domingo

EL GRITO (12) - RICARDO AROCENA


(Una novela de amor, pasión y muerte en tiempos de la Patria Vieja)

Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018


Correa detiene el carromato y mira el lugar que lo cobijó durante el año y medio que vivió con su mujer en Mercedes. Todo está pronto como para partir, pero lo retiene el recuerdo de las recientes historias vividas. Parte con dolor, dolor por lo que entiende ha sido una ingratitud de quienes confiaba, dolor por los ninguneos, dolor por las ambiciones, dolor por las claudicaciones, y dolor por los abusos que hacen peligrar la justa causa por la que ha luchado. No puede decir que está mejor de sus dolencias, pero lo ha conversado con su mujer y llegaron a la conclusión que lo más indicado es partir para Buenos Aires lo antes posible. Pero ya en camino, duda. Y una vez más le repite, lo que tantas veces conversaron.

-Sin ejército y expuesto a que una noche se presente un desgraciado lance con alguno de los españoles que soltaron y retado por el reino del interés y el despotismo, mejor ponernos en viaje a Buenos Aires, para dar cuenta a la Superior Junta de los acontecimientos.

Pero en el fondo no está seguro de la medida que está adoptando.

-El mismo Capitán Cortinas, bajo palabra de honor, puede informar la parte activa que tuve en el movimiento. Pueden llamar al propio Viera y bajo una confesión formal hablará verdad y si quiere negar algún asunto que no le hace el mejor honor, en ese caso compareceré a su presencia y relucirá la verdad, lo mismo digo de cualquier otro que tal vez, seducido, pueda volver la cara.

Más animado, sacude las riendas y grita, para poner a las bestias en marcha. El cargado carruaje comienza su marcha por los empedrados caminos. Cerca, muy cerca unos chingolos lo saludan y despiden.

-Fii fi fi fi fi fi fi féii

Rechinan los ejes. Y lentamente el caserío va quedando atrás, con sus fábulas de lucha, pasión, amor y muerte.

También Pedro González Cortinas manifiesta su dolor por la partida de Correa. Ni bien le informan un tiempo después de la conmovedora decisión de su compadre, comenta a sus allegados.

-A la generosidad americana que reinaba al tiempo de mi salida de Capilla Nueva ha sucedido la rivalidad de intereses y el amor a la patria sucumbió ante la ambición de mando…

El patriota no quiere ver mancillada por pequeñeces, que no están a la altura del minuto histórico, la entrega inicial de los paisanos. Es momento de recuperar rumbos, de enderezar ejes. La revolución reclama un conductor que esté a la altura de las circunstancias. No es por casualidad que los corrillos de paisanos vocean el nombre de José Artigas.

***

La ira estremece a Benavidez. La proclama de Elío transpira provocación. Inmediatamente convoca a sus allegados para leerles el documento. Quiere desahogarse y que otros lo acompañen. Debería estar acostumbrado a los múltiples desmanes y atropellos del Virrey, pero el escrito lo muestra más irascible, presuntuoso y prepotente que nunca.  En ronda los oficiales de las compañías que están a su mando, escuchan el oficio que llega de Montevideo.

-Vecinos de toda la campaña, las intrigas y sugestiones de la desesperada Junta de Buenos Aires os han precipitado en el proyecto más disparatado y criminal. Retiraos a vuestras casas a gozar de vuestra tranquilidad; no se os perseguirá: de otro modo vuestra ruina y la de vuestras familias es ciertísima -lee Benavidez

Los criollos maldicen entre dientes. Están encrespados por las amenazas. Benavidez los contiene para que lo dejen terminar:

-La Junta de Buenos Aires ni quiere, ni puede daros los auxilios de soldados y armas que os promete, porque ni los tiene, ni puede pasar expedición alguna por el río, que no sea desbaratada por los muchos barcos armados con que le tengo inundado; pero aunque alguno escape ¿de qué os sirve? Mirad que a mi sola orden entrarán cuatro mil portugueses…

Está claro que al Virrey el levantamiento oriental lo ha exasperado y que está dispuesto a actuar como si encarnara al Dios Ibero de la guerra. Desde siempre ha procedido con despotismo, como si fuera juez y guía de almas. Su personalidad, mimetizada con la institución colonial, suele posesionarse de una patológica severidad, con la que a la vez irrita y aterra a la gente. La proclama más que una intimación, es una amenazante arenga. Su final es atroz.

-Con la expedición que ha salido a la campaña, cogidos entre dos fuegos, ni podéis escapar, ni entonces os valdrá el arrepentimiento: todavía ahora tenéis ocasión; retiraos, os digo otra vez a vuestros hogares, y si no me obedecéis, pereceréis sin remedio y vuestros bienes serán confiscados.

El grito atronador de ¡Viva la patria!, resuena como respuesta. Cecilio Guzmán está contento de que Benavidez lo haya convocado. Mucho ha crecido desde que impulsivamente partió de su casa rumbo a Monte de Asencio. Desde entonces su vida ha cambiado drásticamente. Después de la caída de Capilla Nueva, adonde participó sin conocer el oficio militar y de integrar las tropas que sitiaron la estancia de Villalba, había tenido la oportunidad de adiestrarse como artillero. Mucho ha aprendido, sin lugar a dudas. Ahora entiende mejor muchas cosas, ahora entiende mejor las razones por las que su mujer y sus hijos han padecido, pero por sobre todas las cosas, ahora es consciente como nunca antes, de los derechos y obligaciones que implica ser un hombre libre. No es el mismo que partió de Mercedes, pero continúa añorando el pago adonde lo esperan su mujer y sus hijos, añora los plantíos que tantos sudores le demandan, añora la rivera del río, tan igual y a la vez tan diferente, de las otras orillas por las que ha marchado, añora la Capilla y hasta añora a los vecinos. Y desea que ojalá muy pronto pueda volver a verlos, pero por lo que dice Elío la guerra no va a ser fácil.

Un fuerte juramento lo saca de sus cavilaciones.  Es Benavidez que arenga.

-¡Hay siete mil hombres dispuestos y preparados a defender la patria, sus sagrados derechos no se conquistan con papeles!

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