domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (37) - ANTONIN ARTAUD


DEL TEATRO BALINÉS (8)

Este juego perpetuo de espejos que pasa de un color a un gesto y de un grito a un movimiento, nos conduce sin cesar por caminos abruptos y difíciles para el espíritu, nos hunde en ese estado de incertidumbre y angustia inefable que caracteriza a la poesía.

Esos extraños juegos de manos volantes como insectos en la tarde verde nos comunican una suerte de horrible obsesión, un raciocinio inagotable, como un espíritu ocupado sin cesar en orientarse en el dédalo del inconsciente.

Y lo que se teatro nos hace tangible y nos da en signos concretos es menos asuntos de sentimientos que de inteligencia.

Y por caminos intelectuales nos introduce en la reconquista de los signos de lo que es.

Desde este punto de vista es altamente significativo el gesto del bailarín central, que se toca siempre el mismo punto de la cabeza, como si quisiese señalar la posición y la existencia de no sé sabe qué ojo central, qué huevo intelectual.

*  *  *

La alusión coloreada a las impresiones físicas de la naturaleza es retomada en el plano de los sentidos, y el sonido mismo no es sino la representación nostálgica de otra cosa, una suerte de estado mágico donde las sensaciones se han hecho tan sutiles que el espíritu se complace en frecuentarlas. E incluso las armonías imitativas, el sonido de la serpiente de cascabel, el chirrido de los caparazones de los insectos que se rozan unos contra otros evocan el claro de un hormigueante paisaje, listo para precipitarse en el caos. ¡Y esos ropajes brillantes, que parecen cubrir a su vez unos pañales ceñidos al cuerpo! Hay algo de umbilical, larval, en esas evoluciones. Y cabe señalar, al mismo tiempo, el aspecto jeroglífico de todas las ropas, con líneas horizontales que prolongan en todas direcciones las líneas del cuerpo. Estos artistas son como grandes insectos, con segmentos y líneas que unen los cuerpos a una ignorada perspectiva natural de la que sólo parecen ser una geometría independiente.

¡Esos ropajes que envuelven desplazamientos abstractos y extraños entrecruzamientos de pies!

Cada uno de esos movimientos traza una línea en el espacio, dibuja una desconocida figura rigurosa, de fórmula hermética, completada con un movimiento imprevisto de la mano.

Y los pliegues de esas ropas, que se curvan sobre las nalgas, que parecen sostenidas en el aire, como pinchadas en los fondos de la escena, y prolongan en un vuelo los saltos.

Esos aullidos, esos ojos movedizos, esa continua abstracción, esos ruidos de ramas, esos ruidos de cortar y arrastrar leña, todo en el espacio inmenso de unos sonidos esparcidos, de distinto origen, todo acude a revelarse en nuestro espíritu, a cristalizarse en una nueva y -me atrevería a decir- concreta concepción de lo abstracto.

Y debe advertirse que cuando esta abstracción, que nace de un maravilloso edificio escénico y se reincorpora al pensamiento, sorprende en su vuelo ciertas impresiones del mundo de la naturaleza las adopta siempre en el punto en que sus combinaciones moleculares empiezan a romperse: un gesto que apenas nos separa del caos.

*  *  *

En contraste con la suciedad, la brutalidad y la infamia que se exhiben en nuestros escenarios europeos, la última parte del espectáculo es de un delicioso anacronismo. Y no sé qué otro teatro se atrevería a mostrar así, como al natural, las penas de un alma presa de los fantasmas del más allá.

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