DEL TEATRO BALINÉS (8)
Este juego perpetuo de
espejos que pasa de un color a un gesto y de un grito a un movimiento, nos
conduce sin cesar por caminos abruptos y difíciles para el espíritu, nos hunde
en ese estado de incertidumbre y angustia inefable que caracteriza a la poesía.
Esos extraños juegos de
manos volantes como insectos en la tarde verde nos comunican una suerte de
horrible obsesión, un raciocinio inagotable, como un espíritu ocupado sin cesar
en orientarse en el dédalo del inconsciente.
Y lo que se teatro nos
hace tangible y nos da en signos concretos es menos asuntos de sentimientos que
de inteligencia.
Y por caminos
intelectuales nos introduce en la reconquista de los signos de lo que es.
Desde este punto de vista
es altamente significativo el gesto del bailarín central, que se toca siempre
el mismo punto de la cabeza, como si quisiese señalar la posición y la
existencia de no sé sabe qué ojo central, qué huevo intelectual.
* * *
La alusión coloreada a
las impresiones físicas de la naturaleza es retomada en el plano de los
sentidos, y el sonido mismo no es sino la representación nostálgica de otra
cosa, una suerte de estado mágico donde las sensaciones se han hecho tan
sutiles que el espíritu se complace en frecuentarlas. E incluso las armonías
imitativas, el sonido de la serpiente de cascabel, el chirrido de los
caparazones de los insectos que se rozan unos contra otros evocan el claro de
un hormigueante paisaje, listo para precipitarse en el caos. ¡Y esos ropajes
brillantes, que parecen cubrir a su vez unos pañales ceñidos al cuerpo! Hay
algo de umbilical, larval, en esas evoluciones. Y cabe señalar, al mismo
tiempo, el aspecto jeroglífico de todas las ropas, con líneas horizontales que
prolongan en todas direcciones las líneas del cuerpo. Estos artistas son como
grandes insectos, con segmentos y líneas que unen los cuerpos a una ignorada
perspectiva natural de la que sólo parecen ser una geometría independiente.
¡Esos ropajes que
envuelven desplazamientos abstractos y extraños entrecruzamientos de pies!
Cada uno de esos
movimientos traza una línea en el espacio, dibuja una desconocida figura
rigurosa, de fórmula hermética, completada con un movimiento imprevisto de la
mano.
Y los pliegues de esas
ropas, que se curvan sobre las nalgas, que parecen sostenidas en el aire, como
pinchadas en los fondos de la escena, y prolongan en un vuelo los saltos.
Esos aullidos, esos ojos
movedizos, esa continua abstracción, esos ruidos de ramas, esos ruidos de
cortar y arrastrar leña, todo en el espacio inmenso de unos sonidos esparcidos,
de distinto origen, todo acude a revelarse en nuestro espíritu, a cristalizarse
en una nueva y -me atrevería a decir- concreta concepción de lo abstracto.
Y debe advertirse que
cuando esta abstracción, que nace de un maravilloso edificio escénico y se
reincorpora al pensamiento, sorprende en su vuelo ciertas impresiones del mundo
de la naturaleza las adopta siempre en el punto en que sus combinaciones
moleculares empiezan a romperse: un gesto que apenas nos separa del caos.
* * *
En contraste con la
suciedad, la brutalidad y la infamia que se exhiben en nuestros escenarios
europeos, la última parte del espectáculo es de un delicioso anacronismo. Y no
sé qué otro teatro se atrevería a mostrar así, como al natural, las penas de un
alma presa de los fantasmas del más allá.
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