1 / EL MITO Y EL SUEÑO (6)
Sigmund Freud subraya en
sus escritos los diferentes pasos y dificultades de la primera mitad del ciclo
de la vida humana, los de la infancia y de la adolescencia, cuando nuestro sol
se eleva hacia su cenit. C.G. Jung, en cambio, enfatiza las crisis de la
segunda parte, cuando, para poder avanzar, la esfera brillante debe someterse a
su descanso y desaparecer, al fin, en el vientre nocturno de la tumba. Los
símbolos normales de nuestros deseos y temores se han convertido en sus
opuestos en este crepúsculo de la biografía; porque el reto ya no viene de la
vida sino de la muerte. Lo que es difícil de abandonar, entonces, no es el
vientre sino el falo, a menos que el cansancio de la vida se haya apoderado del
corazón y como anteriormente se atendió al atractivo del amor, se atiende ahora
a la llamada muerte que promete la paz. Es un círculo completo, de la tumba del
vientre al vientre de la tumba; una enigmática y ambigua incursión en un mundo
de materia sólida que se pronto se deshace entre nuestros dedos, como la
sustancia de un sueño. Y al volverse a mirar a lo que había prometido ser
nuestra aventura única, peligrosa, imposible de predecir, sólo encontramos que
el final es una serie de metamorfosis iguales por las que han pasado hombres y
mujeres en todas partes del mundo, en todos los siglos, de todos los siglos de
que se guarda memoria y bajo todos los variados y extraños disfraces de la
civilización.
Se cuenta, por ejemplo,
la historia del gran Minos, el rey de la isla de Creta en el período de su
supremacía comercial, que contrató al celebrado arquitecto Dédalo para que
inventara y construyera un laberinto con el objeto de esconder en él algo de lo
cual el palacio estaba al tiempo avergonzado y temeroso. Porque en la historia
figura un monstruo, nacido de Pasifae, la reina. Se dice que el rey Minos
estaba dedicado a atender batallas importantes para proteger las rutas
comerciales; mientras tanto, Pasifae había sido seducida por un toro magnífico,
blanco como la nieve y nacido del mar. Lo cual no era en realidad sino lo que
la madre de Minos había permitido que le sucediera a ella: la madre de Minos
era Europa y es bien sabido que fue un toro quien la llevó a Creta. El toro
había sido el dios Zeus y el privilegiado hijo de aquella unión era el mismo
Minos, ahora respetado por todos y servido con veneración. ¿Cómo iba a saber
Pasifae que el fruto de su propia indiscreción sería un monstruo, este hijo con
cuerpo humano pero con cabeza y rabo de todo?
La sociedad culpó
gravemente a la reina, pero el rey tenía conciencia de que parte de la culpa
era suya. El toro en cuestión había sido enviado hacía tiempo por el dios Poseidón,
cuando Minos contendía con sus hermanos por el trono. Minos había sostenido que
el trono era suyo por derecho divino y había pedido al dios que mandara un toro
del mar, como señal, y había sellado la plegaria con el juramente de sacrificar
al animal inmediatamente como ofrenda y símbolo de servidumbre. El toro
apareció y Minos subió al trono; pero cuando pudo apreciar la majestad de la
bestia que se le había enviado, pensó en las ventajas que le traería ser dueño
de tal ejemplar y decidió arriesgar una sustitución mercantil, que supuso que
el dios no tomaría en cuenta. Por lo tanto, ofrendó en al altar de Posesión el
mejor toro blanco que poseía y agregó el otro a su ganado.
El imperio cretense había
prosperado grandemente bajo el sensato gobierno de este celebrado legislador y
modelo de virtudes públicas. Cnosos, la capital, se convirtió en el centro
espléndido y elegante de la más importante fuerza comercial del mundo
civilizado. Las flotas cretenses iban a todas las islas y los puertos del Mediterráneo;
las mercancías de Creta eran alabadas en Babilonia y en Egipto. Los pequeños y
atrevidos barcos también atravesaban las columnas de Hércules hacia el mar
abierto e iban costeando hacia el norte para traer el oro de Irlanda y el
estaño de Cornwall (13), y también hacia el sur, rodeando el saliente del
Senegal, hacia la remota Yoruba y los distantes mercados de marfil, oro y
esclavos (14).
Pero en palacio, la reina
había sido inspirada por Poseidón con una irrefrenable pasión por el toro y
había logrado que el artista de su esposo, el incomparable Dédalo, le
construyera una vaca de madera que engañara al toro, en el cual se ocultó de
buena gana y el toro fue engañado. La reina dio a luz un monstruo, el cual, al
paso del tiempo, empezó a convertirse en un peligro. Y Dédalo fue llamado de
nuevo, esta vez por el rey, para que construyera la tremenda cárcel del
laberinto, con pasajes ciegos, con el objeto de esconder aquella cosa. Tan
perfecta fue la invención que Dédalo mismo, cuando la hubo terminado,
difícilmente pudo regresar a la entrada. Allí se encerró al Minotauro y desde
entonces fue alimentado con mancebos y doncellas vivos, arrebatados como
tributo a las naciones conquistadas por el dominio cretense (15)
Notas
(13) Harold Peake y
Herbert John Fleure, The Way of the Sea y
Merchant Venturers in Bronze (Yale University Press, 1929 y 1931).
(14) Leo Frobenius, Das unbekannte Afrika (Munich, Oskar
Beck, 1923), pp. 10-11
(15) Ovidio, Metamorfosis, VIII, 132; IX, 736.
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