domingo

EL TEATRO Y SU DOBLE (35) - ANTONIN ARTAUD


DEL TEATRO BALINÉS (6)


Hay en este teatro un zumbido grave de cosas del instinto, pero llevadas a un punto de transparencia, de inteligencia, de ductilidad donde parecen proporcionarnos en términos físicos algunas de las más secretas percepciones del espíritu.

Podría decirse que los temas propuestos nacen de la escena. Han alcanzado tal grado de materialización objetiva que es imposible imaginarlos fuera de esa perspectiva confinada, de ese globo cerrado y limitado de la escena.

Este espectáculo nos ofrece un maravilloso complejo de imágenes escénicas puras, para cuya comprensión parece haberse inventado todo un lenguaje nuevo: los actores con sus vestimentas son como verdaderos jeroglíficos vivientes y móviles. Y en esos jeroglíficos tridimensionales se ha bordado a su vez un cierto número de gestos: signos misteriosos que corresponden a no se sabe qué realidad fabulosa y oscura que nosotros, gente occidental, hemos reprimido definitivamente.

Hay algo que participa del espíritu de una operación mágica en esta intensa liberación de signos, retenidos primero, y luego arrojados súbitamente al aire.

Un hervor caótico, pleno de señales, y por momentos extrañamente ordenado, crepita en esta efervescencia de ritmos pintados, donde intervienen continuos calderones, como un bien calculado silencio.

De esta idea de teatro puro, que entre nosotros es meramente teórica, y al que nadie ha tratado nunca de dar la menor realidad, el teatro balinés nos ofrece una asombrosa realización, eliminando toda posibilidad de recurrir a las palabras para dilucidar los temas más abstractos, inventando un lenguaje de gestos que serán desarrollados en el espacio y que fuera de él no pueden tener sentido.

El espacio de la escena es utilizado aquí en todas sus dimensiones, en todos los planos posibles. Pues además de un agudo sentido de la belleza plástica, estos gestos tienen siempre como objetivo último la dilucidación de un estado o un problema espirituales.

Así al menos se nos aparecen.

No se pierde ningún punto del espacio, como tampoco ninguna sugestión posible. Y hay aquí como un sentido, que podríamos llamar filosófico, del poder que retiene a la naturaleza y evita que se precipite repentinamente en el caos.

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