domingo

JULIO CÉSAR CASTRO (JUCECA) - LA VUELTA DE DON VERÍDICO (18)


LOS ADIOSES

Hombre que supo ser asunto serio pa despedirse, aura que dice, Iracundo Complejo, el casau con En Buenahora Titila, mujer más aburrida que pescar en palangana.

Iracundo era un crestiano que cuando no encontraba a quien despedir se abrazaba él mismo. Quedaba como quien se rasca la espalda a dos manos.

Había gente que le disparaba, porque en lugar sencillito, con un… “Buenos días vecino”, o un… “Hasta la güelta cuñau”, iba corriendo a donde estaba el otro y le pegaba mesejante abrazo. Pa pior se demoraba en largar y había gente que llegaba tarde al trabajo.

En los velorios era una temeridá. A los dolientes les pegaba cada abrazo que les cortaba el llanto. En lugar de acompañarles el sentimiento se los machucaba.

En el velorio del finadito Lluvioso Fetiche, que se murió atorau con una bola de billar cuando estaba mirando y bostezó justo cuando el otro dio una pifia porque le habían escupido el taco, en ese velorio, Iracundo llegó repartiendo abrazos pa todos lados y sin largar. Agarraba a los dolientes y les pegaba cada sacudón que salpicaba de café a todo el mundo. Hubo que pararlo pa que no abrazara al finadito, que al final de cuentas era el único que no tenía apuro.

Cuando abrazó a la viuda fue un disparate. La pobrecita se quedó sin ir al entierro porque Iracundo no la largaba. Cuando le dijo pa consolarla que estábamos de paso, ella le contestó:

-Algunos estamos de paso, porque lo que es usté ta como pa quedarse.

La abrazó tanto, que hasta el finadito se molestó.

El día que dentro al boliche El resorte fue el disparramo de gente escurriendo el bulto. El barcino se trepó de un salto a la mortadela que colgaba del techo, Iracundo lo abrazó a la pasada y estuvo como una hora hamacándose en el gancho con gato y mortadela.

Cuando se descolgó quiso abrazar a los presentes pero los restantes se le hacían los ausentes sacándole el cuerpo. Se le agachaban, se trepaban a las mesas, se tiraban al suelo, saltaban pa atrás del mostrador, reculaban pa los rincones, lo esquivaban y lo dejaban que se diera contra las paredes.

Hasta que el tape Olmedo le pegó el grito; cuidando no facilitarlo al otro, no fuera cosa que le volcara el vino, le gritó:

-¡Alto ahí don Iracundo Complejo! Si usté quiere abrazarme tranquilo, yo mañana de mañana le caigo por su rancho y me saluda a su gusto, pero con el vaso en la mano no, porque el vino no es juguete.

El otro, encantau de la vida, cuando iba saliendo le dijo al tape:

-Mire que mañana de mañana lo voy a estar esperando en la tranquera con los brazos abiertos, ¿eh?

Dicen que a la semana hubo gente que lo vio esperando al tape en la tranquera. Un hornero ya le estaba haciendo nido en uno de los brazos abiertos, a la altura del codo.

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