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LA FÁBRICA DE SEGUIDORES - Todos quieren ser populares en internet.


Descubrí el mercado negro de las redes sociales. 

Por NICHOLAS CONFESSORE, GABRIEL J.X. DANCE, RICHARD HARRIS and MARK HANSEN

Celebridades, atletas, comentaristas y políticos tienen millones de seguidores falsos. Las plataformas de redes sociales del mundo batallan con cómo lidiar con ello.          Y hay un alto precio a pagar por la popularidad.


lA VERDADERA JESSICA RYCHLY es una adolescente de Minnesota que tiene una amplia sonrisa y el cabello ondulado. Le gusta leer y escuchar las canciones del rapero Post Malone. Cuando usa Facebook o Twitter, a veces comenta sobre las cosas que la aburren o hace bromas con sus amigos. Ocasionalmente, como muchos adolescentes y jóvenes, publica una selfi.
Pero en Twitter existe una versión de Jessica que ninguno de sus amigos o familiares podría reconocer. Aunque las dos cuentas comparten su nombre, retrato y la misma biografía de una sola línea (“Tengo problemas”), la otra Jessica ha promocionado cuentas de inversiones inmobiliarias canadienses, criptomonedas y una estación de radio en Ghana. La cuenta falsa siguió o retuiteó cuentas en árabe e indonesio, idiomas que Jessica no habla. Mientras ella tenía 17 años y estaba en el último año del colegio, su contraparte falsa frecuentemente promovía pornografía gráfica, al retuitear cuentas como Squirtamania y Porno Dan.
Todas esas cuentas pertenecen a clientes de una oscura empresa estadounidense llamada Devumi que ha recaudado millones de dólares en el mercado global del fraude en las redes sociales. Devumi vende seguidores de Twitter y retuits a celebridades, negocios y cualquier persona que quiera ser más popular o ejercer influencia en internet. Usando un conjunto de al menos 3,5 millones de cuentas automatizadas —cada una de ellas ha sido vendida muchas veces— la compañía le ha proporcionado a sus clientes más de 200 millones de seguidores en Twitter, según reveló una investigación de The New York Times.
Las cuentas que más se parecen a las personas reales, como la de Rychly, muestran el patrón de una especie de robo de identidad social a gran escala. Al menos 55.000 cuentas de Devumi usan los nombres, fotos de perfil, lugares de origen y otros detalles personales de usuarios reales de Twitter, incluidos menores de edad, según un análisis de datos realizado por el Times.
“No quiero que mi foto esté relacionada a esa cuenta, ni mi nombre”, dijo Rychly, quien ahora tiene 19 años. “No puedo creer que alguien pague por eso. Es simplemente horrible”.
Estas cuentas son monedas falsas en la floreciente economía de la influencia en internet, que toca prácticamente cualquier industria en la que una audiencia masiva —o la ilusión de que la hay— pueda ser monetizada. En la actualidad las cuentas falsas que han sido creadas por gobiernos, delincuentes y empresarios infestan las redes sociales. Según algunos cálculos, hasta 48 millones de los usuarios activos de Twitter, casi el 15 por ciento, son cuentas automatizadas diseñadas para simular ser personas reales, aunque la compañía afirma que ese número es mucho menor.
En noviembre, Facebook reveló a sus inversores que tenía al menos el doble de usuarios falsos que los estimados anteriormente, lo que indica que existen unas 60 millones de cuentas automatizadas en la plataforma de medios sociales más grande del mundo. Estas cuentas falsas, conocidas como bots, pueden ayudar a influenciar a las audiencias publicitarias y replantear los debates políticos. Pueden afectar negocios y arruinar reputaciones. Sin embargo, desde el punto de vista legal, su creación y venta están en una zona gris.
“La continua viabilidad de cuentas fraudulentas e interacciones en las plataformas de redes sociales, y la profesionalización de estos servicios fraudulentos, es muestra de que todavía hay mucho trabajo por hacer”, dijo el senador demócrata de Virginia Mark Warner, quien también es miembro del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos, que ha estado investigando la propagación de cuentas falsas en Facebook, Twitter y otras plataformas.
A pesar de las crecientes críticas a las compañías de medios sociales y el mayor escrutinio de los funcionarios electos, el comercio de seguidores falsos sigue siendo opaco en gran medida. Si bien Twitter y otras plataformas prohíben comprar seguidores, Devumi y docenas de otros sitios los venden abiertamente. Y las compañías de redes sociales, cuyo valor de mercado está estrechamente vinculado al número de personas que usan sus servicios, establecen sus propias reglas para detectar y eliminar cuentas falsas.
El fundador de Devumi, German Calas, negó que su compañía vendiera seguidores falsos y dijo que no sabía nada sobre las identidades sociales robadas a los usuarios reales. “Las acusaciones son falsas y no tenemos conocimiento de ninguna de esas actividades”, afirmó Calas en un intercambio de correos electrónicos en noviembre.
The New York Times revisó los registros comerciales y judiciales que evidencian que Devumi tiene más de 200.000 clientes, incluyendo estrellas de reality shows, atletas profesionales, comediantes, oradores de TED, pastores y modelos. En la mayoría de los casos, según muestran los registros, esos clientes compraron sus propios seguidores. En otros, sus empleados, agentes, compañías de relaciones públicas, familiares o amigos hicieron la compra. Por solo unos centavos de dólar por cada uno, a veces incluso por menos, Devumi ofrece seguidores de Twitter, visitas en YouTube, reproducciones en SoundCloud y recomendaciones en LinkedIn.
El actor John Leguizamo tiene seguidores de Devumi. También los tienen Michael Dell, el multimillonario de la informática, y Ray Lewis, el comentarista de fútbol americano y antiguo jugador de los Ravens de Baltimore. Kathy Ireland, quien inició su carrera como modelo y hoy preside un imperio de licencias de 500 millones de dólares, tiene cientos de miles de seguidores falsos de Devumi, al igual que Akbar Gbajabiamila, el presentador del programa American Ninja Warrior. Incluso una integrante de la junta de Twitter, Martha Lane Fox, tiene algunos de esos seguidores.
En momentos en que Facebook, Twitter y Google se enfrentan a una epidemia de manipulación política y noticias falsas, los seguidores falsos de Devumi fungen como la infantería de las batallas políticas en línea. Los clientes de esa empresa incluyen tanto a partidarios acérrimos de Donald Trump como a comentaristas liberales y conservadores de la televisión estadounidense.
Los productos de Devumi también atienden las necesidades de políticos y gobiernos del resto del mundo. Un editor de Xinhua, la agencia noticiosa china, le pagó a la compañía estadounidense para conseguir cientos de miles de seguidores y retuits en Twitter, una plataforma que está prohibida por el gobierno chino pero que es vista como un foro para la propaganda al exterior. El año pasado, un asesor del presidente ecuatoriano Lenín Moreno adquirió decenas de miles de seguidores y de retuits para las cuentas de la campaña electoral de Moreno.
Kristin Binns, una portavoz de Twitter, dijo que la empresa no suele suspender a usuarios bajo sospecha de adquirir bots, en parte porque es difícil saber quién es el responsable de una compra determinada. Twitter no quiso revelar si un muestreo de cuentas falsas proporcionado por el Times —cuentas hechas a partir de la información de usuarios reales— violaban las políticas de la empresa en contra de la suplantación de identidad.
“Seguimos luchando para responder a cualquier automatización maliciosa en nuestra plataforma, así como cuentas falsas o de spam”, dijo Binns.
A diferencia de algunas empresas de redes sociales, Twitter no exige que sus cuentas estén vinculadas a una persona real. También permite un mayor acceso automatizado a su plataforma que otras compañías, lo que facilita la creación y el control de grandes cantidades de cuentas.
“Las redes sociales son un mundo virtual en el que la mitad son bots y el resto es gente real”, dijo Rami Essaid, fundador de Distil Networks, una empresa de ciberseguridad que se especializa en erradicar redes de bots. “No puedes aceptar sin más lo que dice un tuit. Y no todo es lo que parece”.
Resulta que eso incluye a Devumi.

La economía de la influencia

El año pasado, tres mil millones de personas iniciaron sesión en redes como Facebook, WhatsApp o la china Sina Weibo. El anhelo colectivo del mundo por establecer una conexión no solo ha cambiado la composición de la lista de las 500 empresas con mayor valuación de Fortune y reformulado el mundo de la publicidad, sino que ha creado un nuevo indicador de estatus: la cantidad de personas que te siguen, te dan me gusta o te agregan como “amigo”. Para algunos artistas o empresarios, ese estatus virtual es un factor de influencia en el mundo real. Los conteos de seguidores en redes sociales pueden determinar quiénes los contratan, cuánto les pagan por patrocinios o compromisos e, incluso, cómo los clientes potenciales evalúan sus productos o negocios.
Una cantidad alta de seguidores también es clave para los influenciadores que aspiran a marcar tendencia o para las estrellas de YouTube a quienes las empresas les dan miles de millones de dólares al año para patrocinar sus productos. Mientras más alcance tengan esas personalidades, más dinero ganan. De acuerdo con datos de Captiv8, una empresa que vincula a los influenciadores con las marcas, alguien con 100.000 seguidores puede ganar hasta 2000 dólares por un solo tuit promocionado, mientras que alguien con un millón de seguidores podría cobrar hasta 20.000 dólares.
La fama genuina a veces conlleva una influencia real en redes sociales, con los fanáticos que siguen a sus estrellas de cine favoritas, a cocineros célebres y modelos. Pero también hay atajos disponibles: en sitios como Social Envy y DIYLikes.com tan solo se requiere dar un número de tarjeta para comprar un ejército de seguidores en cualquier plataforma social en línea.
“Ves a un número de seguidores más alto o una mayor cantidad de retuits y supones que esa persona es importante o que a ese tuit le fue bien”, dijo Rand Fishkin, fundador de Moz, compañía que desarrolla software de optimización y posicionamiento en motores de búsquedas. “Como resultado, es más probable que tú también lo amplifiques, lo compartas o que sigas a esa persona”.
Twitter y Facebook pueden ser influenciadas de manera similar. “Las plataformas sociales quieren recomendarte cosas y dicen: ‘¿Lo que estamos recomendando es popular?’”, dijo Julian Tempelsman, cofundador de Smyte, firma de ciberseguridad que ayuda a empresas a combatir el fraude y abuso en línea y a los bots. “La cantidad de seguidores es uno de los factores que toman en cuenta”.
Si haces una búsqueda en Google sobre cómo conseguir más seguidores, Devumi estará entre los principales resultados. Su sitio se nota pulido y destaca sus oficinas en Manhattan, testimonios de clientes y una garantía de reembolso. Lo mejor de todo, según promete Devumi, es que los productos de la empresa tienen el visto bueno de la plataforma para la cual venden seguidores. “Solo utilizamos técnicas de promoción que han sido aprobadas por Twitter para que nunca corras el riesgo de que suspendan o penalicen tu cuenta”, asegura.
Para entender mejor el negocio de Devumi, contratamos sus servicios. En abril, el Times creó una cuenta de prueba en Twitter y le pagó a Devumi 225 dólares por 25.000 seguidores; alrededor de un centavo de dólar por cada uno. Como se promete, los primeros 10.000 parecían ser personas reales. Tenían fotografías y nombres completos, la ciudad en la que se encontraban y biografías que parecían ser auténticas. Una cuenta se asemejaba a la de Rychly, la joven de Minnesota.
Pero vistas más de cerca había detalles extraños. Los nombres de las cuentas tenían letras de más o usaban guion bajo o sustituían letras tan similares que el cambio era casi imperceptible, como una ele minúscula en vez de una i mayúscula.
Los siguientes 15.000 seguidores de Devumi eran más claramente sospechosos: no tenían imágenes de perfil y en vez de nombres tenían una mezcla de letras, números y fragmentos de palabras.
En agosto, un reportero del Times le envió un correo a Calas para pedirle que contestara algunas preguntas sobre Devumi; Calas no respondió al correo. Twitter prohíbe vender o comprar seguidores o retuits mientras que Devumi le promete a su clientela discreción absoluta. “Tu información siempre se mantiene confidencial” dice el sitio web de la empresa. “Nuestros seguidores se ven igual que otros seguidores y siempre llegan de manera natural. La única manera en la que alguien va a saber es si le dices”.

La compra de bots

Pero los registros de la empresa revisados por el Times revelan mucho de lo que Devumi y sus clientes prefieren ocultar.
La mayoría de los compradores mejor conocidos de Devumi venden productos, servicios o a sí mismos en las redes. En entrevistas dieron explicaciones variadas: compraron a los seguidores porque tenían curiosidad sobre cómo funcionaba o se sintieron presionados para tener un número de seguidores más altos para ellos mismos o para sus clientes. “Todos lo hacen”, dijo la actriz Deirdre Lovejoy, clienta de Devumi.
Aunque algunos dijeron que creían que Devumi les daba fanáticos potenciales o clientes reales, otros admitieron que sabían o sospechaban que las cuentas eran falsas. Varios dijeron arrepentirse de haber hecho la compra.
“Es un fraude”, dijo James Cracknell, remador británico y medallista de oro olímpico que le compró 50.000 seguidores a Devumi. “La gente que juzga según cuántos me gusta o cuántos seguidores… no es algo saludable”.
Kathy Ireland tiene más de un millón de seguidores en Twitter, que usa frecuentemente para promocionar empresas con las que tiene acuerdos de patrocinio. Pero en enero del año pasado Ireland solo tenía unos 160.000 seguidores. El mes siguiente, un empleado de su agencia de licencias de marca, Sterling/Winters, gastó unos 2000 dólares para conseguir 300.000 seguidores más, de acuerdo con los registros de Devumi. El empleado después hizo más adquisiciones, según reconoció en una entrevista. Un análisis del Times halló que la mayoría de los seguidores de Ireland parecen ser bots.
Una portavoz dijo que ese empleado actuó sin la autorización de Ireland y que había sido suspendido después de que el Times preguntó al respecto. “Estoy segura de que pensó que estaba cumpliendo con sus responsabilidades, pero no es algo que debería haber hecho”, dijo la vocera, Rona Menashe.
De manera similar, Lane Fox, pionera en el comercio electrónico, integrante del parlamento británico y de la junta de Twitter, culpó a un empleado que habría actuado por cuenta propia por una serie de compras a Devumi hechas a lo largo de un año. Se negó a decir qué empleado lo habría hecho.
Varios clientes de Devumi o sus representantes contactados por el Times se negaron a hacer comentarios. Muchos otros no respondieron a intentos reiterados para contactarlos.
Algunos negaron haber hecho compras a Devumi. Entre ellos está Ashley Knight, la asistente personal de Ray Lewis, el futbolista, cuyo correo electrónico era el listado en una orden para 250.000 seguidores. La cuenta personal de Twitter de Paul Hollywood, panadero célebre y juez de The Great British Bake-off, fue eliminada después de que el Times le envió preguntas por correo. Hollywood respondió así: “La cuenta no existe”.
Hillary Rosen, consultora en relaciones públicas y colaboradora de CNN, compró más de medio millón de seguidores falsos a Devumi en dos años. En una entrevista, dijo que esas compras fueron hechas “como experimento” para ver “cómo funcionaba”. Hizo más de una decena de adquisiciones entre 2015 y 2017, de acuerdo con los registros de Devumi.
Otros clientes dijeron que se habían sentido presionados por sus empleadores para tener más seguidores. Marcus Holmlund era el encargado de redes sociales de la agencia de modelaje Wilhemina. Poco después de haber llegado al puesto, un supervisor le dijo que no estaba consiguiendo suficientes seguidores y que debía o comprarlos o encontrar otro empleo. Holmlund terminó pagando él mismo por las cuentas a Devumi antes de dejar la empresa en 2015 (una portavoz de Wilhemina se negó a hacer comentarios).
“Me sentí pasmado por la amenaza de ser despedido o, lo que es peor, nunca poder volver a trabajar en la industria de la moda”, dijo Holmlund. “Desde entonces le digo a quienes me preguntan que es un engaño”.
Varios clientes de Devumi reconocieron que habían comprado bots porque sus carreras dependían, en parte, de aparentar tener influencia en redes sociales. “Nadie te toma en serio si no tienes una presencia notoria”, dijo Jason Schenker, economista que se especializa en pronósticos económicos y que ha comprado unos 260.000 seguidores.
No es de sorprenderse que Devumi también ha vendido millones de seguidores y retuits a personas en el mundo del entretenimiento que son apenas medianamente conocidos, como el actor Ryan Hurst, de la serie Sons of Anarchy. En 2016 y 2017, compró un total de 750.000 seguidores, aproximadamente tres cuartos de los que tiene ahora. El costo fue menor a 4000 dólares, de acuerdo con los registros de Devumi. (Hurst no respondió a solicitudes de comentario).
La empresa también le vende bots a estrellas de reality shows, que utilizan esa fama para cobrar por hacer actos de aparición o patrocinios. Sonja Morgan, del programa The Real Housewives of New York City, usa su cuenta de Twitter impulsada por Devumi para promover su línea de moda, una aplicación para compras y un sitio web en el que vende saludos personalizados en video.
Un antiguo concursante de American Idol, Clay Aiken, incluso le pagó a Devumi para hacerle eco a una queja contra Volvo. Los bots de Devumi le dieron retuit más de cinco mil veces. Ni Aiken ni Morgan respondieron a solicitudes de comentario.
Más de cien personas que se describen a sí mismas como influenciadores –cuya valía en términos monetarios está aun más vinculada a la cantidad de seguidores– han comprado las cuentas falsas de Devumi. Justin Blau, un popular DJ cuyo nombre artístico es 3LAU, adquirió 50.000 seguidores y miles de retuits. En un correo electrónico, Blau dijo que un exmiembro de su equipo de administración los compró sin su aprobación.
Al menos cinco personas que le han comprado seguidores a Devumi también son contratistas de HelloSociety, una agencia para influencers de la que es dueña The New York Times (una portavoz del Times dijo que la compañía intentó verificar que la audiencia de cada contratista fuera legítima y que no hicieran negocios con nadie que violara ese estándar). Lucas Peterson, periodista independiente que colabora con la sección de viajes del Times, también ha comprado seguidores de Devumi.
Los influenciadores no necesitan ser ampliamente conocidos para hacerse con dinero de patrocinios. De acuerdo con un reportaje reciente en el tabloide británico The Sun, los hermanos adolescentes Arabella y Jaadn Daho ganaron 100.000 dólares trabajando con marcas como Amazon, Disney, Louis Vuitton y Nintendo. Arabella, quien tiene 14 años, tuitea con el nombre de Amazing Arabella.
Las cuentas de los hermanos, según los registros de Devumi, son potenciadas por miles de retuits que compró su madre y mánager, Shadia Daho. (Quien no respondió a varios intentos de contactarla por correo y vía una empresa de relaciones públicas).
Mientras Devumi vende millones de seguidores de manera directa a celebridades e influenciadores, cuenta también entre sus clientes a agencias de publicidad y relaciones públicas que compran los bots para sus propios clientes. Phil Pallen, estratega para marcas en Los Ángeles, le ofrece a sus clientes “campañas de crecimiento y publicidad” en redes sociales. De acuerdo con los registros de Devumi, Pallen le ha pagado varias veces a la empresa para cumplir con esas promesas. A inicios de 2014, por ejemplo, adquirió decenas de miles de seguidores para Lori Greiner, coconductora del programa Shark Tank.
Al principio, Pallen negó haber adquirido esos seguidores. Después de que el Times contactó a Greiner, Pallen afirmó que había “experimentado” con la empresa pero que “dejó de hacerlo hace mucho tiempo”. Un abogado de Greiner dijo que ella le pidió que dejara de hacerlo cuando se enteró de las primeras compras. Sin embargo, los registros muestran que Pallen le compró más seguidores a Greiner en 2016.
Los consultores de mercadotecnia también compran a seguidores para sí mismos, como si compraran la evidencia para respaldar su supuesta pericia. En el 2015, Jeetendr Sehdev, exprofesor de la Universidad de California del Sur que se autodenomina “la autoridad líder del mundo en marcas de celebridades”, comenzó a comprar cientos de miles de seguidores falsos a Devumi.
No respondió a solicitudes de comentario, pero en su reciente libro éxito en ventas, The Kim Kardashian Principle: Why Shameless Sells (el principio de Kim Kardashian: por qué vende ser descarado), explicó de otra manera el alza en sus seguidores. Dijo que su “seguimiento en cuenta de redes sociales se disparó” porque descubrió el verdadero secreto de la influencia de las celebridades: “La clave es la autenticidad”.

Robado y vendido

Entre los seguidores de Sehdev estaba Rychly… o, al menos, la copia de la cuenta de la joven. La cuenta falsa de Rychly, creada en 2014, fue incluida en las órdenes de compra de cientos de clientes de Devumi. Ha retuiteado a Schenker, el econimista, y a Arabella Daho, la influenciadora adolescente. La Rychly falsa terminó entre los seguidores de Hollywood, el panadero, del disc-jockey francés DJ Snake y de Ireland. (Los seguidores comprados de DJ Snake fueron adquiridos por un antiguo mánager y Standen no respondió a solicitudes de comentario).
La Rychly falsa también retuiteó por lo menos cinco cuentas vinculadas al pornógrafo estadounidense Dan Leal, quien vive en Hungría y usa la cuenta @PornoDan. Leal ha comprado unos 150.000 seguidores a Devumi en los últimos años y es uno de al menos doce clientes de esa empresa que son parte de la industria del entretenimiento adulto.
En un correo, Leal dijo que la compra de seguidores para su negocio le ha generado más que suficientes ganancias para compensar el gasto. Añadió que no le preocupa ser penalizado por Twitter. “Un sinfín de figuras públicas, empresas, bandas musicales, etc., compran seguidores”, escribió. “Si Twitter tuviera que sacar a todos los que lo hacen no quedaría prácticamente ninguno de ellos”.
Devumi ha vendido decenas de miles de bots de alta calidad que son similares, de acuerdo con un análisis del Times. En algunos casos un solo usuario real de Twitter fue transformado en cientos de diferentes bots; cada uno una variante con cambios mínimos respecto al original.
Las cuentas falsas utilizaron identidades sociales de usuarios de Twitter registrados en los cincuenta estados que componen Estados Unidos y en decenas de países que eran tanto adultos como menores de edad; replicaron la información de usuarios muy activos y de quienes no habían iniciado sesión en meses o hasta en años.
Sam Dodd, ahora estudiante de universidad y quien aspira a ser cineasta, creó su cuenta en su segundo año del colegio preparatorio en Maryland. Antes de graduarse ya habían sido copiados sus detalles de Twitter a una cuenta bot.
Esta no tuvo actividad sino hasta el año pasado, cuando comenzó a retuitear de manera continua a clientes de Devumi.
“No sé por qué replicaron mi identidad; soy un estudiante universitario de 20 años”, dijo Dodd. “No soy alguien conocido”. Pero incluso así la identidad social de Dodd tiene valor en la economía de la influencia. De acuerdo con los precios publicados en diciembre, Duvemi vendía a seguidores de alta calidad por menos de dos centavos. Si la identidad social de Dodd es vendida a unos dos mil clientes –el número promedio que siguen las cuentas bots de Devumi– esta empresa se haría con unos 30 dólares.
Esas identidades sociales robadas son claves para la marca Devumi. Los bots de alta calidad son los que usualmente llegan primero a los clientes, seguidos por unos de baja calidad; como si entregaran queso parmesano rallado junto con aserrín.
Algunos de los bots de alta calidad de Devumi de hecho remplazan a una cuenta inactiva –alguien que dejó de usar el servicio– con una falsa. Whitney Wolfe, asistente ejecutiva que vive en Florida, abrió una cuenta de Twitter en 2008, cuando ayudaba en la planeación de bodas. Para cuando dejó de usarla en 2014 ya había sido creada una cuenta falsa con su información personal, que ha retuiteado las publicaciones de actrices de la industria pornográfica y a varios influenciadores.
“Ese contenido –de mujeres en tanga y fotografías de los pechos de mujeres– no es para nada lo que quiero que se asocie a mi fe, a mi nombre o a donde vivo”, dijo Wolfe, quien es parte de una congregación bautista.
Otras víctimas seguían siendo activas en Twitter cuando los bots de Devumi empezaron a suplantar su identidad. Salle Ingle, ingeniera de 40 años que vive en Colorado, dijo que le preocupaba que un posible empleador se topara con la versión falsa si revisaba su actividad en redes sociales como parte del proceso de contratación. Cuando el Times le avisó sobre la cuenta, ella contactó a Twitter y logró que fuera desactivada.
Después de enviarle el correo a Calas el año pasado, un reportero del Times visitó la dirección en Manhattan que lista el sitio web de Devumi. En el edificio rentan decenas de oficinas, pero Devumi y su empresa matriz, Bytion, no parecen estar entre los arrendatarios. Un portavoz del dueño del edificio dijo que ni Devumi ni Bytion han rentado espacios ahí.
Como los seguidores que vende, la oficina de Devumi es una ilusión.

Un hombre lleno de misterio

En la vida real, Devumi tiene su sede en un edificio de oficinas arriba de un restaurante de comida mexicana en West Palm Beach, Florida, y frente a un callejón repleto de basureros. Calas vive cerca en un penthouse.
En su perfil de LinkedIn, Calas se describe como un “empresario serial” con antecedentes en la industria de la tecnología y un posgrado del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Pero la imagen pública de Calas también es una mezcla de fantasía y realidad.
Calas, quien tiene 27 años, creció en el sur de Florida. Cuando era adolescente aprendió diseño web y construyó los sitios de varias compañías locales, de acuerdo con versiones anteriores de su página web personal que están guardadas en el Internet Archive.
Con el tiempo se autoenseñó técnicas de optimización de búsquedas: el arte de lograr que una página web termine más arriba al usar Google u otro motor de búsqueda. En el colegio comenzó a tomar clases en la universidad Palm Beach State, donde consiguió un título técnico en 2012, según una portavoz de la escuela. Pocos años después, Calas afirmaba haber construido decenas de empresas web con más de diez millones de clientes como parte de Bytion.
“Inicié esta compañía con mil dólares en el banco, sin inversores, y solo con una ardiente pasión por el éxito”, escribió Calas en el sitio de listados laborales Glassdoor.
Conforme crecieron sus ambiciones también lo hizo su supuesto historial. Una copia de su CV publicada en línea en 2014 dice que consiguió una licenciatura en Física de la Universidad de Princeton en el 2000, cuando habría tenido unos 10 años, y un doctorado en ciencias computacionales del MIT. Representantes de ambas escuelas dijeron que no tienen registro alguno de que Calas haya estado inscrito. Su página actual de LinkedIn dice que tiene una maestría en “negocios internacionales” por MIT, pese a que no es un posgrado que exista en esa institución.
De acuerdo con exempleados de Devumi entrevistados por el Times, había una rotación constante del personal y Calais fragmentaba mucho las operaciones. Los empleados a veces no tenían idea de qué estaban haciendo sus colegas, hasta con los que compartían proyectos. Aunque estos empleados pidieron mantenerse anónimos por temor a demandas o porque firmaron acuerdos de confidencialidad, en el sitio Glassdoor hay comentarios muy similares de otros antiguos trabajadores, que dicen que Calas era poco comunicativo y exigió que instalaran software de monitoreo en sus dispositivos personales.
Buena parte del personal de atención al cliente de Devumi está basado en Filipinas, lo que quizá le haya ayudado a Calas a reducir costos, pero también lo expuso a él mismo ser víctima del robo de su identidad social.
En agosto, Calas presentó una demanda contra Ronwaldo Boado, contratista filipino que había trabajado como asistente de soporte en atención al cliente. Después de ser despedido por pelearse con otros integrantes del equipo, Boado tomó el control de un correo de Devumi en el que había más de 170.000 solicitudes de órdenes de clientes, según dice Calas en los documentos legales. Luego Boado creó un Devumi falso. (Algunos detalles de la demanda y de Devumi fueron reportados anteriormente por el Bureau of Investigative Journalism).
Calas acusó que Boado usó un nombre muy similar, DevumiBoost, y el mismo diseño del sitio web, con todo y la dirección en Manhattan. Durante julio pasado, Boado –haciéndose pasar por un empleado de Devumi– le escribió a cientos de clientes de esta empresa para decirles que sus órdenes iban a ser procesadas por DevumiBoost. Luego también se hizo pasar por los clientes enviando correos a Devumi con diversos alias para pedir cancelar órdenes. (Boado no respondió a correos solicitándole respuesta a las acusaciones de Calas).
La demanda de Calas también reveló algo más: parece que Devumi no hace sus propios bots. En cambio, los compra al mayoreo como parte de un mercado global de cuentas falsas en redes sociales.

La cadena de suministro social

Esparcidos por todo el internet hay diversos sitios web con los que fabricantes anónimos de bots se conectan con minoristas como Devumi. Mientras que los clientes individuales llegan a comprar directo de estos sitios –Peakerr, CheapPanel o YTbot, entre otros– son menos amigables para un usuario directo. Algunas, por ejemplo, no aceptan pagos con tarjeta, solo Bitcoin.
Cada sitio vende seguidores, me gusta y compartir al por mayor para diversas redes sociales en diferentes idiomas. Las cuentas que venden llegan a cambiar de manos en varias ocasiones y a ser comercializadas por más de un vendedor.
Devumi, según un exempleado, utilizaba bots de diferentes fabricantes según el precio, la calidad y la confiabilidad. En Peakerr, por ejemplo, mil bots en inglés de alta calidad con fotografías de perfil cuestan poco más de un dólar. Devumi cobra 17 dólares por la misma cantidad.
Ese margen de ganancia le ha permitido a Calas construir una pequeña fortuna, de acuerdo con los registros de la empresa. En tan solo unos años, Devumi vendió alrededor de 200 millones de seguidores de Twitter a por lo menos 39.000 clientes, lo que representa un tercio o más de los 6 millones de dólares en ventas durante ese periodo.
En diciembre, Calas pidió que el Times le diera ejemplos de bots que habían copiado información de usuarios reales. Después de recibir los nombres de diez cuentas, Calas, quien había aceptado dar una entrevista, pidió más tiempo para analizarlas y después dejó de responder a los correos.
Binns, la portavoz de Twitter, dijo que la empresa no revisa de manera proactiva las cuentas para ver si son suplantación de otros usuarios. En vez, añadió, los esfuerzos de la compañía se enfocan en identificar y suspender cuentas que violan las políticas de correo basura de Twitter. Binns dijo que en diciembre, por ejemplo, la compañía identificó en promedio unas 6,4 millones de cuentas sospechosas por semana.
Todas las cuentas falsas que le mostró el Times está en violación de las políticas antispam de Twitter y fueron eliminadas, dijo Binns. “Nos tomamos muy en serio la acción de suspender una cuenta en la plataforma”, dijo. “Al mismo tiempo, queremos combatir el spamde manera agresiva en la plataforma”.
Sin embargo, Twitter no ha impuesto salvaguardias aparentemente sencillas que ayudarían a coartar a los fabricantes de bots, como requerir que quien se registre para una cuenta nueva haga una prueba contra spam, como la que hacen muchos sitios comerciales. Como tal, Twitter ahora alberga una cantidad enorme de cuentas inactivas que incluyen cuentas probablemente controladas por fabricantes de bots.
Antiguos empleados de la red social dijeron que el equipo de seguridad se enfocó por muchos años más bien en posibles casos de abuso contra usuarios, como el contenido racista y misógino, y en campañas antiacoso. Dijeron que fue hasta hace poco, entre revelaciones como el uso de bots por parte de hackers vinculados al gobierno ruso para promover noticias basura, que Twitter se enfocó más en deshacerse de las cuentas falsas.
Leslie Miley, ingeniera que trabajó en la unidad de seguridad de la empresa y de sus usuarios hasta finales de 2015, dijo: “Twitter, como red social, fue desarrollada prácticamente sin prever rendición de cuentas”.
Algunos críticos creen que hay un incentivo de negocios para Twitter en contra de reprimir más agresivamente a los bots. Durante los últimos dos años, la empresa ha batallado para generar el crecimiento de usuarios que han tenido rivales como Facebook o Snapchat e investigadores externos han puesto en tela de duda los estimados de la compañía sobre cuántos de sus usuarios activos son en realidad bots.
“Trabajamos con ecosistemas no regulados y cerrados por completo que no reportan estas cosas. Tienen un incentivo perverso para dejar que pase esto”, dijo Essaid, el experto en ciberseguridad. “Quieren controlar esto hasta el punto en el que no sea tan obvio que existe pero que [Twitter] siga sacando dinero de ello”.
En enero, después de unos dos años de promover cientos de cuentas de clientes de Devumi, la Jessica Rychly falsa por fin fue identificada por los algoritmos de seguridad de Twitter y la cuenta fue suspendida.
Sin embargo, la verdadera Rychly ya planea salirse para siempre de esa red social.
“Probablemente voy a borrar mi cuenta de Twitter”, dijo.
(NYTIMES 27 de enero de 2018)
Contribuyeron al reportaje Manuela Andreoni, Jeremy Ashkenas, Laurent Bastien Corbeil, Nic Dias, Elise Hansen, Michael Keller, Manuel Villa y Felipe Villamor. Colaboraron con investigación Susan C. Beachy, Doris Burke y Alain Delaquérière.

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