Austen Ivereigh es
el autor de El gran reformador (Ediciones
B, 2015), una biografía imprescindible para cuaqluiera que tenga interés en
entender quién es el párroco argentino que llegó a ser Papa. Sin embargo, cinco
años después del nombramiento de Francisco, el escritor se ha vuelto a embarcar
en un nuevo libro que analizará sus cinco años de pontificado.
Cinco años después, ¿entiende más cosas de aquella
elección?
Lo que más ha
destacado de estos cinco años es su determinación, su concentración total en lo
que él ve como la necesidad de que la Iglesia cambie para llevar el evangelio
al corazón de la humanidad contemporánea. Lo que está en discusión son dos
cosas: exactamemte qué ha querido hacer con la Iglesia y para qué.
¿Y bien?
Es el plan de la
Iglesia latinoamericana, que se llama ‘conversión pastoral’. Es la respuesta
necesaria de la Iglesia a una sociedad líquida y tecnocrática. Ante el colapso
de las instituciones, la disolución de los lazos humanos, la Iglesia tiene
necesidad de volver a su mensaje central, que es la misericordia de Dios, y de
responder con hechos concretos a las necesidades urgentes, tanto físicas como
espirituales, especialmente de los pobres, los ‘descartados’ como él los llama.
Y luego un cierto ‘no’ al intento de recuperar y de conservar espacios de
influencia desde el estado y la sociedad. No es cambio de doctrina, pero sí un
cambio de enfoque sustancial.
¿De dónde viene su idea de la Iglesia?
El cambio relevante
de estos cinco años es que la Iglesia latinoamericana es el centro dinámico, la
fuente, de la iglesia universal. Hemos pasado de una iglesia todavía
monárquica, algo imperialista, europea… a una Iglesia sirvienta global, como
fue diseñada en el Concilio Vaticano II. Hay un cambio de época.
Parece que se eligió al Papa perfecto para estos
tiempos de protestas.
Es que desde la
Iglesia en América Latina se hizo un diagnóstico de la modernidad muy acertado,
mucho más sofisticado que en cualquier otro lado de la Iglesia. Es
impresionante el análisis que hicieron en la primera década del siglo 21. Y
desde Buenos Aires Bergoglio estaba muy involucrado.
A veces se le ha acusado de populista, de no ser
más contundente con determinadas inclinaciones de la política latinoamericana.
Si populista
significa estar conectado con el pueblo, no hay duda. Tiene una empatía muy
grande con la cultura popular, y sus propios instintos son, digamos,
nacionalistas-populistas y no liberal-globalistas. Pero si populista significa
el chavismo o el populismo de Evo Morales, de ninguna manera. Ha sido muy
crítico con el intento de algunos populistas autoritarios de crear un mito de
una Iglesia extranjera, colonial. El pueblo latinoamericano es en su esencia
católico y humanista.
¿Cree que la reforma de la Curia ha llegado a buen
puerto?
Antes que nada ha
intentado reformar la actitud de la Curia, para que deje de ser algo así como
la sede central de una multinacional. Los obispos que venían hace 5 años a Roma
comentaban que se les trataba como súbditos recibiendo órdenes, pero ahora las
congregaciones les preguntan cómo pueden ayudar. Además, como estrategia para
que las reformas perduren, ha entregado al colegio cardenalicio la tarea de
transformar la Curia. De modo que en el próximo cónclave ellos mismos pensarán
en cómo deben ellos seguir con sus reformas.
¿Los cambios en la Curia han llegado a ser
relevantes?
Algunos dicen que
ha cambiado muy poco en la Curia. Pero a mí me parece que los cambios son
sustanciales. Nuevas congregaciones, entidades de supervisión de finanzas… está
en marcha, es un proceso largo. En el tema de las finanzas, por ejemplo, no hay
ninguna posibilidad de volver a los días oscuros del IOR. No volverá la época
de Marcinkus, para entendernos. Pero es verdad que no han enjuiciado a muchas
personas y de eso se queja Moneyval. La maquinaria judicial del Vaticano sigue
siendo ineficiente a la ahora de procesar a los delincuentes y corruptos. Hay
mucho camino que recorrer. Pero ahora las finanzas reciben una supervisión
inimaginable hace 5 años.
¿Cuál es la oposición real dentro de la Iglesia?
Este Pontificado ha
hecho emerger un fariseísmo católico insólito. Una actitud ideológica de la fe muy
aferrada a la idea de la continuidad de que nada puede cambiar, y una religión
muy de reglas y de normas. Pero la furia que ha suscitado el Pontificado es una
prueba de la necesidad de la conversión pastoral. La respuesta de demasiados
católicos a los relativismos y a la liquidez ha sido un refugiarse en una idea
de la Iglesia como una roca fuera del tiempo – una visión que se había
descartado en el Concilio Vaticano II pero que parece que está muy viva aún.
Tal vez ha florecido en los dos últimos pontificados. Este tradicionalismo no
es capaz de evangelizar: es una estrategia de resistencia, no de renacimiento.
Fue una de las cosas que más preocupaban a los cardenales en el último
cónclave.
¿Las reformas son irreversibles?
Nada es
irreversible, pero él está buscando abrir un proceso que otros puedan
continuar. En el fondo está sembrando para que otros cosechen. La conversión
pastoral, que es el corazón de la reforma, creo que es irreversible, sí, porque
al abrirse más al mundo en vias de desarrollo, la Iglesia cambiará. Nombra a
cardenales y obispos que son pastores, y eso es el gran cambio. Es la
transformación del clero. Porque en el fondo el poder del Papa es restringido.
Puede cambiar la composición del colegio cardenalicio, determinar el criterio
para nombrar a obispos, y la formación del clero del futuro, pero los cambios
son de largo plazo.
¿Cree que seguirá el mismo camino que Benedicto
XVI?
No dudo de que
renunciará en el momento debido. Él ha dicho varias veces que Benedicto XVI ha
cambiado la naturaleza del Pontificado. Al principio hablaba de un periodo de 5
años, pero se ha dado cuenta de que su plan necesita más tiempo. Creo que
necesita dos años más de consolidación de estas reformas y luego él elegirá el
momento apropiado, si es que le falten fuerzas. Pero no antes, creo.
¿Será una bisagra histórica?
Es el primer
Pontificado de una nueva era global en la Iglesia. La bisagra fue Benedicto y
Francisco es el pionero, el que ha abierto las puertas. Pero el que posibilitó
el cambio fue Benedicto. Vio todo esto y no lo pudo hacer él mismo. Dio un paso
atrás y dejó que la iglesia latinoamericana ocupara ese espacio, porque la
europea, ocupada en argumentos infructíferos sobre la modernidad, ya no era muy
capaz de evangelizar. La latinoamericana –joven, evangelizadora, pastoral,
misionera– está lejos de ser perfecta, pero sí tiene esa capacidad.
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