Primera edición
WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes / 2018
Correa detiene el
carromato y mira el lugar que lo cobijó durante el año y medio que vivió con su
mujer en Mercedes. Todo está pronto como para partir, pero lo retiene el recuerdo
de las recientes historias vividas. Parte con dolor, dolor por lo que entiende
ha sido una ingratitud de quienes confiaba, dolor por los ninguneos, dolor por
las ambiciones, dolor por las claudicaciones, y dolor por los abusos que hacen
peligrar la justa causa por la que ha luchado. No puede decir que está mejor de
sus dolencias, pero lo ha conversado con su mujer y llegaron a la conclusión
que lo más indicado es partir para Buenos Aires lo antes posible. Pero ya en
camino, duda. Y una vez más le repite, lo que tantas veces conversaron.
-Sin ejército y
expuesto a que una noche se presente un desgraciado lance con alguno de los
españoles que soltaron y retado por el reino del interés y el despotismo, mejor
ponernos en viaje a Buenos Aires, para dar cuenta a la Superior Junta de los
acontecimientos.
Pero en el fondo
no está seguro de la medida que está adoptando.
-El mismo Capitán
Cortinas, bajo palabra de honor, puede informar la parte activa que tuve en el
movimiento. Pueden llamar al propio Viera y bajo una confesión formal hablará
verdad y si quiere negar algún asunto que no le hace el mejor honor, en ese
caso compareceré a su presencia y relucirá la verdad, lo mismo digo de
cualquier otro que tal vez, seducido, pueda volver la cara.
Más animado,
sacude las riendas y grita, para poner a las bestias en marcha. El cargado
carruaje comienza su marcha por los empedrados caminos. Cerca, muy cerca unos
chingolos lo saludan y despiden.
-Fii fi fi fi fi
fi fi féii
Rechinan los ejes.
Y lentamente el caserío va quedando atrás, con sus fábulas de lucha, pasión,
amor y muerte.
También Pedro
González Cortinas manifiesta su dolor por la partida de Correa. Ni bien le
informan un tiempo después de la conmovedora decisión de su compadre, comenta a
sus allegados.
-A la generosidad
americana que reinaba al tiempo de mi salida de Capilla Nueva ha sucedido la
rivalidad de intereses y el amor a la patria sucumbió ante la ambición de
mando…
El patriota no
quiere ver mancillada por pequeñeces, que no están a la altura del minuto
histórico, la entrega inicial de los paisanos. Es momento de recuperar rumbos, de
enderezar ejes. La revolución reclama un conductor que esté a la altura de las
circunstancias. No es por casualidad que los corrillos de paisanos vocean el
nombre de José Artigas.
***
La ira estremece a
Benavidez. La proclama de Elío transpira provocación. Inmediatamente convoca a
sus allegados para leerles el documento. Quiere desahogarse y que otros lo
acompañen. Debería estar acostumbrado a los múltiples desmanes y atropellos del
Virrey, pero el escrito lo muestra más irascible, presuntuoso y prepotente que
nunca. En ronda los oficiales de las
compañías que están a su mando, escuchan el oficio que llega de Montevideo.
-Vecinos de toda
la campaña, las intrigas y sugestiones de la desesperada Junta de Buenos Aires
os han precipitado en el proyecto más disparatado y criminal. Retiraos a
vuestras casas a gozar de vuestra tranquilidad; no se os perseguirá: de otro
modo vuestra ruina y la de vuestras familias es ciertísima -lee Benavidez
Los criollos
maldicen entre dientes. Están encrespados por las amenazas. Benavidez los
contiene para que lo dejen terminar:
-La Junta de
Buenos Aires ni quiere, ni puede daros los auxilios de soldados y armas que os
promete, porque ni los tiene, ni puede pasar expedición alguna por el río, que
no sea desbaratada por los muchos barcos armados con que le tengo inundado;
pero aunque alguno escape ¿de qué os sirve? Mirad que a mi sola orden entrarán
cuatro mil portugueses…
Está claro que al
Virrey el levantamiento oriental lo ha exasperado y que está dispuesto a actuar
como si encarnara al Dios Ibero de la guerra. Desde siempre ha procedido con
despotismo, como si fuera juez y guía de almas. Su personalidad, mimetizada con
la institución colonial, suele posesionarse de una patológica severidad, con la
que a la vez irrita y aterra a la gente. La proclama más que una intimación, es
una amenazante arenga. Su final es atroz.
-Con la expedición
que ha salido a la campaña, cogidos entre dos fuegos, ni podéis escapar, ni
entonces os valdrá el arrepentimiento: todavía ahora tenéis ocasión; retiraos,
os digo otra vez a vuestros hogares, y si no me obedecéis, pereceréis sin
remedio y vuestros bienes serán confiscados.
El grito atronador
de ¡Viva la patria!, resuena como respuesta. Cecilio Guzmán está contento de
que Benavidez lo haya convocado. Mucho ha crecido desde que impulsivamente
partió de su casa rumbo a Monte de Asencio. Desde entonces su vida ha cambiado
drásticamente. Después de la caída de Capilla Nueva, adonde participó sin
conocer el oficio militar y de integrar las tropas que sitiaron la estancia de Villalba,
había tenido la oportunidad de adiestrarse como artillero. Mucho ha aprendido,
sin lugar a dudas. Ahora entiende mejor muchas cosas, ahora entiende mejor las
razones por las que su mujer y sus hijos han padecido, pero por sobre todas las
cosas, ahora es consciente como nunca antes, de los derechos y obligaciones que
implica ser un hombre libre. No es el mismo que partió de Mercedes, pero continúa
añorando el pago adonde lo esperan su mujer y sus hijos, añora los plantíos que
tantos sudores le demandan, añora la rivera del río, tan igual y a la vez tan
diferente, de las otras orillas por las que ha marchado, añora la Capilla y
hasta añora a los vecinos. Y desea que ojalá muy pronto pueda volver a verlos, pero
por lo que dice Elío la guerra no va a ser fácil.
Un fuerte
juramento lo saca de sus cavilaciones.
Es Benavidez que arenga.
-¡Hay siete mil
hombres dispuestos y preparados a defender la patria, sus sagrados derechos no
se conquistan con papeles!
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