domingo

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (28)


UNA CUESTIÓN DE IMAGEN

Hombre que supo tener problemas con la imagen, aura que dice, Periférico Volátil, el casau con Tropelina Peroné, que a ella le decían “Pocas pulgas”, porque nunca dejó que le anidaran más de cuatro a la vez. En el pago estaban todos los alambrados flojos porque ella se rascaba contra los postes. Como los vecinos se quejaban, se sosegó. Después se iba a la carretera pa rascarse contra los mojones del kilometraje. Y cada vez que volteaba uno con el lomo, se corría un kilómetro más pa allá. En cualquier momento cae por la Plaza Congreso que es kilómetro cero.

Y allá quedó Periférico Volátil, solito y sin imagen propia, porque era un hombre que no reflejaba en ningún espejo y nunca se había visto la cara.

Se dio cuenta cuando muchacho, un mediodía que venía de a caballo con el sol a pique, muerto e calor. El flete hecho una espuma como mate recién dau vuelta, y Periférico sudau como techo de zinc con la helada.

El flete olfateó aguada cerca y apuró el tranco. Llegaron a un remanso y los dos acercaron el hocico al agua al mesmo tiempo. Antes que el agua se arrugara en olitas como argollas, Periférico vio la cabeza del caballo, los ojos del caballo, el freno con espuma verdosa entre los dientes del caballo, pero de su cara, ni un reflejo. Era la primera vez que se fijaba, que no se fijaba. Temblando como junco de bañau, se apoyó en el caballo y se quedó mirando la orilla del arroyo. Cualquier yuyito reflejaba, menos él.

De un salto montó en su flete, llegó al boliche El Resorte, lo dejó con las riendas tocando el suelo, y dentró sin apuro. Pidió una caña, se la tomó de un saque, y se buscó en el fondo del vaso.

Veía clarito pal otro lau, pero ni una nadita de su cara. Se había puesto bizco pa tratar de verse la nariz, cuando se le arrimó la Duvija.

-Usté disculpe, don -le dijo-, pero a usté lo noto preocupau. Se le nota en la forma de mandarse la caña al buche. Si es gustoso de contar, puede.

El otro se quedó jugando con el vasito vacío entre los dedos, y después contó que no reflejaba.

Cuando el hombre terminó de contar, le rodaban dos lagrimones hasta la barba. El tape Olmedo amagó con un comentario, pero apenas si sacudió la cabeza y siguió en lo suyo.

La Duvija, emocionada, sacó un espejito, se lo plantó delante de las narices y le dijo a Periférico, casi en un ruego:

-¡Veasé paisano, veasé! ¡Haga fuerza pa verse, no se entregue, veasé pues!

El otro se miró sin esperanzas, pero de repente hizo un gesto de asombro, se quedó un rato con las vistas fijas, y después se abuenó la mirada.

Antes de salir, les dio la bendición a uno por uno.

Cuando la Duvija lo fue a guardar, se dio cuenta que en lugar del espejito había sacau una estampita con la imagen del Señor.

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