domingo

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN (54) - CARLOS CASTANEDA


PRIMERA PARTE “LAS ENSEÑANZAS”
(Una forma yaqui de conocimiento)

VI (3)

Sábado, 6 de julio, 1963 (2)

Desperté al levantarse don Juan. El sol brillaba en un cielo despejado. Era un día cálido y seco. Don Juan comentó de nuevo su certeza de que yo le caía bien a la yerba del diablo.

Procedimos a tratar la raíz, y al finalizar el día teníamos una buena cantidad de sustancia amarillenta en el fondo del cuenco. Don Juan escurrió el agua de encima. Pensé que ese era el fin del proceso, pero él volvió a llenar el recipiente con agua hirviendo.

Bajó la olla de la papilla. Esta parecía casi seca. Llevó la olla dentro de la casa, la colocó cuidadosamente en el piso y se sentó. Luego empezó a hablar.

-Mi benefactor me dijo que se permitía mezclar la planta con manteca. Y eso es lo que vas a hacer. Mi benefactor me la mezcló a mí con manteca, pero, como ya te he dicho, yo nunca le tuve afición a la planta ni traté realmente de hacerme uno con ella. Mi benefactor decía que para mejores resultados, para quienes de veras quieren dominar el poder, lo debido es revolver la planta con sebo de jabalí. El sebo de tripa es el mejor. Pero escoge tú. Acaso la vuelta de la rueda decida que tomes como aliado a la yerba del diablo, y en este caso te aconsejo, como mi benefactor me aconsejó a mí, cazar un jabalí y sacar el sebo de tripa. En otros tiempos, cuando la yerba del diablo era lo mejor, los brujos acostumbraban ir de cacería nada más para traer sebo de jabalí. Buscaban a los machos más grandes y fuertes. Tenían una magia especial para jabalíes: tomaban de ellos un poder especial, tan especial que hasta en esos días costaba trabajo creerlo. Pero ese poder se perdió. No sé nada de él. Ni conozco a nadie que sepa. A lo mejor la misma yerba te enseña todo eso.

Don Juan midió un puño de manteca y lo echó en el cuenco donde estaba la pasta seca, limpiándose la mano en el borde de la olla. Me dijo que agitara el contenido hasta que estuviera suave y bien revuelto.

Batí la mezcla durante casi tres horas. Don Juan la miraba de tiempo en tiempo, sin considerarla terminada aun. Por fin pareció satisfecho. El aire batido en la pasta le había dado un color gris claro, y consistencia de jalea. Colgó la olla del techo, junto al otro recipiente. Dijo que iba a dejarlo allí hasta el otro día, porque preparar esta segunda parte requería dos días. Me dijo que no comiera nada entre tanto. Podía tomar agua, pero nada de comida.

El día siguiente, jueves 4 de julio, cuatro veces hice escurrir la raíz, dirigido por don Juan. La última vez que escurrí el agua del cuenco, ya estaba oscuro. No sentamos en el porche. Don Juan puso ambos recipientes frente a mí. El extracto de raíz consistía en una cucharadita de almidón blancuzco. Lo puso en una taza y añadió agua. Dio vueltas a la taza para disolver la sustancia y luego me entregó la taza. Mi corazón empezó a golpear; sentí perder el aliento. Don Juan me ordenó, como si tal cosa, quitarme toda la ropa. Le pregunté por qué, y dijo que para untarme la pasta. Vacilé, No sabía si desvestirme.

Don Juan me instó a apurarme. Dijo que había muy poco tiempo para tonterías. Me quité toda la ropa.

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