(Una novela de amor, pasión y muerte en tiempos de la Patria Vieja)
Primera edición
WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018
Son las tres de la
tarde cuando los insurgentes que vienen de Mercedes comandados por Viera y
Benavidez irrumpen en la espaciosa avenida principal de Santo Domingo de
Soriano. Mientras avanzan por la pulcra pendiente cercada de tunales, los
caballos, que jadean sudorosos, van dejando una extensa huella en la fina arena
que la recubre. El fresco aroma del agua les llega desde el Río Negro. Los
pobladores se van acercando, salen de las bien construidas edificaciones de
azotea, ladrillo y rejas a la calle, de los ranchos de barro, de entre los
durazneros, olivares y montes de naranjales, orgullo de la localidad. Vienen
del Puerto en el Río Negro, a tan solo seiscientas varas de distancia, de la
cercana loma, punto más elevado del territorio, de los alrededores de la bien
construida Iglesia. Están intrigados. Reciben a la partida los integrantes del
Cabildo de Soriano y el Comandante Militar de la Villa, Benito López de los
Ríos. Pedro Viera adelanta con solemnidad el contenido del oficio que les
entrega exigiendo la inmediata rendición.
-Tengo órdenes
rigurosas de atacar y destruir los pueblos de esta Banda que no quieran seguir
a la justa causa de Buenos Aires. Tenemos nuestro cuartel general en Capilla
Nueva de Mercedes, que se entregó la mañana del día de hoy sin oposición alguna
en vista de que se les asegurara sus propiedades, pues no somos partida de
salteadores como se ha divulgado por estos destinos.
-No podemos ni
tenemos cómo hacer resistencia -adelanta su opinión uno de los cabildantes,
mientras mira al resto.
-Entonces,
sírvanse franquear sin oposición este pueblo, pues de lo contrario doy la orden
a los trescientos hombres que me acompañan, para que entren asolando y sin dar
cuartel a nadie en uso de guerra formal. Esta es mi última recomendación a fin
de obviar la efusión de sangre de lo que hago a ustedes desde ahora
responsables.
Los integrantes
del Cabildo se reúnen aparte. La gente los aguarda expectante, pero la espera
no es larga. Entre los que discuten prácticamente hay unanimidad, por eso,
mientras dos de aquellos hombres redactan la respuesta para ser enviada a
Buenos Aires, los otros llegan hasta Viera.
La contestación es firme.
-Hacemos la
capitulación…
El aplauso
generalizado interrumpe la respuesta, retumba en la atmósfera, hace revolotear
a los pájaros e inunda los ojos de emoción.
-Accedemos a la
solicitud, tanto europeos como patricios, sin distinción de ninguno. Cabildo y
Comandante prometemos guardar fidelidad y obediencia al superior gobierno. … Hacemos
la capitulación, para que entren ofreciendo la seguridad de nuestros bienes,
vidas y familias…
Más calmada la
gente, agrega el Cabildante:
-Se lo comunicamos
a usted, para que atendiendo los méritos y fidelidad del vecindario, los mire
como hijos.
-Con mi mayor
satisfacción, concilio con el Cabildo la unidad de sentimientos, en lo que
tiene que ver con la tranquilidad y seguridad pública, que a todos nos
interesa-es la respuesta de Pedro Viera.
***
En Mercedes las
familias españolas presionan a Ramón Fernández. Quieren que libere a los
detenidos, cosa que el militar acepta, pero a condición de una fianza, de la
que personalmente se ocupa. Entonces informa a los que lo rodean:
-He recogido a
todos los europeos en pelotón para luego que esto se vaya organizando ponerlos
en libertad a todos los veinte afincados, bajo sus correspondientes fiadores
para cuando se les necesite y los leventes entretenidos, hasta saber la
determinación de la Junta.
Están presos hace
solamente cuatro días, desde la caída de la ciudad; por eso, cuando la noticia
de la liberación gana la calle, el campamento de Cabral, indignado, se pone en
movimiento. Correa tiene que hacer uso de todo su poder de convicción para
contenerlos. E inmediatamente envía un chasque a Viera, con la protesta:
-¡No he visto
oponer la más leve medida de seguridad, solo he visto salir a sus casas a veinticinco
o treinta españoles!
Viera prestamente
llega al día siguiente a Capilla Nueva de Mercedes.
-Enciérrenlos de
nuevo y sin excepción… ¡A todos! -ordena. Y cita a una reunión para el día
siguiente a varios criollos, con negocio o comercio en el pueblo y a algunas
cabezas de división.
-Estos pasos,
inventados de una hora en otra, es de inferirse que no son parto de Viera, sino
de aquellos que llenos de amistades, intereses y parentescos, desean su
libertad, sin hacerse cargo de los males que nos puedan resultar de dicha
consideración -comenta Correa a su mujer, antes de salir para el encuentro.
Los disensos entre
los jefes revolucionarios son cada vez mayores; al día siguiente de la caída de
Soriano, Benavidez regresó de Villa Soriano, enojado con Viera. Y poco después
Viera y Correa discutieron porque este último le pidió a Pedro Cortinas que sin
pérdida de tiempo partiese para Buenos Aires a dar cuenta de todo lo ocurrido.
-No debería haber
ido sin anuencia mía -fue el comentario del portugués.
Pero además,
Correa está furioso con Ramón Fernández. En su opinión es un oportunista, que
aprovechó el momento propicio para figurar ante Buenos Aires como el verdadero
organizador del levantamiento. Y una y otra vez repite a quien lo quiere oír,
que luego de la caída de Mercedes, Viera le había pedido que hiciera un oficio
a Buenos Aires, que fue interceptado por el Comandante.
-Extendí el oficio
y lo mandé con Enrique Reyes para que Viera lo firmase, pero Fernández, que en
el camino se encontró con Reyes, apersonándose firmó el oficio y lo entregó a
los chasqueros que estaban prontos, sin que Viera hiciese alto de las vivezas
del prisionero.
***
A Viera la ira lo
va ganando. También a él hay actitudes de Fernández que lo enojan y no
solamente la prematura liberación de los detenidos. Y mientras camina a la
reunión, lentamente repasa su relación con el militar.
-Cuando se me
presentó a la vista la partida mandada por Fernández y comprendieron qué gente
éramos, trataron de pasarse, pero hizo fuga el Comandante y le seguí y le
apresé, pero comprendí que es americano y como prometió seguirme en la empresa
lo incluí -explica a Jacinto Gallardo.
-¿Para qué lo
incluyó? -pregunta Gallardo
-Así logré
conciliar el menor detrimento del vecindario.
-¿Pero por qué lo
nombró Comandante?
-Concebí que sería
útil un parlamentario en cuyo método y circunstancias tenía poca inteligencia.
Lo llamé a la mañana siguiente y expuse mi pensamiento y en virtud de acceder a
mi proposición, consulté la voluntad de las gentes, que no solamente dieron su
común consentimiento, sino que con voces demostraron su contento.
Es de noche cuando
comienza la reunión. Por muchas razones el ambiente está caldeado. Ni bien
comienza el encuentro, Viera delante de todos exige a Ramón Fernández la
respuesta al oficio enviado a Buenos Aires.
-Devuélvame la
contestación del parlamento.
-No sé cómo pero
se perdió -responde el militar.
-¿Cómo en mi
ausencia ha podido apersonarse ante el gobierno aparentando lo que no ha hecho,
siendo usted un prisionero mío, siendo que por un efecto de consideración le
dejé de comandante de este destino?
-No hay tal cosa.
Uno de los
presentes murmura que no entiende lo que está sucediendo:
-Viera le hace la
reconvención a Fernández, porque cuando no estaba por haber ido a tomar el
pueblo de Santo Domingo, dio parte a la Junta de Buenos Aires, que solo, con su
partida de Blandengues y algunos paisanos que reunió, pudo sujetar Mercedes
-¿Y para qué
quiere Viera la contestación del parlamento?
-Parece que la
respuesta incluye el parte que mandó Fernández. Pero…, mire que yo no lo he
visto…-Se cubre por las dudas el confidente.
***
Varios de los
presentes protestan que es hora de centrarse en el asunto para el que fueron
convocados. Viera, apurado, entonces dirige la palabra al circunstancial
auditorio.
-Llamo para tratar
si son los españoles prisioneros de guerra o no y si se deben largar para que
vayan a sus casas.
Inmediatamente
toma la palabra uno de los presentes. Es evidente que no habla solamente a
título personal, sino que por su boca lo hacen todos los del Ayuntamiento.
-No son
prisioneros de guerra, pues estos hombres tomaron las armas en la creencia que
eran ladrones. Y unos hombres cargados de familia y de intereses deben cuidar
sus casas o defender una cosa y otra.
Entonces pide la
palabra el Alférez Correa. Le cuesta ponerse en pie, es notoria su debilidad,
producto de sus dolencias. Con voz baja y grave señala, mirando a los ojos de
Viera:
-No me parece que
deba dar usted ese paso, pues la libertad de esos hombres ya no está en manos
de usted, sino de la superior Junta a quien se le ha dado parte de todo lo
obrado y ella sabrá resolver, sobre el particular, lo que guste conveniente.
Ínterin nada podemos determinar porque sería un delito.
Es un argumento
contundente que va más allá de la conveniencia o no de que se los libere.
Calcula que está en minoría y por eso recurre a las potestades de un mando
superior, ante el cual todos deben someterse. Conoce bien la peligrosidad de
los cautivos y cada una de sus provocaciones, el clima de guerra que impusieron
y no olvida las amenazas de que personalmente fue objeto, por eso agrega a su
argumento principal, aludiendo a quien había hablado, pero en plural, mientras
mira a cada uno de los presentes:
-No sé cómo a
estos señores les parece que no son prisioneros de guerra estos españoles,
cuando desde el momento que se instaló la junta de Buenos Aires les hemos
conocido como enemigos declarados de ella y últimamente nos declararon la
guerra, en cuya ocasión los hemos preso con las armas en la mano…
Con desfachatez lo
interrumpe uno de los comerciantes convocados.
-¡No se canse Sr.
Alférez que su parecer es solo contra el de tantos!
La reunión
finaliza a la una de la mañana. El malestar por la enfermedad que padece y el
disgusto por el altercado, doblan su espalda. Pese al calor siente chuchos de
frío y no le es fácil recorrer la distancia para llegar a su casa. Cuando llega
encuentra a su mujer durmiendo y se recuesta con cuidado a su lado.
-Quieren liberar a
los prisioneros, ahora lo están consultando por todo el pueblo -lo despierta la
mujer con la noticia. Correa ha dormido hasta bien entrada la mañana. La luz le
da en la cara y lo hace pestañar.
-Dicen que no son
prisioneros… -responde Viera, con sarcasmo.
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