domingo

LA COBARDÍA FEMINISTA



Análisis crítico, desde el Afuera, a la publicación del  Centro de Estudios de la Mujer (CEM)


por Andrea Franulic


Movimiento Rebelde del Afuera


“Nuestra historia como mujeres no existe, estamos sumergidas en la historia guerrera de la masculinidad. En el juego mentiroso de la verdad y la historia oficial, se intenta hacer una historia de las mujeres y del feminismo. Esta visibilización de las mujeres opera desde la historia del sistema y, por lo tanto, se las hace visibles dentro de la feminidad” (Pisano, 2004, 43). Sin una historia propia, las mujeres seguiremos arribando a este mundo con un único referente, la ‘feminidad-masculinidad’, construcción cultural que nos deshumaniza y aliena.

A principios de este año, el Centro de Estudios de la Mujer (CEM) presentó un libro, financiado por la Fundación Ford, que relata la historia del Movimiento Feminista chileno en la década de los noventa. La publicación está escrita por tres feministas y dedicada “Para las feministas de ayer, hoy y mañana”. A pesar de las apariencias, este texto constituye una historia más de la ‘masculinidad’ y da cuenta del fracaso de los feminismos, absorbidos por la cultura vigente.

El libro es una ‘investigación social’; esta es su primera alianza con la masculinidad o, al menos, levanta la primera sospecha. Escrito desde las ciencias sociales, usa, convenientemente, los esquemas conceptuales de la sociología, que define los “problemas” que se desean estudiar y lleva a cabo las interpretaciones funcionales a su sistema. Más de alguna vez hemos escuchado hablar del sesgo de la ciencia, que invisibiliza a las mujeres, siendo clasista y racista además, encubriendo su violencia con un lenguaje objetivo, neutro y desapasionado, que, sabemos, no es tal, es patriarcal.

Es esta la armadura tras la que se refugia el discurso ideológico de esta investigación. Armadura que, al ser científica, cuenta con la legitimidad del ‘sentido común instalado’. Está legitimado, entonces, todo lo que se diga, pues se apoya en las metodologías validadas por el sistema y parece ser la única verdad posible, más aún, la única perspectiva posible para analizar la realidad y relatar la historia. Sin embargo, para quienes miramos el mundo desde otro lugar, sabemos que el esencialismo es una trampa más de la masculinidad. 

Una acomodación conceptual fundamental en el libro es el reemplazo de la categoría de ‘movimiento social’ por la de ‘campo de acción’. La ‘homogeneidad’ del movimiento social se reemplaza por la ‘heterogeneidad’ del campo de acción, es decir, las feministas actúan o pueden actuar “ya no solo en las calles, los colectivos de autorreflexión autónomos, los talleres de educación popular, etc. Si bien las feministas continúan en esos espacios, hoy se encuentran además en una amplia gama de terrenos culturales, sociales y políticos: en los pasillos de la ONU, en la academia, las instituciones públicas, los medios de comunicación, los organismos no gubernamentales especializadas y profesionalizadas, en el cyberespacio, etc.” (Álvarez, 1998, p.93, citada por Ríos, Godoy y Guerrero, 2003, p.27). 

Segunda alianza con la masculinidad: el uso de un lenguaje ‘postmoderno’, cuya característica fundamental es la de ser ‘incluyente’. Con la cita recién expuesta, se pretende incluir a todas las feministas y feminismos. Sabemos que no es lo mismo un grupo político de mujeres autónomas y pensantes, que hacer ‘lobby’ en los pasillos de la ONU, si “las Naciones Unidas no son lo que aparentan ser. De hecho, por su burocratismo y naturaleza elitista, son una organización destinada a respaldar los intereses de los grandes poderes imperialistas, y muy especialmente los de los Estados Unidos” (Boron, 2002, 20).

El planteo central de esta investigación, seleccionado y definido por las instituciones masculinistas, apuesta por una transformación del movimiento feminista en el Chile postdictatorial. Y el esquema conceptual antes descrito (‘movimiento social’ distinto a ‘campo de acción’) rebate la “hipótesis” de una desmovilización del feminismo chileno y se ajusta al planteamiento de su transformación. En otras palabras, según las autoras de este libro, el feminismo de los noventa es distinto al de los ochenta, “se expande, complejiza y trasciende los límites de lo que antaño fuera considerado un movimiento social tradicional” (Ríos, Godoy y Guerrero, 2003, 110), las feministas de los noventa están en todas partes. En cambio, para las del Afuera, el feminismo fracasó: “El feminismo está tomado, repetitivo y aburrido, demandante y quejoso, decadente y sin la madurez de la memoria. Continúa en una relación perturbada, por decir lo menos, con el sistema de la masculinidad y sus instituciones, que funcionaliza los movimientos sociales según sus necesidades e intereses, con una capacidad de reciclaje que hoy percibe casi todo el mundo” (Pisano, 2004, 73).

Apropiándose, además, de la historia del feminismo de los años ochenta, las autoras interpretan la explosión del movimiento de mujeres y feminista únicamente como una reacción contra el autoritarismo de la dictadura y en respuesta al vacío dejado por los partidos políticos. Por lo tanto, una vez recuperada la “añorada” democracia y su institucionalidad política, la acomodación a los “nuevos tiempos” traerá consigo puestos, carreras, cargos, viajes, estudios; y las feministas, efectivamente, treparán en todas partes. 

Para quienes analizan los ochenta dentro de los límites del ‘monomio masculino-femenino’, la ‘expansión’ del feminismo en los noventa es celebrada o, al menos, aparentan hacerlo. Este ‘período fundacional’, como lo bautizan en la investigación para referirse a los ochenta, es relatado de manera despersonalizada y aparece exento de relaciones de poder, diferencias ideológicas y continuidad histórica; es decir, es un discurso despolitizado, sin embargo, esto es político, en la medida de que permite que el sistema vigente se siga reciclando. Si bien es cierto que el movimiento de mujeres y feminista surgen en el contexto del orden autoritario y que “las mujeres sujetas, enlazadas a su condición, se abocan a suplir la carencia, a resolver las tareas políticas vacantes y a desarrollar actividades en el plano de los Derechos Humanos, desplegando un abanico de acciones que permitirán sostener y apoyar la resistencia” (Rodríguez, 2001, 11); también es cierto que “la acción (...) traerá consigo la posibilidad de resignificar lo político, algo que había quedado pendiente en la etapa sufragista” (Rodríguez, 2001, 12). Pero el discurso inscrito en la publicación del CEM, acentúa la ‘identidad opositora’ del feminismo, desarticulándolo históricamente del ‘movimiento sufragista’ y borrando las diferencias ideológicas que ya entonces hacían del feminismo un movimiento heterogéneo.

Las diferencias ideológicas estaban, como ahora, marcadas por el poder. En un documento inédito, Margarita Pisano cuenta que las mujeres que apostaron por un proyecto político movimientista, se quedaron con los prejuicios del feminismo; en cambio, aquéllas que permanecieron protegidas bajo la sombra del buen árbol académico, se llevaron consigo los prestigios del mismo. Así también, las mujeres que nunca renunciaron a sus partidos políticos, usufructuaron de las ideas feministas, deslegitimando, al mismo tiempo, al feminismo como proyecto político autónomo. Pero en el libro del CEM, estos hechos no se relatan, pues dar cuenta de ellos conlleva dar cuenta de la misoginia inherente al lugar ideológico desde el cual este discurso se enuncia.

En realidad, el texto usa la historia del movimiento feminista de los años ochenta como ‘garantía’, categoría constituyente de todo discurso argumentativo y que se define como “una licencia formal que permite extraer conclusiones” (Santibáñez, 2002, 70). Lo que importa para esta investigación social son dichas conclusiones, referidas a la necesidad expansiva de los feminismos en los noventa. Esta conclusión se desprende naturalmente si la ‘garantía’ ha sido descrita de acuerdo a la misma lógica. Y sumemos a esto que la ‘garantía’ proviene desde un ‘apoyo o respaldo’, categoría que también conforma las argumentaciones, y que en el texto en cuestión, corresponde a las ciencias sociales o, más específicamente, a la sociología. En el ‘apoyo’ está toda la información pertinente para la ‘garantía’ y puede tomar la forma de “estudios estadísticos, códigos legales, teorías científicas, una costumbre arraigada, un prejuicio, un supuesto social, una norma social, etc.” (Santibáñez, 2002, 71). La sociología, como toda teoría científica, está basada en prejuicios androcéntricos y “asume, (...), la existencia de una ‘sociedad única’ con respecto a hombres y mujeres” (Harding, 1996, 77); de ahí que en el relato del ‘período fundacional’ del feminismo, las autoras enfaticen su carácter opositor, pues no leen al feminismo como proyecto autónomo.

Es más, el feminismo chileno de los ochenta es usado como ‘garantía’ para determinadas acciones, pues el habla, oral o escrita, es acción, la gente hace cosas con las palabras. Y lo que el discurso del CEM hace con esta investigación es justificar lo que para nosotras es la funcionalidad del feminismo al sistema vigente; y lo hace, apropiándose de la historia, despolitizándola y, además, borrando y descalificando los pensamientos más rebeldes de las mujeres. Estas son las acciones que lleva a cabo, además de convencer a las lectoras y lectores posibles, con razones científicas y postmodernas, de que no hubo desarticulación del movimiento feminista en el Chile postransicional.

El gesto de apropiarse de la historia se apoya en el argumento de que “una parte significativa (...) de lo que ha ocurrido con las organizaciones, activismo y propuestas feministas, durante y después de la transición a la democracia, ha permanecido en la memoria colectiva de las involucradas y aparece sólo marginalmente en las narrativas historiográficas y en la producción de las ciencias sociales más en general” (Ríos, Godoy y Guerrero, 2003, 41), por lo tanto, las autoras, al producir esta investigación, pretenden terminar con este silenciamiento. Con este comentario, borran producciones intelectuales como Un cierto desparpajo (1996) y El triunfo de la masculinidad (2001) de Margarita Pisano y otros documentos del feminismo autónomo que plantean una crítica profunda sobre el destino de los movimientos sociales y el feminista, llegada la democracia. Además, se advierte en esta cita, el carácter de legitimidad que envuelve al libro: se trata de una investigación académica que, una vez más, utilizará la memoria colectiva y oral de las mujeres, absorbiéndola, sin nombres ni apellidos. 

No es todo, las autoras no sólo quieren rescatar la dimensión más comentada, que se refiere a la relación de las feministas con el sistema político institucional, sino, además, otras dimensiones que han estado especialmente ausentes. Se refieren a la historia del feminismo autónomo (¿ausente de qué?, ¿del ámbito académico?), es decir, la ‘masculinidad-feminista’ se toma el feminismo y también, la autonomía. El libro emerge representativo de todo el feminismo y de todas las feministas, validado por la ciencia y el sentido común instalado. Si me pongo mal intencionada, podría afirmar que las autoras, y a quienes representan, pretenden aparecer como las fundadoras del feminismo actual, pues hacen una analogía implícita con el ‘período fundacional’, que también se origina a partir de una prolongada ausencia de las voces y del accionar feminista. Con su libro, pretenden ‘salvarnos’ a todas de este silencio. Por eso el título ‘¿Un nuevo silencio feminista?’ tiene más de una interpretación.

Tal vez no es tan mal intencionado lo que acabo de afirmar si considero otros datos. Las autoras no necesitan explicitar el lugar ideológico desde donde se sitúan, ya que es el lugar esencialista-patriarcal. Sin embargo, afirman que su posición está marcada por una cierta distancia con el movimiento feminista y su historia reciente, fundamentalmente por pertenecer a una generación que llegó al feminismo en los años noventa (Ríos, Godoy y Guerrero, 2003, 35). Esta posición ambigua, siempre cómoda, las libera de asumir siquiera una sospechada responsabilidad política, o sea, su discurso se despolitiza más profundamente, pues las autoras no se exponen, más bien, según les convenga, se asoman o esconden desde estas vestiduras postmodernas. Además, la insistencia en el discurso generacional o en el tema del ‘recambio’, está imbuida del corte patriarcal entre las edades, que mata la memoria histórica de las mujeres. 

La misoginia se manifiesta también en las descalificaciones pronunciadas contra las ‘otras’, las ‘autodefinidas autónomas’ (lo plantean como si definirse fuera practicar el terrorismo en el discurso), y estas descalificaciones se expresan en palabras connotadas negativamente, dando cuenta de la pseudo-objetividad del lenguaje científico: “el conflicto estratégico de las autónomas es más un monólogo que un debate”, “su visión dicotómica”, “excluyente”, “dogmática”, “unilateral”, “confrontación bipolar”, “rigidez”, “sectarismo”, “debate polarizado”, “liderazgos destructivos”, “falta de reflexividad”, etc. Se las acusa de haber provocado un quiebre entre las feministas de diversas posturas “la rigidez y sectarismo con que se han planteado estas propuestas han redundado en su fragmentación interna e incapacidad de establecer diálogos con otras expresiones feministas” (Ríos, Godoy y Guerrero, 2003, 331). O sea, si hubo alguna desmovilización feminista -cosa que este texto insinúa y, a la vez, desmiente- el movimiento autónomo sería parte responsable de ella. Y persistiendo en su discurso despersonalizado, la publicación del CEM tampoco pone nombre y apellido a las mujeres de la tendencia autónoma; las descalificaciones transitan en el libro acompañadas de expresiones como “ciertas mujeres”, “algunas”, “ciertos sectores”, “sus líderes”, “algunos sectores feministas”, “aquellas feministas”, etc.

Al descalificar e inculpar a las mujeres feministas autónomas, las autoras reafirman la masculinidad y reproducen la traición histórica entre las mujeres. El discurso de la autonomía, representado -entre otras feministas- por Margarita Pisano, cuestiona el patriarcado en profundidad y propone un ‘cambio civilizatorio’ desde el ejercicio de la capacidad de pensar de las mujeres, un pendiente en nuestra historia; rechaza la política reivindicativa y toda clase de complicidad con la deshumanización del sistema vigente. El libro deslegitima este discurso, descalificándolo, e invisibiliza gran parte de la historia del feminismo autónomo, la más rebelde y política. Por ejemplo, a pesar de que mencionan el Encuentro Feminista de El Salvador (1993), no hacen ninguna alusión a la participación del grupo político feminista Las Cómplices, de tendencia autónoma y conformado no sólo por mujeres chilenas, sino, además, de otros lugares de Latinoamérica: Margarita Pisano, Edda Gabiola, Francesca Gargallo, Ximena Bedregal, Amalia Fischer, Sandra Lidid. Este grupo denuncia públicamente en el Encuentro, la institucionalización del Movimiento Feminista y su consecuente desarticulación, además de la utilización de la que iba ser objeto el feminismo en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, realizada en Beijing.

En las 379 páginas de la publicación del CEM no hay ninguna crítica contra el sistema masculinista; este hecho demuestra su arribismo al poder establecido y la posición ideológica desde donde escriben. “Allá ellas” podríamos decir, pero no, este discurso se erige en representación de todas, no explicitando dicha posición ideológica y perjudicándonos no sólo a las que nos reconocemos en una historia feminista, sino a todas las mujeres, pues perpetúa una cultura en proceso de deshumanización, sostenida en nuestras esclavitudes y en nuestra ‘no-historia’. Más patéticamente aún, el lugar de estas mujeres, tan cercano al del poder establecido, es siempre el del ‘plano inclinado’: “Las mujeres tenemos una relación de dependencia muy profunda con el sistema, estamos colonizadas en él. La situación de subordinación que vivimos en el patriarcado se manifiesta en una psicología de oprimidas que nos impide percibir nuestro grado de dependencia, pareciera que nos relacionamos con el mundo desde un plano inclinado donde nosotras estamos siempre en la parte inferior, mirando hacia arriba” (Pisano, 1996, 109). A pesar de su complicidad con la masculinidad, están siempre en la parte inferior, mirando hacia arriba a los varones y sus sistemas de dominio, jamás horizontalmente, mirándose entre mujeres.

Desde este plano inclinado, no eligen los discursos ni las plataformas que les dan para hablar. Si “lo que se lleva” es el discurso postmoderno, lo adoptan con toda su ‘inercia crítica’ a cuestas, y si escarbamos un poco, nos damos cuenta de que la postmodernidad es sólo una pantalla, porque si originalmente surgió como reacción al mundo maniqueo de la soberanía moderna, “dividido por una serie de oposiciones binarias que definen el sí mismo y el Otro (...) el dominante y el dominado” (Hardt y Negri, 2002, 137), este libro no hace más que reproducir dicha soberanía al perpetuar la desigualdad entre varones y mujeres. Surgida ‘en contra de’ la modernidad, la postmodernidad está dentro de la misma lógica (la patriarcal o masculinista) y, por tanto, es muy útil para mantener abusos de poder; por ejemplo, apuesta por el “todo-es-válido”, borrando los límites ideológicos, y quienes intenten definirlos cometen un “pecado mortal”. Fue este el intento del Movimiento Feminista Autónomo que explicitó el lugar desde donde se situaba y en la necesidad de un intercambio horizontal de ideas, nombró ‘institucionales’ a las otras, pues es la única manera de hacer una política distinta a la que propone el sistema. Maite Larrauri, en un texto sobre Hannah Arendt, plantea que una de las condiciones para expresar una opinión válida es que “el que emite una opinión no es ni ajeno ni exterior a lo que sostiene; forma parte, (...), de su opinión, porque es su verdad” (Larrauri, 2001, 62). 

Para un discurso postmoderno, como el que se manifiesta en el libro del CEM, todas son todo y se rehúsan, rotundamente, a reconocer la existencia de un ‘feminismo institucional’, pues se dicen partidarias, ellas como muchas, tanto de la estrategia política que denominan ‘advocacy’ (‘lobby’), estrategia institucional “por excelencia”, que consiste en incidir en las agendas públicas a nivel nacional e internacional; como de una estrategia autónoma ‘movimientista’ que “busca promover el fortalecimiento de esferas y formas de acción política de carácter intra-movimientistas, orientadas a generar una cultura y una política feminista desde la sociedad civil”(107); además, el ‘movimientismo’ de ellas es el “bueno”, porque el de las autónomas es un ‘movimientismo aislado’. Para las del Afuera, ambas estrategias son irreconciliables entre sí, pues entendemos por ‘movimientismo’, la construcción de un ‘movimiento pensante’. En cambio, para aquéllas que adhieren a una estrategia de incidencia en las agendas institucionales, apoyar la propuesta política de trabajar con organizaciones de base de mujeres, no es más que hacer un uso utilitario de las mismas desde un lugar de poder. Asimismo, aquellos movimientos sociales de resistencia y denuncia, terminan por remozar la masculinidad. 

La inclusión y la fragmentación postmodernas son conservadoras, pues encubren las relaciones y abusos de poder que sostienen el patriarcado. En el uso de un lenguaje incluyente, identitario y de una falsa igualdad, se vuelven a confundir los límites éticos e ideológicos. Declaran que “el feminismo chileno de hoy es producto de la suma: feministas + populares + lésbicas + indígenas + jóvenes + autónomas + sueltas + de la diferencia + de la igualdad + socialistas + una infinidad de otras adscripciones, corrientes e identidades” (Ríos, Godoy y Guerrero, 2003, 322), y expresan su favorable transformación postransicional con palabras como “diversidad, pluralidad, multiplicidad, heterogeneidad, complejidad, riqueza, etc.”, enfatizadas reiterativamente a lo largo del libro. Palabras que no hacen más que disfrazar el autoritarismo subyacente en el discurso, y que proponen una fragmentación contenida desde un lugar de poder (el institucional) y traspasada de dominio. 

La fragmentación es más obediente desde el ‘plano inclinado’ y en el texto del CEM, se manifiesta en varios aspectos: en un discurso desarticulado en el que no hay continuidad histórica entre las diferencias ideológicas del feminismo chileno de los ochenta y el de los noventa (ni conexión alguna con el mundo). Tampoco hay una relación consecuente entre ideología o ‘marco de sentido’, identidad feminista, estrategia de acción política y forma organizativa; en el relato, se privilegian las estrategias y formas organizacionales, no las ideas que las motivan. Es decir, una mujer -que se dice feminista- puede usar una estrategia de ‘advocacy’ en el Banco Mundial*, pero jamás declararse ‘feminista institucional’, quién sabe, se defina como ‘suelta’ y no adhiera a ninguna ideología o corriente. Exigir una consecuencia política y ética es, para las autoras, “simplificar” la realidad; la “complejidad” a la que apelan es una palabra vacía que sólo sirve para esconder la falta de honestidad con ellas mismas, el nivel de enajenación en el que se encuentran por el deseo de mantener sus privilegios en un mundo de hombres. En definitiva, todo el discurso contenido en este libro, se empeña en ocultar su ideología. Declararse ‘institucionales’ implica definirse ideológicamente, asumir sus complicidades, colaboraciones y esclavitudes con el sistema masculinista. No hacerlo, las encubre, pero con la contrapartida de reflejar -para un ojo crítico- cómo el feminismo está absorbido por la cultura vigente. La insinceridad que se expresa en este discurso es una marca de la masculinidad y sus sistemas de dominio.

A la inclusión amébica, desideologización ideológica y fragmentación identitaria, se les suma la ambigüedad discursiva. Se completa la imagen de un libro tramposo. Ya antes describí la ambigua posición de las autoras que se sienten parte de una generación que llega al feminismo en los noventa. A esto le sumo otra ambigüedad: al texto lo definen como una investigación sociológica, no histórica; sin embargo, se apropian de la historia del feminismo chileno. El lugar de la sociología es cómodo, no sólo por las características que ya mencioné sobre la ciencia, sino, además, porque de esta manera, las autoras se eximen de publicar en el libro, documentos claves en la historia feminista que dan cuenta de los hechos más fielmente y de sus negociaciones. Colocan, en cambio, un montón de voces anónimas dando testimonios. 

Pienso que la diversidad es posible en una cultura otra, no basada en el dominio, donde la pluralidad se dé por ideas, explicitadas desde nuestras particularidades, y no por los cortes que propone el patriarcado. El fracaso de los Encuentros Feministas se debe, en parte, a la fragmentación temática propuesta por los organismos internacionales -denuncia que desde hace tiempo viene haciendo Margarita Pisano-; el único Encuentro basado en ideas y no en temas, fue el de Cartagena el año 96, y en este libro se descalifica. Sin una mirada política propia, sólo se puede hacer un análisis del mundo, que asuma, obedientemente, el discurso de la diversidad-fragmentación. La contradicción de estas mujeres es tal, y la desarticulación del Movimiento Feminista es tan evidente -por mucho ‘campo de acción’ que se establezca-, que en el último capítulo del libro, dedicado a las conclusiones, realizan una evaluación en la que es imposible desmentir una desmovilización. 

Para sortear tal desajuste en el discurso, recurren, una vez más, al lenguaje engañoso de las ciencias sociales, e intervienen con otra cómoda categoría conceptual con la que se diferencia ‘la política de lo político’, argumentando que los ‘avances y transformaciones’ del feminismo posdictatorial pertenecen al ámbito de ‘la política’, restringida a las acciones, procesos e instituciones vinculadas al acceso y ejercicio del poder estatal; sin embargo, aun falta mucho por hacer en ‘lo político’, referido a las luchas de poder que permean al conjunto de las esferas en un sentido más amplio. En consecuencia, la estrategia de incidencia en las agendas institucionales, nacionales e internacionales, y de acceso a los poderes masculinos, no es cuestionable en sí misma; pues, por medio de ella, se han conseguido “avances” en el ámbito de ‘la política’. Esta división utilitaria y arbitraria entre ‘la política y lo político’ justifica, por un lado, una incapacidad de autocrítica o una especie de ceguera crónica y deliberada; y, por otro, un deseo de reorganización entre las feministas para que “las de siempre” continúen ejerciendo su política arribista.

Por último, el título del libro -“¿Un nuevo silencio feminista?”- es una pregunta que las autoras responden: no hay un silencio y, en este sentido, difieren con lo que otrora planteara Julieta Kirkwood para analizar el ‘movimiento sufragista’ en los años treinta y cuarenta. Pienso que antes como ahora las mujeres optaron (y “las optaron”) por desaparecer bajo el alero masculino. En fin, las autoras rechazan la hipótesis del silencio, pero declaran estar imbuidas, todas, en una “incertidumbre”; planteamiento que no me parece incoherente para aquellas que están haciendo política desde el ‘plano inclinado’, pues ¿qué incierta plataforma les darán para hablar, según las modas de la masculinidad? Este es el abismo existente entre espacios políticos propios y ajenos; entre explicitar y no explicitar las ideas a las que adherimos y apasionan; entre ser honestas y no serlo, asumiendo errores y responsabilidades de lo dicho y hecho. Voy a terminar con una cita de Atilio Boron dirigida a la izquierda, pero que nos sirve a nosotras para entender un poco más lo que le ha sucedido al feminismo: “Se trata, en síntesis, de una visión que quiere ser crítica e ir a la raíz del problema, pero dado que no puede independizarse del lugar privilegiado desde el cual observa la escena social de su tiempo (...) cae por eso mismo en las redes ideológicas de las clases dominantes” (17). En las redes ideológicas de la ‘masculinidad’ o el ‘patriarcado’, diríamos nosotras.


FUENTE POLÍTICA, FILOSÓFICA Y BIBLIOGRÁFICA:

Pisano, Margarita. 1995: Deseos de cambio o ¿el cambio de los deseos? Sandra Lidid, editora. Santiago de Chile.
Pisano, Margarita. 1996: Un cierto desparpajo. Sandra Lidid, editora. Santiago de Chile.
Pisano, Margarita. 2001: El triunfo de la masculinidad. Editorial Surada. Santiago de Chile.
Pisano, Margarita. 2004: Julia, quiero que seas feliz. Editorial Surada. Santiago de Chile.
Pisano, Margarita. Memorias. Inédito.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

Boron, Atilio. 2002: Imperio e imperialismo. Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri. Clacso. Buenos Aires.
Harding, S. 1996: Ciencia y feminismo. Morata. Madrid.
Hardt, M. y Negri, A. 2002: Imperio. Paidós. Argentina.
Larrauri-Max, Maite. 2001: La libertad según Hannah Arendt. Tandem. Valencia.
Rodríguez, Tatiana. 2001: “Una historia para la historia feminista”. Inédito.
Santibáñez, Cristián. 2002: Teorías de la argumentación. Ejemplos y análisis. Cosmigonon. Concepción, Chile.

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