó de Villa Soriano, enojado con Viera. Y poco después Viera y Correa discutieron porque este último le pidió a Pedro Cortinas que sin pérdida de tiempo partiese para Buenos Aires a dar cuenta de todo lo ocurrido.

-No debería haber ido sin anuencia mía -fue el comentario del portugués.

Pero además, Correa está furioso con Ramón Fernández. En su opinión es un oportunista, que aprovechó el momento propicio para figurar ante Buenos Aires como el verdadero organizador del levantamiento. Y una y otra vez repite a quien lo quiere oír, que luego de la caída de Mercedes, Viera le había pedido que hiciera un oficio a Buenos Aires, que fue interceptado por el Comandante.

-Extendí el oficio y lo mandé con Enrique Reyes para que Viera lo firmase, pero Fernández, que en el camino se encontró con Reyes, apersonándose firmó el oficio y lo entregó a los chasqueros que estaban prontos, sin que Viera hiciese alto de las vivezas del prisionero.

***

A Viera la ira lo va ganando. También a él hay actitudes de Fernández que lo enojan y no solamente la prematura liberación de los detenidos. Y mientras camina a la reunión, lentamente repasa su relación con el militar.

-Cuando se me presentó a la vista la partida mandada por Fernández y comprendieron qué gente éramos, trataron de pasarse, pero hizo fuga el Comandante y le seguí y le apresé, pero comprendí que es americano y como prometió seguirme en la empresa lo incluí -explica a Jacinto Gallardo.

-¿Para qué lo incluyó? -pregunta Gallardo

-Así logré conciliar el menor detrimento del vecindario.

-¿Pero por qué lo nombró Comandante?

-Concebí que sería útil un parlamentario en cuyo método y circunstancias tenía poca inteligencia. Lo llamé a la mañana siguiente y expuse mi pensamiento y en virtud de acceder a mi proposición, consulté la voluntad de las gentes, que no solamente dieron su común consentimiento, sino que con voces demostraron su contento.

Es de noche cuando comienza la reunión. Por muchas razones el ambiente está caldeado. Ni bien comienza el encuentro, Viera delante de todos exige a Ramón Fernández la respuesta al oficio enviado a Buenos Aires.

-Devuélvame la contestación del parlamento.

-No sé cómo pero se perdió -responde el militar.

-¿Cómo en mi ausencia ha podido apersonarse ante el gobierno aparentando lo que no ha hecho, siendo usted un prisionero mío, siendo que por un efecto de consideración le dejé de comandante de este destino?

-No hay tal cosa.

Uno de los presentes murmura que no entiende lo que está sucediendo:

-Viera le hace la reconvención a Fernández, porque cuando no estaba por haber ido a tomar el pueblo de Santo Domingo, dio parte a la Junta de Buenos Aires, que solo, con su partida de Blandengues y algunos paisanos que reunió, pudo sujetar Mercedes

-¿Y para qué quiere Viera la contestación del parlamento?

-Parece que la respuesta incluye el parte que mandó Fernández. Pero…, mire que yo no lo he visto…-Se cubre por las dudas el confidente.

***

Varios de los presentes protestan que es hora de centrarse en el asunto para el que fueron convocados. Viera, apurado, entonces dirige la palabra al circunstancial auditorio.

-Llamo para tratar si son los españoles prisioneros de guerra o no y si se deben largar para que vayan a sus casas.

Inmediatamente toma la palabra uno de los presentes. Es evidente que no habla solamente a título personal, sino que por su boca lo hacen todos los del Ayuntamiento.

-No son prisioneros de guerra, pues estos hombres tomaron las armas en la creencia que eran ladrones. Y unos hombres cargados de familia y de intereses deben cuidar sus casas o defender una cosa y otra.

Entonces pide la palabra el Alférez Correa. Le cuesta ponerse en pie, es notoria su debilidad, producto de sus dolencias. Con voz baja y grave señala, mirando a los ojos de Viera:

-No me parece que deba dar usted ese paso, pues la libertad de esos hombres ya no está en manos de usted, sino de la superior Junta a quien se le ha dado parte de todo lo obrado y ella sabrá resolver, sobre el particular, lo que guste conveniente. Ínterin nada podemos determinar porque sería un delito.

Es un argumento contundente que va más allá de la conveniencia o no de que se los libere. Calcula que está en minoría y por eso recurre a las potestades de un mando superior, ante el cual todos deben someterse. Conoce bien la peligrosidad de los cautivos y cada una de sus provocaciones, el clima de guerra que impusieron y no olvida las amenazas de que personalmente fue objeto, por eso agrega a su argumento principal, aludiendo a quien había hablado, pero en plural, mientras mira a cada uno de los presentes:

-No sé cómo a estos señores les parece que no son prisioneros de guerra estos españoles, cuando desde el momento que se instaló la junta de Buenos Aires les hemos conocido como enemigos declarados de ella y últimamente nos declararon la guerra, en cuya ocasión los hemos preso con las armas en la mano…

Con desfachatez lo interrumpe uno de los comerciantes convocados.

-¡No se canse Sr. Alférez que su parecer es solo contra el de tantos!

La reunión finaliza a la una de la mañana. El malestar por la enfermedad que padece y el disgusto por el altercado, doblan su espalda. Pese al calor siente chuchos de frío y no le es fácil recorrer la distancia para llegar a su casa. Cuando llega encuentra a su mujer durmiendo y se recuesta con cuidado a su lado.

-Quieren liberar a los prisioneros, ahora lo están consultando por todo el pueblo -lo despierta la mujer con la noticia. Correa ha dormido hasta bien entrada la mañana. La luz le da en la cara y lo hace pestañar.

-Dicen que no son prisioneros… -responde Viera, con sarcasmo. 

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